El enigma del hombre
Gil-Albert tenía más o menos, la misma edad que Leopoldo Panero, que Rosales, que Ridruejo, por mencionar sólo algunos de los que, vencedores decidían por los años cuarenta el gusto triunfador en poesía. Por aquellas fechas, 1947 exactamente, Gil-Albert volvía a España y escribía una poesía -inédita por muchos años- que nada tenía que ver con el. neotradicionalismo ideológico y estilístico de los poetas mencionados antes, ni tampoco con cualquiera de los grupúsculos que se salieron de la ortodoxia. Sus afinidades en todo caso podían estar con los poetas del grupo Cántico, de Córdoba, pero Gil-Albert seguía solo, tan periférico como la mayoría pero no desgraciado: su vocación rendía frutos constantes y, si le leemos, comprendemos enseguida que en su determinación solitaria debía de estar y está su genuina capacidad de supervivencia.Antes de la guerra, Gil-Albert había sido un poeta imitador, interesante pero imitador. Su veta mejor, germen de su poesía más auténtica-se puede observar ya en Son nombres ignorados (1939). De aquí saltamos -con la aventura del exilio a cuestas- a Las ilusiones (1945), un libro ya genuinamente gilarbertiano, por más que sus deudas sigan siendo evidentes; Cernuda, el decadentismo posromántico.
A partir de aquí la poesía de Gil-Albert no cambia sustancialmente, como suele ocurrir en los buenos poetas atentos a - sus llamadas interiores antes que a la veleta de las modas que van y vienen. Los sonetos de Concertar es amor (19 5 l), por ejemplo, son excelentes, porque en ellos se afirma un hombre, un espíritu, y lo hace con una sobriedad perfecta y además pone contra las cuerdas el fantasma del decadentismo, la tentación que más amordaza la poesía de Gil-Albert. ¿0 es que alguien se imagina a un Oscar Wilde, por poner un ejemplo no local, dedicando un libro entero a hongos, abejorros y serpientes entre otros elementos de la naturaleza? Libros como Migajas del pan nuestro (1954) o Meta-fisica (1974), con más hojarasca ocasional, confirma sin embargo una visión del mundo que puede estar a veces cerca de la de Cernuda, pero con menos aliento metafísico o compulsión moral.
Gil-Albert es sobre todo un vitalista contemplativo, una especie sedentaria del vitalismo con más pedigrí que podríamos llamar bayroniano, y que consiste en afirmar irremediablemente la vida, siempre, incondicionalmente. Y afirmarla a sabiendas de sus oscuridades, fragilidades y abismos. Al final siempre triunfa la vida, y lo hace con una elementalidad que también podríamos llamar estoica. Un sensualismo estoico, en eso consiste buena parte de la poesía de Gil-Albert, o al menos la más interesante.
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