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Idealopatía y chivismo

Se ha leído el programa de Anguita, le ha deseado un montón de suerte a Julen Guerrero y, como si tal cosa, María Ostiz ha vuelto a cantar. Pero, por lo visto y oído junto a un ventilador lanzaroteño, hay otra enfermedad que está haciendo su agosto preventivo con sigilo aún mayor. El proceso, a vista de atajo, viene a ser más o menos así. Un sujeto cualquiera adulto, a ser posible- va y se levanta una mañana a su hora, "hoy va a pegar de aúpa, se mira de reojo en el espejo, tose a modo, mea con desgana, parpadea, toma a encamarse, deja caer la nuca sobre las sudorosas manos y, de pronto, de espaldas a la vieja costumbre de incorporarse un algo para observar lo mal que sigue yendo todo (de hace ya doce años a esta parte), aburrido y cansado como allá Cañizares sin portería, ¡oé, oé!, o Maradona sin anticatarral, ¡España!, se deja resbalar por el ayer. Caiga quien caiga, mi general Monzón.No, no es la típica víctima del infarto de la nostalgia, sino del puto y pejiguero anhelo de hacer balance honesto de su existencia, de analizar su caso punto por punto, de demorarse en ello lo que haga falta, de ir al grano y decirse a la cara, por fin, que en nada se parece su presente a aquellos ideales de juventud... Excepto Isabel Gemio, aquí nadie se salva. Se desmorona el animal pensante en cuanto reconoce que tanto desear ser Valderrama, ya ves, para acabar sabiéndose Sabina. Y, como a toda idea barriobajera, le brotan a raudales los ejemplos. Pudo Justo Fernández soñar con ser Tamames o en igualar Borrell la jacobea marcha de la esotérica Shirley McLaine. E Incluso don Felipe de Borbón podría, andando el tiempo, lamentarse no sólo de haber pisado los vestuarios de nuestra selección y no el césped artístico de la contienda, tan mal televisada. Que así de raro es el viviendo para,al final, ser víctima de la idealopatía. Así es como la llaman los médicos, para entenderse, en cuanto ven a alguno que se pasó de rosca de tanto comparar, por medio de monólogos interiores, el ideal de antaño con lo real de hogaño. ¡Quién le mandaría!

Los idealópatas se quedan hechos polvo. Son víctimas de una singular conciencia, la suya, que, al igual que algunos sociólogos, da codazos en lugar de consejos. En el extremo opuesto de ese derrumbe anímico, están las otras víctimas de moda: de Juan Guerra a José Amedo, de Naseiro a Hormaechea, de Manuel de la Concha a Mariano Rubio, de Luis Roldán a Mario Conde, de Javier de la Rosa a Carlos Sotos. Son, hasta en boca de sus esposas, "chivos expiatorios". Escuchan ellos mismos esa ambigua expresión y se reconocen de lleno en ella balan, ramonean y rumian justicieras ventajas. Mas, entre tanto, el personal indaga acerca del chivismo ilustrado. Hasta toparse con el Levítico, que es donde se nos dice por vez primera que el pueblo del Señor celebraba el gran día de la expiación como preparación a la fiesta de los tabernáculos. Allí, entre las prácticas señaladas, destaca la reconciliación solemne del pueblo, llevada a cabo mediante el ofrecimiento de un macho cabrío en sacrificio expiatorio. Hasta ahí, la santa tradición se mantiene, por lo menos de oídas. Pero suele olvidarse que, además, había la costumbre de enviar otro chivo al desierto, para simbolizar la liberación de los pecados de la multitud. Ese otro chivo, no estrictamente expiatorio, pudiera ser el más frecuente en nuestra accidentada geografía. Y no es poca ventura que, cuando este país se desertiza, ya tengamos manadas para poblar su superficie.

En el fondo, la clase dirigente se siente en este instante condenada a la idealopatía o al chivismo. La primera te deja por los suelos. El segundo, en cambio, te da como a elegir lo que te toque en suerte: altar del sacrificio (Alcalá Meco) o inmensidad de arena. Yo tuve la sospecha de tan encabritado desenlace cuando, hará cosa de diez años, muy cerca del desierto de Almería, vi en una tapia blanca esta pintada: "Estamos hasta las pelotas de las cosas bien hechas".

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