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Tres muertos en Puerto Príncipe en la conmemoración del tercer aniversario del derrocamiento de Aristide

Ramón Lobo

ENVIADO ESPECIALEl tercer aniversario del golpe de Estado que expulsó a Jean-Bertrand Aristide del poder, cuya conmemoración el pueblo de Haití intentó transformar ayer en una fiesta dernocrática, acabó en sangre y violencia. Dos personas resultaron muertas en un brutal apaleamiento en las proximidades de la sede del Frente para el Avance y el Progreso de Haití (Fraph), estrechamente vinculado al régimen de Raoul Cédras, y a una tercera casi le vaciaron un cargador en la cabeza. Un fotógrafo de Reuter y un cámara de la CBS resultaron heridos, junto con otros 11 haitianos.

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La situación en el centro de Puerto Príncipe era, poco antes de la entrada en vigor del toque de queda, caótica y de pánico generalizado: tiros aislados y carreras en cunclillas en todas las direcciones para buscar protección. Las tropas de EE UU, fuertemente armadas, no pudieron evitar los incidentes a pesar de una aplastante presencia en las desvencijadas calles de la capital. Los helicópteros Black Hawk recorrieron el centro volando en círculo, pero no intimidaron a los asesinos, esta vez vestidos de militantes de un partido.Al paso de la manifestación pro-Aristide cerca de la sede del Fraph, en la calle del Campo de Marzo, y en respuesta al reclamo excitado de algunos partidiarios del depuesto presidente que pretendían asaltarla armados con palos y cuchillos, del interior surgieron algunos disparos que provocaron la estampida general. En la confusión, dos personas resultaron apaleadas hasta la muerte. Eran miembros del Fraph que fueron atrapados en su desesperada huida por seguidores de Aristide. La radio local informó de la detención de cinco personas.

Más tarde, un taxista al servicio de la prensa apareció en medio de la calle con cinco disparos en la cabeza. Era una venganza. La acción llevaba la firma diáfana del Fraph, cuyo líder, Emanuel Constantant, es uno de los apoyos firmes de la junta militar encabezada por Raoul Cédras, y padre muy reconocido de los temibles attachés.

El estallido de violencia no sorprendió a casi nadie. Pues ya lo había advertido ufano el general Cédras: "Habrá disturbios". Y los demócratas respondieron: "Si él lo dice, los habrá, pues es el organizador". No hubo equivocación.

El coronel Bary Willey, portavoz de las fuerzas de ocupación, lamentó los sucesos del día, pero reiteró que la misión de sus hombres era "dar seguridad exterior a la manifestación, mientras que la interna quedaba en manos de la policía haitiana". El portavoz de la Embajada de EE UU en Haití, Stanley Schrager, fue más allá al admitir que la policía haitiana no había cumplido con su misión. A la pregunta de quién controla a esta policía, sonrió: "Nadie". Añadió que "con esta violencia se intenta crear un clima que impida la vuelta de Aristide". "Pero eso no va a suceder", sentenció.

El día se levantó extraño. Cargado de tensión. A las dos de la madrugada, en la sorpresa del relajo de la noche, los soldados norteamericanos se hicieron con el control de la emisora de radio y la televisión nacionales. "Hay que devolver las instituciones a sus dueños legítimos", explicó el embajador norteamericano en Haití, William Swing. Anoche, poco antes de su neutralización, la radio repitió desafiante unas explosivas declaraciones del presidente títere, Emile Jonaissant, en las que calificaba de "subversivas" a las tropas estadounidenses de ocupación.

A las ocho de la mañana, la hora de la cita de la gran marcha prodemocracia, la gente inició la reconquista pacífica de uno de sus símbolos más preciados: la catedral católica de Puerto Príncipe. Allí, en una ceremonia repleta de cánticos religiosos, proclamas políticas y felicidad general, ajenos aún a la sangre que iba a correr después, miles de haitianos exigieron de forma pacífica la inmediata marcha de Cédras y su junta del poder y del país, y el pronto regreso del presidente Aristide.

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