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FERIA DE OTOÑO

El torero de la naturalidad

Seis ganaderías / VázquezToros de Arauz de Robles, inválido, noble; Torrealta, inválido, noble; Mercedes Pérez Tabernero, encastado; Los Bayones, segundo sobrero en sustitución de dos del mismo hierro devueltos por inválidos, manso; Victoriano del Río, poderoso, noble; Joâo Moura, anovillado, inválido. Bien presentados.

Curro Vázquez, único espada, que se despedía de la afición: pinchazo y bajonazo perdiendo la muleta (ovación y salida al tercio); estocada trasera caída (ovación y salida al tercio); media ladeada y descabello (ovación y salida al tercio); tres pinchazos y estocada corta atravesada (silencio); pinchazo hondo, rueda de peones y cinco descabellos (silencio); bajonazo descarado (silencio); despedido con gran ovación.

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Plaza de Las Ventas, 30 de septiembre. 4ª corrida de feria. Lleno.

El toreo de la naturalidad: ya quedan pocos intérpretes de esa forma de entender el arte de Cúchares. Curro Vázquez, uno de sus más cosumados especialistas, mostró algunos apuntes de su estilo en la tarde de su despedida, y dejó a la afición golosa para los restos. Se le echará de menos. Diestros como Curro Vázquez, que sientan el toreo en lo profundo, que sepan lidiar sin estridencias, que embarquen las embestidas con el suave esbozo de un lance, ya no se encuentran ni buscándolos con candil.

Toda una época de la tauromaquia se va con Curro Vázquez, y cuando el otro Curro -faraon de Camas, papa rey del orbe táurico-, tenga a bien abdicar de su pontificado, esa, época será ya historia. Porque un nuevo concepto del toreo se ha impuesto. Le decimos pegapasista, lo tildamos de apócrifo y monótono, y sin embargo es el que proporciona triunfos de escándalo a sus artífices.

Cualquiera de estos pegapases es capaz de ejecutar el pagapasismo con regularidad y provecho cien tardes seguidas, podrían ser doscientas, y en cambio no sería capaz de torear con naturalidad y pureza nunca, jamás, en ningún caso, bajo ningún concepto. Porque el toreo de la naturalidad y de la pureza no es cuestión baladí. El toreo de la naturalidad y la pureza requiere una concienzuda preparación técnica, conocimiento cabal de los toros y de las suertes, sensibilidad artística. Y, además, un valor a toda prueba.

Por eso torear de verdad resulta tan peligroso y difícil. Cortar orejas es distinto asunto. Curro Vázquez pudo cortar unas cuantas en su despedida. Le hubiese bastado ponerse él mono de trabajo, emprenderla a derechazos, vengan carreras al rematarlos, ajetreo, aspavientos, tremendismo... y una torrentera de orejas habría caído en sus manos.

Claro que, entonces, no habría sido él. Ni tampoco la afición se lo hubiese consentido. La plaza estaba abarrotada de aficionados que saben medir el toro y degustar el toreo. No había ido a ver un pegapases cualquiera sino al torero de la naturalidad. Y salieron complacidos. Las verónicas, los naturales, los trincherazos de Curro Vázquez tenían más sabor que todas las faenas de todos los pegapases juntos. A veces el toreo es cuestión de paladar. Unos prefieren cantidad de pases aunque no sepan a nada, otros se conforman con uno solo con tal de que tenga aroma. La concepción utilitaria del toreo contra la magia del arte de torear.

Apenas tanteado el primer toro, ya se había echado Curro Vázquez la muleta a la izquierda y le instrumentaba tres tandas de naturales cadenciosos; en el segundo, que estaba inválido, su toreo suave -casi alado- constituyó un prodigio de naturalidad; los ayudados con que abrió su faena al tercero fueron una lección de temple y hondura...

Luego, a partir del cuarto toro, cuya corta arrancada apenas le permitió intercalar unas toreras trincherillas, el ritmo de la corrida empezaría a decaer. El puyazo que le pegó Manuel Mazo al quinto constituyó una auténtica infamia y el maestro no lo debió consentir; tampoco las pasadas en falso y los trapaceos de los peones que malearon la bravura del toro; ni siquiera el diálogo, por señas que Curro Vázquez entabló con. algunos aficionados disconformes del tendido 7, tuvo justificación. Al sexto, anovillado e inválido, Curro Vázquez le marcó algún apunte de calidad y lo mató de mala manera. La suerte estaba echada. La despedida no se produjo en triunfo, ni hubo puerta grande, como todo el mundo había deseado. Fue, en cambio, una tarde torera, como tantas otras de este diestro veterano, paradigma de la naturalidad.

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