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Lo vasco en Uruguay

Uno de cada seis uruguayos tiene apellido originario de Euskadi, un signo de "pedigrí" en aquel país

Juan Jesús Aznárez

El negro Sagayo fue clarín de Garibaldi en Uruguay y mantuvo el instrumento a la orden para anunciar corridas de toros. Esa fue toda la fortuna del africano. El vasco Lorenzo de Larrauri, jefe de milicias y competente en la magistratura, dispuso de tropas, y salía en marchas a Montevideo con cuerdas de presos engrillados o sujetos al cepo de campaña. Cuentan las crónicas que permanecía siempre alerta contra los matreros, los indios y los robadores de mujeres. Colaboró eficazmente con el ayudante mayor José Artigas desbravando cimarrones y aseguró la tranquilidad de los campos. Murió en 1807 en su formidable estancia de Polanco, en la que se hizo construir despacho y calabozo. Definitivamente, apellidos como Larrauri, Goitia, Lizarralde, Ibáñez o Iriondo superan en Uruguay el pedigrí de los García, Perizzolo o Sagayo.No son de extrañar, pues, las muestras de solidaridad recibidas aquí por los miembros de ETA, a pedradas o en cuchipandas de pacharán y Maitetxu mía. En este país de 4.300.000 habitantes, una guerrilla reconvertida en partido y flecos muy radicalizados, uno de cada seis tiene un abuelo de ascendencia vasca y la décima parte lleva un apellido paterno o materno enraizados en alguna de las vertientes pirenaicas.

El vizcaíno Zabala

Larrauri fue enviado por la Corona para defender los territorios españoles ultramarinos, pero otros euskaldunes que se hicieron ilustres en la política, el pensamiento, las armas o las finanzas tomaron asiento al sur del río Negro por razones diferentes: fueron fugitivos de las guerras carlistas o el servicio militar, engrosaban el exilio de la última contienda civil española o simplemente arribaron a América para regresar ricos.

No todos la consiguieron, y la mayoría no volvió. Antonio, 49 años, es uruguayo "de abuela vasca y abuelo italiano". Como otros muchos compatriotas, no posee explotaciones agropecuarias o industrias lecheras, no fundó Montevideo como el vizcaíno Zabala, no figura en orlas, ni logró cargos de responsabilidad política o administrativa. Es urbano y asalariado, pero en su acriollamiento también presume de vasco. Prefiere no identificarse porque le incomoda hablar de sus partidos a pelota en el frontón del Club Euskaro con Jesús María Goitia, extraditado a España con cargos de asesinato. Admite que sus hijos se oponían a la entrega de los tres porque evocan aún, mágicamente, antepasados de anchas espaldas y nervios de acero, las verdes campiñas, el caserío, el corte de troncos y aquellas danzas de la abuela a los sones del txistu y el tamboril.

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El terrible prontuario terrorista, conocido a retazos a través de la prensa, apenas logró ensombrecer esta romántica memoria, porque, entre otras razones, la democracia española fue aquí pasiva y los mandos policiales llegados a Montevideo no fueron los mensajeros adecuados para intentar convencer a los hospitalarios uruguayos sobre la definitiva erradicación de los espantos carcelarios de la España de Franco. Y no sólo los chavales de Antonio se empeñan en una realidad que parece ignorar la existencia de vascos pacíficos y abiertamente independentistas. También desde el patriciado político y las dos Cámaras se objetó la entrega de los tres presuntos miembros de ETA.

"La raza vasca"

"Sabíamos lo de la ETA y por dónde venían, pero eso contaba menos. Eran bastante agradables y de raza vasca, perdone lo de raza, pero se lo digo para..., para entendernos. Aquí eso es bastante importante", prosigue Antonio.

La historia explica algunos comportamientos. La peonada de negros y mulatos libertos no sobresalió socialmente en Uruguay y, como en otras latitudes, continuó sufriendo tormento amarrada al potro del estereotipo y las discriminaciones.

Esta población parda y minoritaria pronto fue superada por los adelantados de España, Italia y otros pueblos europeos, que en sucesivas oleadas impusieron la misa, el romancero, la purrusalda, la guitarra o la faca, según se llegara del Piamonte, Eibar o Valencia.

No debió ser fácil para el Gobierno de Luis Alberto Lacalle aprobar las extradiciones a tres meses vista de las elecciones generales. Su partido, el blanco, necesita de la fidelidad del voto de los hacendados y lecheros, en la órbita del PNV, pero detenidos en el tiempo cuando en los festivales y asados se evocan las tierras y valles dejados atrás por sus progenitores. No hace mucho y con buena intención, un hombre de la confianza del anterior ministro del Interior, Raúl Iturria, comentaba a este enviado: "Éste es más vasco que los propios etarras".

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