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FERIA DE SAN MARTÍN

Ponce no pudo con el toro bravo

Un toro bravo le salió a Enrique Ponce y no pudo con él. En cambio sí pudo con un torejo impresentable, mocho y aborregado, al que hizo su toreo y si no cortó entonces las orejas fue porque lo acuchilló de un espadazo con orificio de salida en la pura barriga.Al toro bravo, que hizo sexto, también le pudo cortar Ponce las orejas pues tenía al público a favor e incluso en plena manifestación de su falta de ganas, quizá de arrestos, o acaso de incompetencia para medirse con el toro y sacarle faena, los mozos. de las peñas le aclamaban "¡Torero!". Ya lo dice el refrán: "Cría buena fama y échate a dormir".

La buena fama de Enrique Ponce le vale para que pasen sin una sola protesta los toros mochos que le sacan, así el tercero -un vergonzoso especimen-, y se celebren sus derechazos pulcros y facilones como si fueran la recreación del arte. O para quedar bien cuando está mal, para convertir en triunfo el fracaso, según ocurrió en el sexto de la tarde.

Sierro / Ortega, Niño de la Taurina, Ponce

Toros de El Sierro, muy desiguales aunque mayoría con trapío, sospechosos de afeitado, flojos, encastados; 6º bravo; 3º impresentable, mocho, inválido y aborregadoOrtega Cano: dos pinchazos, estocada trasera y descabello (silencio); tres pinchazos bajos, bajonazo descarado, ruedas de peones y descabello; se le perdonó un aviso (bronca). Niño de la Taurina: bajonazo (oreja); bajonazo escandaloso, rueda de peones y dos descabellos (oreja). Enrique Ponce: estocada atravesada que asoma por la barriga y descabello (ovación y salida al tercio); pinchazo y estocada (ovación y salida al tercio). Plaza de San Martín de Valdeiglesias, 9 de septiembre. la corrida de feria. Lleno.

El,toro demostró su bravura levantando al cielo los cuartos traseros, luego metiendo los riñones, fija la cabezada bajo el peto, durante dos puyazos carniceros en los que el incivil matarife le apalancó trasero el hierro mientras hacía sucesivas cariocas sacando al bravo animal hasta el centro del redondel. Y la desarrolló después en los siguientes tercios, exhibiendo una embestida vivaz y codiciosa.

Debió de ser demasiado para el cuerpo de Enrique Ponce, que ensayó sin quietud los inevitables derechazos, sufrió un serio acosón al intentar el natural, volvió a tantear dubitativo, renunció de súbito a torear, requirió la espada, entró a matar y se acabó la presente historia. Cantar la gallina se llama esa figura -si la mencionan castizos-, fracasar en toda regla -si son académicos y hablan en plata-, mas a la mayoría del público ni siquiera se le pasó por la imaginación que un torero tan importante fuese incapaz de torear un toro bravo, de manera que archivó lo sucedido en el capítulo de los imponderables, y le aclamó "¡Torero!".

Llega a ser Ortega Cano quien pide la espada sin haber ligado dos pases medianamente decorosos, y la que le arman. Porque a Ortega Cano, con los toros más difíciles -uno punteaba; otro grande, manso y reservón- le abucheaban cada vez que echaba el paso atrás en el transcurso de sus tenaces intentos de embarcar las inciertas embestidas sin quedarse quieto. La verdad es que era imposible el propósito con semejante ánimo. Pero que no le toleraran las ventajillas cuando a los demás se las aplaudían, constituía un cruel agravio comparativo.

Niño de la Taurina ciñó verónicas a un toro, al otro le dio dos largas cambiadas, banderilleó atlético y animoso ambos, se arrimó con desigual templanza en el toreo de muleta, y obtuvo un señalado éxito pese a los infamantes bajonazos que rubricaron sus faenas. Ahora bien, de los tres diestros en plaza, fue el único que se cruzaba con el toro, cargaba la suerte. O sea, el toreo puro, merecedor de un toro verdaderamente bravo. Por ejemplo, el que su compañero famoso se dejó sin torear.

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