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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pastrana Obejuna

EL ESPERPENTO escenificado en la localidad de Pastrana, donde unas pocas religiosas de clausura, en parte ancianas y enfermas, fueron sitiadas, insultadas y atemorizadas por los irritados ciudadanos de este pueblo de Guadalajara encabezados por su alcalde, revela que en nuestro país aún no se ha acabado de digerir la separación entre Iglesia y Estado y, lo que es igual de grave, que principios tan elementales del Estado de derecho como el de la propiedad son puestos en duda. Afortunadamente, después del lamentable espectáculo, ayer el alcalde de esta nueva Fuente Obejuna y el obispado de Sigüenza llegaron finalmente a un acuerdo, consistente en algo tan obvio como que no se discutirá la propiedad de los bienes. A cambio, las religiosas aceptan que se queden en Pastrana las imágenes que han sido tradicionalmente objeto de culto y devoción de los fieles.

Pero la trifulca de Pastrana pone sobre la mesa el problema real, de la necesidad de que finalmente se lleve a cabo el esperado catálogo del patrimonio artístico y religioso del. país y de que se conozca qué parte de dicho patrimonio -se estima entre el 65% y el 70%- es propiedad de la Iglesia. Y esta es necesario por tres razones. La primera es que los fondos para la conservación y restauración de este ingente patrimonio son públicos. La segunda es que el hecho de ser titular de su propiedad tampoco faculta al clero para disponer de ella a su antojo, como hizo en tiempos no tan lejanos, cuando todos los anticuarios de Europa se abastecían de, párrocos que, a veces por la mera necesidad imperiosa de reparar la techumbre de la iglesia y otras por puro afán de lucro, se avenían a vender cualquier cosa bajo su custodia. La tercera es que no hay que olvidar que, en último término, los tesoros de la Iglesia proceden de la generosidad demostrada a lo largo de siglos por sus feligreses.

El caso de Pastrana pone también en evidencia una premeditada confusión que parece querer transmitirse a la opinión pública española. Del supuesto expolio de grandes obras de arte que se denunció en el primer momento a la vulgar lista de objetos de escasa importancia que finalmente parece encontrarse en el convento media un abismo.

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No es lo mismo un zurbarán o una escultura de Berruguete que la imaginería local y o las reliquias objeto de devoción, aunque sea precisamente en este último caso donde debiera existir, por parte de las autoridades eclesiásticas, una especial atención para no herir la sensibilidad de la religiosidad popular trasladando de lugar un objeto de culto popular.

Supongamos por un momento que la autoridad eclesiástica decidiese un día trasladar la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena, de Sevilla, a otra ciudad. Aunque pudieran hacerlo desde, el punto de vista legal y jurídico, no cabe duda de que, desde el punto de vista de la prudencia pastoral y del respeto a la devoción de los sevillanos, sería una verdadera locura.

Cabe preguntarse si no sería mejor que la autoridad eclesiástica misma aceptara -en éste y en otros casos de conventos semejantes- que estos objetos pasaran a un museo público para el goce de todos. Y a las religiosas que predican al mundo el desapego de las cosas podría recordárseles que el gran místico y santo Juan de La Cruz acabó quemando las cartas de santa Teresa que llevaba siempre en su saco de viaje por miedo a apegarse demasiado a ellas en perjuicio de la contemplación.

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