De mito a caricatura
Los que respetan a Castro recuerdan un pasado que consideran empañado por sus actuaciones presentes
¿Está solo el patriarca? Posiblemente no haya en la segunda mitad del siglo XX un líder político que haya levantado dentro y fuera de las fronteras de su país tantas pasiones como Fidel Castro. Ya a su entrada triunfal en La Habana en 1959, con sólo 33 años, Fidel Castro era ya un mito.El héroe de la revolución, justo, solidario e implacable con los explotadores, los corruptos y los racistas. Adalid de los desheredados, protector de otros pueblos oprimidos y líder del Tercer Mundo durante tres décadas, había que ser presidente de Estados Unidos, su enemigo feroz, para no querer hacerse una foto con él, grande, con su digna barba y su uniforme de color verde oliva.
Se sabía que fomentaba levantamientos en países vecinos y lejanos, que armaba guerrillas y que reprimía a su propia oposición y disidencia con no menor brutalidad que otros dictadores comunistas. Sin embargo, casi todo el mundo observaba esto con singular condescendencia.
Al comandante se le podían permitir algunos excesos, que de ser cometidos por dictadores del anticomunismo, como Marcos o Pinochet, provocaban un grito de indignación en las sociedades democráticas. La historia estaba con él, como ya había anunciado en el juicio por el asalto al cuartel de Moncada. "La historia me absolverá".
Pero la historia ha demostrado que la condición indispensable para pasar a sus libros como un mito es morir joven. El compañero de armas de Fidel, Ernesto, el Che Guevara parecía intuirlo y supo morir en la sierra boliviana. ¿Qué hubiera hecho el Che en la Cuba de nuestros días?
¿Habría pasado ya por las cárceles castristas como otros muchos compañeros en la aventura guerrillera y revolucionaria contra la dictadura castrista? O quizá se hubiera exiliado de una forma más convencional que la que utilizó al renunciar a ejercer el poder y lanzarse a otras batallas de la emancipación armada.
Triste destino el de Castro, el de un patriarca otoñal al que su pueblo no cree ya y al que quienes lo respetan lo hacen tan sólo por un pasado que consideran cada vez más empaflado por sus actuaciones actuales.
Nadie se atreve a decirle a la gran estrella de antaño en los escenarios que ya no es sino una caricatura de sí mismo. Nadie parece tener el valor de decirle que el mundo ha cambiado tanto que él, incapaz ya de percibir la complejidad de los nuevos tiempos, no hace sino dañar a aquellos a los que secuestró para hacerlos felices.
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