Un pueblo castigado
El pueblo iraquí está doblemente castigado, dice el autor: por vivir bajo el régimen dictatorial de Sadam Husein y por ser objeto de un embargo internacional que se ceba en los más débiles
Sadam Huséin invade de nuevo no ya Kuwait sino las primeras páginas de los periódicos. Ahí se encuentra bien. Lo necesita. Le debe divertir de vez en cuando ver su figura reproducida en millones de ejemplares de todo el mundo; cómo se debe reír para sus adentros al ver cuánto se asustan los americanos y sus aliados, o al menos, cómo se toman en serio cada una de sus amenazas.Hay que decir que no son los discursos los que hacen que se movilicen los ejércitos enemigos sino sus tropas de élite, la famosa guardia republicana, conocida por su arrojo y sobre todo por su fidelidad absoluta a la persona de Sadam. Aunque, aquí y allá, se declara que estos movimientos de las tropas iraquíes hacia Kuwait sólo tienen como motivo el poner a prueba al Consejo de Seguridad de la ONU y recordar a las monarquías del petróleo que no hay nada arreglado y que más pronto o más tarde llegará la venganza. El hecho es que le gustaría mantener a estas monarquías asustadas, tensas y sobre todo dependientes de sus protectores americanos. Es también una forma de empujarlas a que se armen mas y a que paguen a un alto precio una protección que no es, como se sabe, precisamente gratis. Y es por eso que el dictador de Bagdad, así llamado por los norteamericanos, es en el fondo su mejor aliado y al que siempre necesitarán. Le necesitan para mantener su presencia en el Golfo. Le necesitan para asegurar y consolidar su papel de policía del mundo como se acaba de demostrar, no sin dificultades, en Haití.
Y respecto al pueblo iraquí, ¿qué ha sido de él, cómo vive y a quién le preocupa? En todo caso, no a la ONU que continúa controlando la aplicación del embargo en todo el país. El pueblo iraquí está siendo castigado. Doblemente castigado. Ante todo por vivir bajo un régimen dictatorial, después por sufrir en solitario los efectos más violentos del embargo impuesto por las Naciones Unidas. Tal y como ha declarado, no sin hipocresía, la embajadora estadounidense en la ONU, Madeleine Albright, "Irak sabe muy bien que el único argumento que la comunidad internacional considera con simpatía es el sufrimiento de la población civil en Irak. Pero el Consejo de Seguridad se siente mucho más preocupado por este sufrimiento que Sadam Husein. Ningún miembro de la familia de Sadam sufre de hambre ( ... ) y él no hace nada para aliviar el sufrimiento de su pueblo".
Los occidentales aún no han comprendido que los que pagan un alto precio por sus decisiones, no son los dirigentes cuya responsabilidad es evidente, sino las poblaciones pobres, anónimas, sin voz, sin representantes para hablar por ellas y contar sus sufrimientos y desgracias.
Lo hemos visto, sea en Haití, Libia o Irak; el embargo causa daño a las poblaciones sin defensa y sirve -a los que lo provocan, es decir, a los jefes de Estado de esos países. Está claro que Gaddafi utiliza los efectos cotidianos del embargo para que fructifique el odio contra todo Occidente. Por supuesto que Sadam saca el máximo provecho a esta situación de aislamiento y cercana al hambre. En el cine se diría que el director hace victimismo para hacer llorar a las personas sensibles. En Irak los que lloran no lo hacen por sensiblería o por mandato. Lloran porque hace trece años que su país está en guerra; primero, durante ocho años, con el vecino iraní, después, con las tres cuartas partes del planeta, y, siempre, con una dictadura brutal, absoluta. No existe ninguna familia que no tenga en su haber un muerto y uno o dos hombres en el frente. Ninguna familia ha escapado a la carencia o ausencia de productos, retenidos por el embargo o almacenados por los especuladores. Esto es lo que ha sucedido con este país al que se le prometía hace menos de veinte años un futuro tan prometedor.
Cuando Sadam amenaza y se moviliza y los americanos se precipitan con sus ejércitos hacia el Golfo y los europeos toman posición, el pueblo iraquí sigue sufriendo en silencio sin que nadie piense en ayudarle. El escándalo está ahí. Ciertamente no se encuentra en los gestos de unos y otros. Hay que decir que las monarquías del petróleo son demasiado valiosas como para que sean abandonadas. Hay demasiados intereses en juego. De los cuales el precio del petróleo en el mercado mundial no es el menor. Si el Consejo de Seguridad hubiese autorizado la reanudación de las exportaciones de petróleo iraquí, se hubieran producido nuevos descensos del precio del barril de petróleo en el mercado mundial. Y esto, los grandes productores, como las monarquías del Golfo y Estados Unidos, no lo desean.
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