Verano vasco
La polémica sobre las reinserciones ha oscurecido la significación de otros acontecimientos que fueron produciéndose en este tiempo, siempre propicio para la actividad de los sectores sociales y políticos que respaldan la estrategia de ETA. Un año tras otro, las concentraciones populares en torno a las semanas festivas de las tres capitales, singularmente la donostiarra, sirven para la puesta en práctica de la consigna que propone el enlace indisoluble de diversión y borroka. En definitiva, son la plataforma óptima para una ocupación del espacio urbano, con la exhibición de las propias propuestas y eliminación de las del oponente (la Salve, la colocación de la bandera española), creando la imagen de que la minoría activista es el pueblo vasco, o por lo menos lo que cuenta, el verdadero pueblo vasco, y que de esa afirmación resulta inevitablemente la confrontación con el enemig9 tradicional, las fuerzas del orden. Cuando surge el inconveniente de que estas fuerzas del orden son vascas, se pasa a declarar que actúan al servicio del poder extranjero -de ahí la denominación peyorativa de zipayos- y, previa amonestación a cargo de Egin de que reconsideren esa postura antinatural, pasan a convertirse en un blanco principal de la violencia.En un contexto preocupante para HB de retroceso en cuanto al apoyo político, compensado sólo por el mensaje confortante de que ETA conserva su capacidad de matar (atentado de Madrid, envuelto en otros menores en Vizcaya), y con las elecciones autonómicas a la vista, la presión contra los ertzainas se convierte en una necesidad para mostrar que la única violencia legítima entre los vascos es la que ejercen los seguidores de ETA. Más aún cuando la policía autonómica es bastante eficaz, y con algunos de sus procedimientos, como las filinaciones, no sólo logra resultados espectaculares en la lucha contra el impuesto revolucionario, sino que, según mostraron los sucesos de la Salve este año, consigue disminuir las huestes de los luchadores por la patria al eliminarse la impunidad con que hasta ahora habían venido actuando.
Guerra, pues, al ertzaina. Y con la nobleza habitual en' los procedimientos. Desde los insultos en la ¡kastola al su puesto "h¡jo de zipayo", a los automóviles quemados a fa vor de la noche, para culminar con las tundas, como las denomina la variante local del Völkischer Beobachter, si se atreven a pisar los espacios públicos dominados por los jóvenes militantes del fascismo jatorra. Fue notoria la de la parte vieja donostiarra, pero Egin puntualizaba a los Pocos días que no había sido un caso único y que tales agresiones proliferaron a lo largo de agosto. ¿Por qué irritarse ante el hecho de que un hombre muerda a un perro, fina metáfora introducida por quienes de este modo advierten a la Ertzaintza de que cese en el cumplimiento de sus deberes?
La lectura de los hechos no es difícil. Comportamientos propios de "minorías" de orientación fascista. Desarrollo de una ideología conciliadora, que ensalza la brutalidad del "buen salvaje" apegado a sus- esencias nacionales. Y, por encima de todo, fidelidad al núcleo violento del pensamiento de Sabino Arana: búsqueda de cohesión entre los patriotas para eliminar al español. (Lo de los zipayos parece obra suya). Ahora que se celebra en el País Vasco el centenario de la ikurriña y se acerca el de la fundación del PNV, no estaría mal que este partido pensara de una vez en suprimir cuanto de mitología prefascista hay en el ideario de su fundador. De otro modo, resulta imposible que la práctica democrática del nacionalismo vasco se libere de ese Mr. Hyde al que sigue alimentando y prestando reverencia.
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