Mensaje de Mallorca
DOS IDEAS transmitió Felipe González en su rueda de prensa de Mallorca, con la advertencia de que debían "dar para todo el mes": que la economía va bien y que no descarta una reorganización gubernamental que incluya el nombramiento de varios vicepresidentes. Una interpretación posible de ese doble mensaje es considerar esa eventual remodelación como un in tento de ganar tiempo hasta que los efectos de la recuperación económica se hagan sentir.González ha sostenido siempre que la clave del declive de los socialistas era la crisis económica, y ha transmitido la idea de que cuando mejore la coyuntura lo harán también las expectativas electorales del PSOE. Ahora tiene un motivo político adicional para hacer bandera de los síntomas de recuperación: su confirmación avalaría el acierto de la política de alianzas decidida tras la pérdida de la mayoría absoluta.
Los economistas más pesimistas sostienen que ninguna buena política económica es capaz de suscitar la recuperación cuando la coyuntura general es recesiva; pero admiten que una mala política sí es capaz de impedir el crecimiento aun en la mejor coyuntura. Los datos indican que la recuperación, aunque lenta, es un hecho. Negarlo de modo irritado, como hacen algunos, es una estupidez. Si esos algunos quieren, ejercer el legítimo papel de vigilante oposición política o sindical, podrían poner el acento sobre el hecho de que esa recuperación es debida fundamentalmente a causas externas -el tirón de las grandes locomotoras económicas del planeta-; podrían abrir un debate sobre la muy real posibilidad de que el crecimiento que viene no sea capaz de absorber el desempleo crónico -lo que obliga a pensar en el reparto del trabajo-, e incluso podrían poner en duda la competencia del actual Gobierno para explotar a fondo el cambio de los vientos económicos. Eso sería más sensato que cerrar los ojos ante la evidencia.
Según los expertos, el crecimiento que viene no será tan espectacular como el de la segunda mitad de los ochenta, pero sí más sostenido. Por razones de interés nacional y de propia supervivencia, el Gobierno socialista pretende no sólo no convertirse en un obstáculo a ese crecimiento, sino reforzarlo en la medida de sus fuerzas. Para ello cuenta con la colaboración de los nacionalistas catalanes. Las medidas de estímulo de la actividad productiva y reforma del mercado laboral no habrían bastado seguramente para invertir la coyuntura recesiva; pero sin ellas el cambio habría sido más lento y no habría repercutido favorablemente en el empleo. Por más que los socialistas aleguen que esas medidas estaban genéricamente en su programa, es evidente que la alianza con Pujol ha favorecido su plasmación.
Al mismo tiempo, Anguita no deja de dar motivos para que los socialistas que hace un ano eran partidarios de una alianza con Izquierda Unida (IU) se alegren de que sus tesis no salieran adelante, Así lo reconocieron los guerristas en junio, aunque mantengan su desconfianza hacia otros aspectos de la alianza con el nacionalismo catalán: sus negativos efectos para el crédito de los socialistas en otras comunidades autónomas y la incertidumbre que deriva de la negativa de Pujol a comprometer su apoyo estable al Gobierno por toda la legislatura.
De ahí que González necesite tiempo para que la mejora general se transmita a las economías familiares. Pero la crisis política de la pasada primavera -la de los escándalos de corrupción y la derrota socialista en las elecciones europeas- sigue pendiente de una respuesta política. Frente a la exigencia de la oposición de disolución anticipada de las Cortes, González no parece capaz de plantear una cuestión de confianza que refuerce la legitimidad de su Gobierno. En esas condiciones, el cambio de Gabinete aparece como una vía intermedia, practicable sin poner en riesgo la alianza con Pujol.
El problema es que tal remodelación sólo tendría el efecto psicológico buscado si implica un cambio considerable de la imagen del Gobierno. Para ello es preciso, según reconocen no pocos ministros socialistas, presentar algún tipo de programa serio, coherente y entusiasmador de acción política, y, muy probablemente, hacer algo con la vicepresidencia. Pero González está muy apegado a Serra y, además, sacarle ahora equivaldría a dar una victoria a los guerristas. González cree también que el sacrificio de su vicepresidente, después del de Sochaga, su verdadero delfín, daría de él una imagen poco favorable: la de alguien dispuesto a sacrificar a los más próximos con tal de seguir él. De ahí que la idea de un aumentó de las vicepresidencias le sonase tan bien cuando un periodista se lo sugirió en Mallorca.
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