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Clinton pierde gas

Francisco G. Basterra

La presidencia de Clinton navega en rumbo de colisión con la tozuda realidad de Washington y corre el peligro de naufragar políticamente antes de llegar al ecuador de su mandato. Las elecciones legislativas de noviembre próximo para renovar el Congreso constituyen para todos los presidentes el examen de selectividad sin cuya superación difícilmente pueden renovar para otros cuatro años.Los dos primeros años de una presidencia son considerados por los estudiosos de la institución claves para definir el destino del ocupante de la Casa Blanca. Lo que no se haya realizado en los primeros 24 meses difícilmente se alcanzará en el segundo tiempo, en el que ya comienza la carrera electoral. El primer tiempo del partido ha debido servir también para comunicar a la opinión pública con claridad qué se pretende hacer con el mandato recibido y es obligado llegar al descanso con uno o dos logros importantes.

Bill Clinton afronta una situación doblemente preocupante. La revolución doméstica que planteó como piedra angular de su presidencia, en un intento ingenuo de olvidar el mundo y replegar al imperio dentro de sus fronteras con tinentales, corre el peligro de abortar. Tampoco el presidente, que llegó para enterrar los tradicionales modos cínicos de hacer política en Washington, ha logrado establecer una relación nueva con el establecimiento político de la capital federal ni con los norteamericanos.

Clinton demostró intuiciones correctas cuando se. aupó a la presidencia sobre el pálido George Bush y, sobre todo, sobre el comienzo de recuperación económica que le legó gratis el enterrador de la revolución Reagan. Estados Unidos no tenía el fuelle, primero económico, y luego psicológico, para continuar manteniendo su papel de policía mundial. La clase media, agotada por la economía vudú practicada por Reagan, pidió y obtuvo el cambio. Clinton prometió atender, casi en exclusiva, los agujeros domésticos: la economía, la educación, la sanidad, la seguridad urbana. Pero, enseguida, el mundo le enredó: crisis poscomunista en la URSS, estallido en Bosnia, Haití, Somalia.... Y se enredó también en su propio activismo queriendo apagar todos los incendios a la vez. Ha fallado también, aquí la intuición le ha jugado una mala pasada, a la hora de elegir su equipo.

Clinton no jugó con la economía, a pesar de sus iniciales promesas de una política industrial y de un Estado de obras con resonancias de Franklin Delano Roosevelt. Aquí su intuición se probará correcta. La economía salió del bache, el país crea empleo y está en una senda de crecimiento sostenido.

El talón de Aquiles de Clinton reside hoy en su programa social: la reforma sanitaria y la ley anticrimen. La segunda ha sido humillantemente bloqueada por el Congreso y la primera, ya muy aguada por el propio presidente desde su primiera promesa de cobertura universal para todos los ciudadanos, corre también peligro. Si consigue llevar a buen puerto estos dos proyectos aún podría encarar la segunda parte de su mandato con esperanzas de ser un presidente de ocho años.

Pero se detectan un peligroso inicio de cansancio, una falta de atención de la ciudadanía hacia el fenómeno Clinton y, lo que es más grave, una pérdida de respeto hacia el personaje. El Congreso acaba de demostrárselo. Aunque el caso Whitewater no sea ni mucho menos el Watergate, le va a resultar difícil salir a flote con este constante goteo de pequeños escándalos.

Pero hay algo más en su carácter / o falta de, en su personalidad, en su intento de controlarlo todo y hacer a la vez de presidente, director general y jefe de negociado, que podría acabar con sus mejores intenciones. No es Roosevelt, ni tampoco Kennedy, ni siquiera Truman. Carece de la capacidad de doblegar al Congreso que tenía Johnson. Está, por ahora, en la línea del peor Carter. Pero preside un país tornadizo, en el que la imagen puede con frecuencia más que la realidad. Y cabalga sobre la cresta de la recuperación económica.

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