_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Dirigido por...?

Además del título de una revista de cine esto de "dirigido por... (y acontinuación el nombre del director) es un le trerito que sale en las películas y que no siempre es del todo exacto, pues, si nos fijamos en el intérprete del filme, que es el que da la cara, hay ocasiones en que el letrero debiera decir "no dirigido por..." (y a continuación el nombre del director), personaje que además tiene últimamente por costumbre reservarse otro cartelito adicional que es, con mucha frecuencia y por no decir siempre, divertido.Divertido si se habla del caso con palabras dulces, ya. que ese cartelito dice nada menos que "una película de..." (y a continuación el nombre del director), que así se autoproclama, en un cómico acto de usurpación institucionalizada, autor único de un esfuerzo de creación evidentemente colectivo, en el que incluso hay veces que el director el es último de la cola a la hora de crear calidades. Me dijo una vez un famoso guionista, del que no digo el nombre para evitar que me desmienta o me acuse, con justicia, de chivato: "Ángel, no la líes con eso de si las películas son o no son de los directores. Tu di que lo son, aunque no lo sean. Imagínate que cunde que las películas son, tanto como del director, de los que las escribimos y las hacemos. ¿Te imaginas el desastre? Ahora todo es perfecto: si la película sale bien, el director es un genio y el resto somos estupendos; pero si sale mal, el director es un mendrugo y el resto seguimos siendo estupendos. Y como una de cada diez películas sale bien, más vale no menearlo".

Pero hay que menearlo cuando, por ejemplo, uno percibe que si Lobo es una película con cosas que funcionan es a pesar de que está "dirigida por" Mike Nichols y de que es "una película de" Mike Michols. Lo que en la pantalla ponen -además del escritor Harrison, que saca ácido escéptico de su pluma para que luego, ante la cámara, esa su corrosión sea reducida por Nichols a cosquilla- los rostros de Nicholson, Pfeiffer, Plummer, Spader, Nelligan y Jenkins supera de manera abrumadora la aportación de Nichols a la creación, entre otras razones porque el director no los ha dirigido de verdad y esto se percibe materialmente en la pantalla, ya que cada uno campea en ella por su cuenta y Nichols no logra vertebrarlos e interrelacionarlos. De eso se trata.

Entre las funciones que el director tiene en el proceso de creación de una película, hay dos intransferibles: una es el mantenimiento del continuo de la secuencia, esa tautología musical consistente en convertir el tiempo en tempo; y otra, que es la que aquí importa: interrelacionar los actores. No al actor, sino a los actores; no al individuo, sino al reparto. Que cada intérprete encuentre el hilo caliente que mejor transmita su electricidad íntima a la cámara, es en parte tarea del director, que si conoce su oficio debe saber mover interiormente y situar exteriormente al actor. Pero que el intérprete de, como individuo, la talla es sobre todo responsabilidad suya. Le oí decir a Anthony Hopkins en Berlín: "Acepto que el director me indique donde entro y donde salgo de campo. Pero lo que tengo que hacer mientras estoy en campo es cosa, mía".

Elevar al máximo la temperatura expresiva de los intérpretes y luego coordinar, uniformizar y finalmente interrelacionar los trabajos de cada uno de ellos, logrando de todos un conjunto ensamblado, una unidad, como si tres, seis o diez personas fueran caras de una única piedra tallada, es un milagro en el que el director no tiene sustituto posible: asunto suyo. Y de que esté a la altura de esa compleja tarea depende ni más ni menos que una película logre ser un entramado de rostros y conductas vertebrados, imposibles de desgajarse recíprocamente, indisociables los unas de los otros y, por tanto, hilos del bastidor de, una auténtica creación movidos por un auténtico creador de movimiento. Es el caso de Días contados, película verdaderamente dirigida por Imanol Uribe, y no porque lo diga un cartelito en los títulos de crédito, sino porque lo proclama con puñetazos hacia fuera la pantalla, ya que es imposible imaginarla poblada por otros intérpretes que todos, absolutamente todos los que la pueblan.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_