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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El nombre de Ruanda

RUANDA ES uno de los apellidos que tiene la tragedia humana, pero Ruanda también es el nombre que ha tomado el espíritu solidario de la ciudadanía española. Frente a las profecías agoreras que anunciaban el ensimismamiento egoísta de la gente, Ruanda prueba que el ánimo de socorro mutuo, incluso del prójimo absolutamente desconocido, sobrevive y crece.Los proclives a la literatura pesimista argumentarán que es producto de un impacto mediático y que un día de éstos se producirá un episodio cualquiera que obligará nuevamente a hablar de racismo o insolidaridad. Bien, pero cuando eso ocurra responsabilicemos de ello a sus penosos protagonistas y no a toda una sociedad que, en una par te importante, ha respondido a la llamada de las organizaciones no gubernamentales (ONG) para auxiliar a Ruanda. Que pueda haber alguien que practique la caridad como terapéutica para sentirse aliviado de mayores compromisos tampoco justifica ironizar lo más mínimo sobre la belleza de este inmenso gesto colectivo de apoyo a Ruanda.

La crisis de militancia particularmente juvenil de los partidos hizo decir que era una muestra de lo desafecta que es la juventud actual al compromiso. Pero se interpretaron mal, quizá incluso con malicia, los síntomas de esta crisis. Existe entre muchos jóvenes la voluntad de ser útil socialmente, pero muchos de esos mismos jóvenes entienden que no hay una única manera de ponerla en práctica. La acción humanitaria es, para ellos, el rostro contemporáneo de la militancia en causas como los derechos humanos, la justicia y la solidaridad. La apabullante efectividad de las ONG enviando a su gente, abriendo campamentos, consiguiendo hacer todo lo posible, aunque ello, por la magnitud de la tragedia, sea insuficiente, no sólo ha despertado admiración, sino que ha hecho visible el rendimiento de los actos solidarios.

Las propias administraciones públicas han tenido que reconocer la efectividad de las ONG, a las que clímax dramáticos como el que estas semanas se vive en el África subsahariana les permite profundizar en lo que verdaderamente les interesa: en que una cultura de la cooperación sustituya los espasmos solidarios. Una cultura de la cooperación que debe aprender, en primer lugar, el propio Gobierno en sus cálculos presupuestarios, que están muy lejos de destinar el 0,7% a este capítulo. Una cultura de la cooperación que, junto a las acciones paliativas de urgencia, promueva programas de desarrollo global; que permita reclutar y preparar colaboradores estables de este magnífico ejército de voluntarios con el, por ahora, único bagaje de la ilusión. En este contexto, algunos descubrirán que no todos los operativos implican desembarcos en lugares remotos. España también es tierra de misión civil para las ONG.

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