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Mexico: cambio en la continuidad

En las transiciones políticas coetáneas, europeas e ibero americanas, se produce siempre un proceso dinámico, de frenos y avances, en donde se mezclan y predominan tendencias y objetivos continuistas, reformistas o rupturistas. En México, desde hace tiempo, el tema de la transición se va abriendo camino. De forma explícita y frontal o de forma implícita y cautelosa, dependiendo de la lejanía o proximidad al poder, comienza a generalizarse la idea de un cambio gradual o radical.Sectores sociales y económicos, medios de comunicación y élites dirigentes, criticarán -incluyendo autocríticas- un longevo sistema que, aun habiendo producido una estabillidad grande, única en Iberoamérica, resultaba ya anacrónico. El periodo presidencial que termina ahora, con Carlos Salinas, lanzará un proceso de cambio incidiendo de Modo especial en asentar nuevas bases económicas y promoviendo reformas electorales, pero la reforma política sustancial -latransición propiamente dicha- se veía como un resultado de la previa reforma económica neoliberal con matices autóctonos (solidaridad). En estas últimas elecciones, la idea de cambio transición va a adquirir perfiles más claros, concretos y diferenciados. Las tres grandes opciones en juego (PRI, PRD, PAN) coincidirán, desde luego, en la idea global de cambio, pero con contenidos distintos. El resultado será un nuevo ejemplo de transición: lo que se puede denominar una transición sincrética. La continuidad se mezcla con la reforma; la ruptura encubierta, con la reforma ambivalente. La barroquización tradicional mexicana tiene así, una vez más, una traducción coherente. El triunfo del PRI, no ya con mayoría absoluta, se objetiva como la expresión de un voto por el cambio controlado, por una reforma sin alteración radical, por un reaseguro en la continuidad modemizadora. En términos convencionales, de derecha, centro e izquierda, la opción elegida será la de centro renovado: sea por estabilidad o seguridad, por miedo o prudencia. Entre otras, tres cuestiones pueden plantearse ante esta situación de transición sincrética: la vigencia de la idea de legitimidad y el juicio sobre proceso y resultados electorales; la repercusión sobre la sociedad civil mexicana y sobre la generalidad del sistema político, y, por último, el nuevo escenario político que comienza.

En primer lugar, las elecciones venían precedidas por una gran expectación, nacional e internacional (TLC, Chiapas, Colosio) y técnica (IFE, reformas electorales). Los retos eran muchos y afectaban a todos los contendientes. Para el PRI, partido dominante, la cuestión residía en la credibilidad y en la transparencia: su objetivo era ganar, pero al mismo tiempo legitimar la propia transición. El PRD, por su parte, necesitaba contrastar electoralmente su entendida legitimidad de los comicios presidenciales anteriores. Y, finalmente, el PAN, la derecha histórica, legitimar por las urnas su evolución democrática. El concepto de legitimidad, desde distintos ángulos, se convirtió, así, en un referente básico y polémico.

Las irregularidades que, sin duda, existieron, las críticas por falta de equidad, los recursos en vías de tramitación, no alteran el resultado final. Es decir, se votó masivamente, con un índice de participación nunca alcanzado, y pacíficamente, sin incidentes notables. En este sentido, no puede hablarse globalmente de fraude: con todas las reservas que puedan apuntarse, no fueron perfectas, pero sí fueron las elecciones más transparentes de toda la historia de México.

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¿En qué medida el miedo hobbesiano, presiones oblicuas, intereses corporativos hayan podido influir en este voto? Posiblemente, sí. Pero incluso el voto del temor constituye una actitud de cautela frecuente en todas las transiciones. En España, el miedo coadyuvó a facilitar también la ruptura pactada pacífica. Los acontecimientos extraordinarios que se sucedieron en México, en pocos meses, reforzaron esta actitud miedo/ seguridad y estabilidad/ continuidad. La penalización al PRI se produjo favoreciendo al PAN, pero no al PRD.

En segundo lugar, con estas elecciones se han producido tres victorias partisanas que inciden en el cambio, ya irreversible, del sistema político. La victoria de Zedillo es, obviamente, la victoria efectiva y dirimente; la victoria parcial de Cevallos consolida una eventual alternativa de futuro; la victoria de Cárdenas como victoria moral: el PRD, en todos estos años, ha sido un gran revulsivo ético y político. La oposición parlamentaria y pública del PRI) (Porfirio Muñoz Ledo, Cárdenas) y la oposición neozapatista (Marcos, Asamblea Democrática) han servido para presionar y facilitar a los sectores evolucionistas del PRI la introducción de cambios y avanzar en el proyecto democratizador.

Consecuentemente, el sistema político mexicano, a partir de estas elecciones, ya no podrá ser el mismo. La sociedad civil, el hasta ahora partido-régimen, la oposición de derecha y de izquierda están ya ante un nuevo punto de partida y ante un escenario que exigirá renovación de líderes, ya agotados, imaginación programática y ampliación del consenso. El pluralismo se ha reforzado, las demandas fluyen por múltiples ámbitos, los controles y autocontroles se generalizan. Con la aparición de la complejidad, la democratización avanzará: discrecionalidad y vacatio legis se harán ya muy difíciles y el reencuentro con el Estado de derecho, democratizador y pluralista, pueden ser posibles.

Pero el nuevo sexenio no va a ser fácil, ni social, ni política, ni económicamente: los retos y consecuencias de la modernizacion son altos y costosos. No se trata ya de continuar con un discurso sobre la legitimidad o convertirla en fundamentalismo testimonial, aunque sí sobre el perfeccionamiento de la legalidad, sino, sobre todo, de conseguir ampliar el consenso sincrético de cambio político realizado, e iniciar una real transformación de la sociedad mexicana.

Chiapas no es un simple episodio romántico o indigenista marginal, sino la punta de un iceberg profundo, contestatario y extensible. Un PRI legitimado, que pasa de dominante partido de Estado a dialogante partido de Gobierno, podrá elegir entre una opción de centro-derecha, recabando apoyos conservadores, o una opción de centro-izquierda, con colaboraciones progresistas. Para reasegurar la transición política, para profundizar en el nuevo Estado de derecho, pata lograr una sociedad democrática avanzada, esta segunda opción parece la más adecuada.

Raúl Morodo es catedrático de Derecho Político de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido observador internacional en las recientes elecciones mexicanas.

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