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RAMÓN DE ESPAÑA Matt Scudder es un gran chico

Mientras novelistas como John Grisham o Tom Clancy ven como sus obras son llevadas a la pantalla sin parar, otros autores no tienen tanta suerte. Pensemos en Lawrence Block, por ejemplo. Su único libro adaptado al cine es Ocho millones de maneras de morir (Hal Ashby, 1986) y gracias al fino trabajo de reescritura de los señores Oliver Stone y David Lee Henry cualquier parecido con el original es pura coincidencia. Cosa que podrá comprobar todo aquél que se tome la molestia de leer la espantosa traducción que publicó la editorial Júcar hace unos cuantos años (entre otras perlas de esa edición, palabras inglesas como coroner (forense) o carpet (alfombra) se convertían, respectivamente, en coronel y carpeta).Y es que el pobre Block no solo tiene mala suerte con la industria cinematográfica de su país natal, sino que, además, se enfrenta a un total desinterés por su obra en el extranjero. ¿A qué se debe, teniendo en cuenta que sus novelas protagonizadas por el detective ex-alcohólico Matt Scudder son de lo más humano y excitante que pueda encontrarse en el género? Lo ignoro, pero la intención de este artículo (me encanta predicar en el desierto, lo reconozco) es convencer a algún editor de que empiece a publicar las once novelas escritas hasta el momento sobre las andanzas del bueno de Scudder por Nueva York. Un revival de la obra de Block es tan necesario y urgente como el de Simenon que está poniendo en marcha Tusquets Editores.

Conseguir que Hollywood se interese por sus libros y deje de pagarle cifras millonarias a John Grisham por sinopsis de tres folios de libros aún no escritos me supera aún más, así que lo voy a dejar por el momento y me consolaré viendo, una vez más, Ocho millones de maneras de morir. Tal vez no sea una gran película, pero sí es la única en la que puedo ver a mi adorado Matt Scudder en acción.

Si Claney se queja de cómo le cambian las novelas del analista de la CIA Jack Ryan a la hora de filmarlas (otros pensamos que sólo las expurgan del tufillo fascistón que emiten, muy lógico en un tipo que tiene un tanque en el jardín de su mansión), no sé qué pensaría Block cuando vió Ocho millones de maneras de morir.

La película se dejaba ver, pero las traiciones al original eran varias. Para empezar, la acción se había trasladado de Nueva York a Los Angeles (bastante grave si tenemos en cuenta que cada novela de Scudder se debe, leer con un mapa de Nueva York al lado). Para continuar, el hecho que desencadena la caída de Scudder (Jeff Bridges) en el alcoholismo (mata por error a una niña de ocho años, Estrellita Rivera) es aquí el homicidio de un mangante hispano. Y como traca final, se obsequia al bueno de Matt con un happy end en el que vence su dependencia del alcohol y se casa con una prostituta de buen corazón (Rosanna Arquette). O sea, que la película funciona como eficaz cinta de acción (gracias, en particular, a un Andy Garcia espléndido como canalla sudamericano devoto de la obra de Gaudí) pero deja bastante que desear en el debido respeto al gran Matt Scudder.

Todas las novelas de este personaje se basan en la creencia de que nada es blanco o negro y que la actividad humana se mueve frecuentemente en tonos intermedios. Scudder, ciertamente, ha dejado de beber, pero a costa de esfuerzos titánicos y de visitar frecuentemente las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Mantiene una relación sentimental con una prostituta, y a veces se plantea casarse con ella, pero ninguno de los dos ve muy claro queja cosa llegara a funcionar.

En estas novelas impera el sentimiento humano sobre el descubrimiento del asesino, así como el cariño y la simpatía del lector por su protagonista sobre la fascinación ante los trucos del género. Antes que literatura de género, la saga de Matt Scudder es buena literatura a secas.

De ahí lo pesado que me estoy poniendo para ver si convenzo a cualquier editor que lea esto de cuán necesario resulta traducirla.

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