Poner el libro en la conversación de la gente
En el 150ª aniversario de La isla del tesoro y en el cincuentenario de El principito, el poeta Luis García Montero ("de versos diáfanos e inteligentes", que diría Octavio Paz) requirió ayer a los editores españoles reunidos por primera vez en congreso en Granada para qué contribuyeran a poner el libro en la conversación de la gente. Él recurrió a su infancia recuperada, que es la historia de sus propias lecturas, para recordar qué difícil sigue siendo en este país que los libros circulen, tengan prestigio y se lean, y para que sean además una diversión desde la infancia. Para ello contó una anécdota que ilustra el tradicional abolengo de los planes de estudio y las puertas oxidadas que se han hallado millones de adolescentes españoles cada vez que se les han acercado los libros.Siendo muy niño, el poeta granadino fue conminado por su maestro a que, le hablara de Campoamor, y el chico, al que su padre había educado recitándole versos, le empezó a decir de memoria El tren expreso. El maestro le interrumpió en seguida y le gritó desde su sitial:
-¡Fechas, fechas! ¡Déjate de lo menos importante: quiero fechas!
Los alumnos se han desayunado con la obligación de introducirse en la literatura por el castellano antiguo y hoy hay estudiantes de tercero de la carrera filológica que aún no han leído -ése fue el ejemplo elegido por García Montero- Cien años de soledad.
En la genética de la cultura española se desprecia "la minuciosa lentitud de los libros" en favor de otros objetos culturales de más rápido consumo y de divulgación más ligera, y se tiene a gala, dijo el poeta, no leer aquello que cuesta esfuerzo; pero no hay que ignorar también que los escritores que lo fian todo al experimento y a la élite contribuyen lo suyo a que la gente se aleje de "ese paisaje moral que constituyen los libros, el espacio donde el deseo, puede seguir conspirando, la patria de los escritores de la que hablaba Benedetti", que de todas estas maneras calificó el poeta García Montero lo que también llamó "la débil cultura del libro".
Era la primera vez que los editores españoles se reunían en congreso. En los años sesenta se veían casi clandestinamente, primero en las instalaciones de Espasa Calpe y luego en las de Selecciones del Readers Digest, y allí hablaban sobre todo de los problemas que les enfrentaban a la Administración; después nombraban a unos representantes y se reunían con el funcionario de turno en el hotel Palace a tomar un café y a ver qué se podía hacer para resolver todas las cuestiones pendientes.
Así es como lo recuerda una veterana editora, Flora Morata, que ayer estaba en la clausura del congreso de Granada. Los problemas siguen siendo los mismos, dice ella, "pero ahora da la impresión de que nos siguen quitando muchas cosas". Ahora, por fin, se han juntado todos para decirle a la Administración en público cuáles son las aspiraciones del sector editorial para difundir mejor los libros en España y en América, para limitar la edición institucional, para nutrir mejor las bibliotecas y, como decía García Montero utilizando una frase del editor y escritor mexicano Sealtiel Alatriste, "para poner el libro en la conversación de la agente". Quieren los editores, por ejemplo, como decía su presidente, Fermín Vargas, que la Administración se tome en serio que, del mismo modo que creer en Dios y contribuir a su culto desgrava, que desgrave también comprar libros, de Borges, de Cervantes, de Shakespeare o de García Lorca, y quieren que el libro sea invitado y protagonista de los programas de televisión y de radio, y lugar común antes de que se instale definitivamente en nuestra sociedad El Lugar Común.
Pedro Salinas hablaba en su Defensa de la lectura de leedores y lectores; García Montero lo recordó también, y puso en guardia a los que desde la Administración siguen cercenando las humanidades en los planes de estudio, como responsables del abandono progresivo del prestigio y del gusto de la lectura.
No ahorró el poeta varapalos a la industria, editorial, que, según él, ha olvidado el viejo prestigio de los catálogos profundos y lentos, como una obra de arte, y se ha metido, y ha metido a las librerías y a los medios de comunicación, en el tobogán de las novedades, y que además no contribuye, por su responsabilidad propia o con ayuda ajena, a impedir que los libros a veces cuesten tanto, dijo, como la droga dura; pero dejó tan encantados el poeta a los editores que cuando abrieron el turno de preguntas de su discurso de clausura, Federico Ibáñez, ex director general del Libro, le instó, simplemente, a que siguiera hablando. En silenció le escuchó, entre otros, el presidente de la Unión Internacional de Editores, Fernando Guedes, que antes de volver a Portugal dejó dichas estas palabras: "La salud del libro es buena, aunque los editores siempre nos quejamos mucho. La crisis económica no nos ha afectado tanto, y la vida marcha; con las nuevas tecnologías sufrirán el libro de referencia y los libros científicos, y con los audiovisuales sufrirá el libro infantil. Pero resultará intocable la literatura". Y eso hizo respirar feliz al poeta que había empezado su discurso deduciendo que no" eran tiempos para júbilos porque parecía que ésta es una mala época para el libro.
Babelia
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