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FERIA DE OTOÑO

Se fue el ángel de la guarda

Aldeanueva / Romero, Sánchez, HigaresTres toros de Aldeanueva (tres fueron rechazados), grandes, aospechosos de afeitado, manejables. Resto de Benítez Cubero, terciados, encastados. Curro Romero: dos pinchazos, ruedas de peones, bajonazo escandaloso -aviso- y descabello (pitos y algunas palmas); estocada corta descaradamente baja y dos descabellos (división). Manolo Sánchez: pinchazo cerca del brazuelo, estocada corta descaradamente baja, rueda de peones y tres descabellos (silencio); pinchazo, estocada contraria y descabello (silencio). Óscar Higares: estocada atravesada caída (palmas y también bronca cuando saluda); bajonazo descarado (silencio). El banderillero Joselito Calderón se despidió del toreo.

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"No sabía que me querían tanto", dice Calderón

Plaza de Las Ventas, 29 de septiembre. 3ª corrida de feria. Lleno.

El ángel de la guarda saludó a la afición y se fue. ¿Y ahora qué hacemos? Porque ir a los toros en Madrid sin que esté el ángel de la guarda, que para el mundo artístico tiene adoptado el nombre de Joselito Calderón -José Cabezas Porras en el Registro Civil-, va a suponer un vacío, una carga de añoranzas; eso desde el tendido, mientras en el ruedo lo que se va a echar en falta es su benefactora intercesión.

Mil paseíllos llevaba Calderón en Las Ventas, según sus propias cuentas, y quizá sean asimismo mil los quites que ha hecho a sus compañeros. Con los palitroques anduvo seguro tiempo atrás, no tanto últimamente, fino casi nunca, pero con el capote y al quite era el número uno, la eficacia personificada, la providencia vestida de grana y plata. Toreros se ha visto en Las Ventas a punto de ser entrampillados por el toro, cuando se les aparecía el ángel de la guarda, este Joselito Calderón taurmaturgo y torero, que se cruzaba raudo, deshacía el embroque echando el capotillo al hocico de la fiera y se la llevaba lejos embebida en sus vuelos.

El último par de su vida lo consumó Joselito de sobaquillo y dejó prendidas en lo alto las dos banderillas, que algo es, en los tiempos que corren. Óscar Higares, en cuya cuadrilla militaba, le brindó el toro. Terminada la corrida, su hijo le desprendió la coleta. Todos los toreros le abrazaron en medio de la ovación cerrada del público puesto en pie, y Curro Romero hasta le dio un beso.

¡Ese Curro...! Otro veterano, paradigma de la maestría torera, que sigue en la liza, y ojalá muchos años le aguante el cuerpo, pues si se va -con su arte, su personalidad y su genio- esto va a ser una hecatombe; rala liturgia, un erial donde falte la característica esencial de sus oficiantes, que es la torería.

La juventud viene pegando, se solía advertir. Más ahora no pega nada. Allí estaban dos jóvenes de estos con necesidad de triunfos y contratos, en la primera plaza del mundo, los tendidos llenos a rebosar, presente y alerta la afición que da y quita, y se ponían a pegar pases con unas precauciones, un desapego y una suficiencia como si, colmados y ricos, estuviesen de vuelta de todo.

El joven Manolo Sánchez hasta se encaró con varios aficionados; algo que jamás se le ha ocurrido al mismísimo Curro Romero en su casi medio siglo de intensa vida torera. Antes había intentado enmendarle la plana al maestro cuando acababa de instrumentar un quité por verónicas, media de pincel incluída, entrando a verónicas también. Desparpajo es lo que les sobra a los jóvenes espadas, tanto como les falta pundonor para ejecutar hondo y ceñido el toreo.

Fuera de cacho y el pico; suerte descargada; rectificar en los remates; destemplanza, vulgaridad, monotonía: así torearon Manolo Sánchez y Óscar Higares. En esos soporíferos empeños se encontraba uno de ellos cuando alguien del tendido gritó: "¡Curro, no te vayas nunca!". Porque ya se le echaba de menos a Curro Romero, el incombustible, y eso que sólo había cuajado el quite aquel; alguna trincherilla y pase de pecho al primer toro entre numerosos traspiés; unos redondos malos, al cuarto; y le saldrían con mayor o menor zozobra, pero todo tenía sabor torero.

Dos toreros de torería cierta se fundieron en un abrazo al concluir la función: el ángel de la guarda que se va, el maestro de la tauromaquia que se queda. Mientras el cuerpo aguante.

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