Caladeros
En 1968, la revista Science publicó un artículo del microbiólogo Garrett Hardin titulado La tragedia de los bienes comunales, que hoy ya se ha hecho un clásico como texto seminal de la Ecología. Su tesis es muy simple: en ausencia de autoridad central, la propiedad común de los recursos naturales termina por agotarlos inevitablemente. Un ejemplo puede ilustrarlo. Supongamos unos pastos comunales donde aldeanos vecinos llevan a pastar ganado. En un comienzo, como el pasto es libre, todos los vecinos llevan todas sus vacas a pastar todos los días. Pero así se alimentan tanto las vacas que pronto se multiplican, amenazando con agotar los pastos. Entonces surge el dilema.La mejor solución colectiva (que sólo se impone por respeto a la autoridad o a la tradición) es que todos los vecinos limiten o racionen el acceso de sus vacas al pasto común. Pero a cada vecino, tomado por separado, no le compensa racionar el pasto de sus vacas si no lo hacen también todos los demás. Al revés, si él raciona su pasto, pero los demás no lo hacen, la hierba también se agota y sus vacas además se desnutren, con lo que sale arruinado doblemente. Por tanto, no le conviene racionar el pasto de sus vacas, sino intensificarlo, a fin de que puedan seguir engordando el tiempo que tarden los pastos en agotarse.
Esto es lo que ha pasado este verano en los caladeros del bonito con el conflicto entre la tradicional pesca de anzuelo, que raciona los recursos para que no se agoten, y la pesca de volanta, que los intensifica hasta el umbral del agotamiento. En efecto, los caladeros son bienes comunales, de pesca libre en mar abierto. Y, de acuerdo al teorema de Hardin, el riesgo de agotamiento determinará la conveniencia de que cada pescador intensifique sus capturas reconvirtiéndose a la pesca con volanta (con la excusa de la modernización tecnológica, por ejemplo) antes de que los caladeros se agoten. Pues los que no lo hagan se verán doblemente arruinados al pescar mucho menos que los de más y agotarse de todas formas los caladeros indefectiblemente.
¿Qué solución tiene el dilema de Hardin?: sólo dos contrapropuestas, pero ambas eliminan la propiedad comunal de libre acceso. Por una parte, los recursos pueden privatizarse, restringiendo su propiedad a cada titular y excluyendo a todos los demás: ésta es la solución capitalista pura (caricaturizada por quienes reclaman la privatización de las ballenas), que permite que cada propietario, por la cuenta que le trae, se responsabilice de que sus propios recursos no se agoten, autolimitándose sin miedo al acceso ajeno. Así es como los países soberanos reclaman la extensión del control de sus aguas jurisdiccionales. La otra solución es la socialista de propiedad pública: la autoridad política expropia los bienes comunales y los raciona repartiéndolos a modo de rancho común. Esta es la fórmula de las directivas Comunitarias (como la de arranque de viñedos) que impone Bruselas por decreto.
Sin embargo, la tragedia de los bienes comunales no se reduce al agotamiento de los recursos, pues también puede aplicarse a otros dilemas colectivos formalmente análogos. Es lo que sucede con la Comunidad Europea misma, cuyos fondos comunes también amenazan con colapsarse. Y al igual que con el prado comunal o los caladeros abiertos, las soluciones también son dos: la impos ición de una sola. autoridad central (alemana, por supuesto, aunque se cubra con manto de paño francés) sobre los demás países miembros o la reducción de la CE a un mercado de libre comercio y geometría variable. Pero también España misma es un caladero análogo al europeo, con conflictos de interés (como las guerras del agua o el reparto del IRPF) entre las distintas autonomías que comparten los mismos presupuestos comunes. Y también las soluciones son dos: o se impone una sola autoridad federal que subvenciona el mismo café para todos o se camina hacia una mayor autonomía de las partes, de modo que cada comunidad se responsabilice de su propio desarrollo interno, sin mendigarlo a costa de la Hacienda común.
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