Woody Allen roza la perfección con una comedia digna de un clásico
El cineasta evitó presentar 'Bullets over Broadway' en la Mostra
En Bullets over Broadway, Woody Allen no encontró personaje para sí mismo y se quedó detrás de la cámara. No ímporta. El cómico neoyorquino está viviendo una etapa de su carrera en estado de gracia y convierte en oro cinematográfico todo lo que filma últimamente. Como en Maridos y mujeres y Manhattan murder mistery, roza la perfección y logra una miniatura formalmente digna de las mejores tradiciones de la comedia clásica. Por su parte, Harrison Ford, con un thriller político convencional y de trepidante factura, titulado Clear and present danger, arrolló como de costumbre y ayer todo giró aquí alrededor de su magnética personalídad. Woody no vino.
En las mejores obras de Woody Allen hay siempre síntomas de dejadez en el acabamiento formal de la película. Pero desde Delitos y faltas y, sobre todo, en sus tres últimas antes citadas, el desaliño ha desaparecido y el cineasta parece haber encontrado el gusto por lo bien hecho, por lo redondo. Redonda es la dramática agilidad de Maridos y mujeres. Redonda es también la divertidísima ligereza de Manhattan murder mistery. Y redonda sigue siendo la composición, sin respiro y sin grietas, de Bullets over Broadway.No está Woody en la pantalla, pero se le echa de menos, lo que es un indicio del dominio a que ha llegado en su oficio de escribir y filmar comedias. Ésta también roza la perfección y no oculta, sino que exhibe, su deuda con las maravillosas tradiciones de la comedia clásica que algunos cineastas europeos de entreguerras instalaron en el Hollywood de los años treinta y cuarenta, en especial Ernst Lubitsch y Billy Wilder, seguidos de cerca por otro europeo de origen, Frank Capra, y los estadounidenses de pura cepa George Cukor, Preston Sturges y Mitchell Leisen, entre otros maestros de este cine que nos reconcilia con nosotros mismos y con el asfalto que pisamos. La película Bullets over Broadway es una miniatura digna de ellos. La soltura con que Allen la construye parece hoy cosa extemporánea, a causa de la complejidad que encubre su sencillez de transcurso. Se devora, se respira. Y hay en ella dos o tres personajes antológicos, por lo que hoy tiene de nuevo el ser de siempre.
Brillantez
En este sentido, el que interpreta Chaz Palmintieri (dramaturgo, actor, escritor, empedernido poblador de la bohemia de Manhattan y protagonista de la preciosa Un cuento del Bronx, primera película dirigida por Robert de Niro e inexplicablemente inédita en España) no tiene desperdicio y se convertirá, si ya no lo es, en una de las más brillantes intuiciones -no exenta de dramatismo- cómicas de Allen.Se rumoreaba con fundamento que el cineasta neoyorquino iba este año a romper su misantropía y su miedo a los focos e iba a dar la cara en Venecia. Lo fundado del rumor venía de que Allen estaba precisamente en Venecia cuando la Mostra comenzó hace seis días. Pero el pájaro voló. Estaba aquí, pero de compras; y una vez terminadas éstasse escurrió como una anguila de las lagunas. Allen evitó convertirse en estrella de una jornada que eliminó las películas a concurso para poder concentrarse en un previsible duelo de famosos entre Allen y Ford.
Se cuenta que Woody Allen vino a comprar un viejo palazzo veneciano, conocido como La casa de los suicidas. Le va tal negocio. Hay una leyenda veneciana que cuenta que, desde que se construyó hace dos siglos, todos los dueños de este palacete se fueron al otro barrio por gusto y camino propio. Y que tras el humor de Woody Allen hay un deje de melancolía y desgarro suicidas está fuera de dudas.
Por otra parte, Gillo Pontecorvo ha organizado para sus estrellas un tenderete que le está dando buenos resultados. Cada noche, en la explanada que separa el Palazzo del Cinema del Casino, sobre un enorme escenario de espectáculos rockero, el divo o la diva de turno se somete a un baño de multitudes que alimenta el insaciable y frágil ego de quienes viven de su rostro. Anteanoche, Jack Nicholson tenía, mientras hablaba incontinente a un millar de muchachos, la sonrisa abierta de oreja a oreja. Anoche le llegó el turno a Harrison Ford. Pero el recóndito ego de Allen, peor alimentado que el de estos ¡conos del mundo,, se muerde las uñas en algún rincón oscuro de viejo niño castigado.
Harrison Ford, como siempre, está duro, intenso y convincente en la -por sí misma dura, intensa, pero no convincentetrepidante acción de Clear and present danger, dirigida por Phillip Noyce. Es un espectacular thriller doblemente selvático, pues transcurre a medias en las selvas colombianas donde hormiguean los narcotraficantes y las selvas de moqueta de la Casa Blanca y la sede de la CIA, en Washington y alrededores. El héroe Ford mueve sus cicatrices de hombre zurrado, pero entero y honesto, cogido en medio del tiroteo que entablan entre sí estas dos junglas y, a la manera de la leyenda de la identidad moral americana (es decir, solo), se abre camino y abre camino a la verdad y la justicia. Y es que cuando Harrison se cabrea al final de la película, el cartel de Medellín y la Casa Blanca, los villanos Escobar y Bush, tiemblan. También con fundamento.
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