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Los suizos se pronuncian a favor de la convención contra la discriminación racial

En contra de todos los pronósticos, el 54,7% del electorado helvético dijo ayer sí en las urnas a la convención de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial. Con un 45,8% de participación, las tendencias de voto de los diferentes cantones han vuelto a surgir: mientras que los franceses han sido en su mayoría favorables a la ley, con Ginebra a la cabeza, los alemanes han mantenido su línea de desmarcarse de cualquier intento de incluir a Suiza en la natural marcha de la comunidad internacional.Hasta la fecha, 137 países han ratificado la convención, pero ni Estados Unidos ni Japón no forman parte de la lista. España la firmó en 1969.

Aprobada mayoritariamente por todos los partidos políticos representados en el Parlamento suizo, esta ley había sido puesta en tela de juicio por grupúsculos que veían en ella una cortapisa a la libertad de expresión y sobre todo, la llave para que los extranjeros, vía demandantes de asilo, invadieran la Confederación. El referéndum se había convertido en un nuevo pulso contra el Gobierno federal y en un rechazo a su política exterior.

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Involucrarse o no

Christian Kauter, secretario del Partido Libre Democrático -uno de los cuatro partidos, junto a la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Partido Popular Suizo que integran desde 1959 la fórmula mágica, apelativo con que se denomina al Gobierno-, era partidario de que el Ejecutivo dimitiera en caso de que el no ganara. El resultado negativo de la consulta parecía lo más probable, al igual que ha sucedido en la mayoría de los múltiples referendos habidos en los últimos años.

Y es que desde 1986 cuando los suizos dijeron no a la adhesión a la ONU, la política exterior helvética ha sido sistemáticamente puesta en tela de juicio por el pueblo. En 1992 rechazaron la adhesión al Espacio Económico Europeo, antesala de la Unión Europea; en febrero de este año volvieron a decir no a Europa al ser aprobada la Iniciativa de los Alpes, que regula el tránsito de camiones por el país y en junio rehusaron enviar cascos azules a las misiones de paz de la ONU. El IVA, aprobado el año pasado, es la nota positiva.

Profundamente celosos de su independencia y de su sistema de democracia directa, muchos suizos ven en todas estas propuestas la grandilocuencia onusiana y la mezquinería burocrática bruselense, de la que sospechan que se inmiscuye en la legislación local. "Tras 50 años explicándonos que éramos un caso especial, no se nos puede decir ahora que somos como los demás", arguye el historiador Hans Ulrich Jost.

Pero muchos son los que aprovechan la oportunidad que les brindan las convocatorias a las urnas para castigar a políticos, periodistas y líderes religiosos, económicos y sociales, favorables en su mayoría a la participación activa de Suiza en el contexto internacional. Según el Instituto de Investigación GSS, en 1980 el 56% de los suizos confiaba en el Gobierno, frente al 36% actual, y el 70% entonces estaba satisfecho, mientras que ahora sólo lo está el 40%.

Las últimas convocatorias también han puesto de manifiesto que la fosa entre cantones alemanes, franceses e italianos, entre centros urbanos y rurales, entre ricos y pobres y entre el nivel de educación de los votantes, es cada vez más profunda.

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