La lucha en Kigali impide a la ONU rescatar a 30.000 civiles
Las tropas francesas, impotentes para acabar con las trágicas matanzas de Ruánda
La intervención humanitaria de tropas francesas en Ruanda aún no ha logrado grandes frutos en su intento de detener las matanzas étnicas y de salvar a miles de refugiados. De momento, su actuación se centra en la zona, bajo control hutu, fronteriza con Zaire. Pero en la capital del atormentado país africano, Kigali, la guerra prosigue con su enconada violencia, y ayer mismo hizo imposible que las fuerzas de la ONU pudieran rescatar a 30.000 civiles, en su mayoría tutsis, atrapados en la zona de la ciudad bajo control del Gobierno.Entretanto, en el área de actuación francesa nadie sabe el número de muertos. Los testimonios son mudos, como la tierra removida que esconde cadáveres recientes o las aguas del lago Kivu. La región noroccidental de Ruanda -un cementerio, como todo el país- está ahora en calma, pero fue la primera, en febrero, que sufrió el azote de la guerra.
Las fuerzas del Frente Patriótico Ruandés (FPR, mayoritariamente tutsi) lanzaron terribles incursiones sobre Gisenyi y Ruhengeri desde sus bases ugandesas. Quedan el miedo, la enfermedad, los ojos febriles en la penumbra de los chamizos. Y queda la vida, la alegría inexplicable de los niños, que corren y ríen al paso de las tropas francesas de la Operación Turquesa, que aún no saben cómo poner fin a la inmensa tragedia humana.
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Ruanda es un gigantesco campo de refugiados
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Una patrulla de 30 soldados franceses con base en Goma y Zaire) exploró ayer la zona, con la misión de localizar campos de refugiados y determinar sus necesidades. Una misión muy difícil. Más allá de la ciudad de Gisenyi, relativamente ordenada, con su puertecillo pesquero y sus chabolas, todo el país es un gran campo de refugiados, sujeto a todo tipo de amenazas.
Más de 500.000 personas han abandonado sus hogares en el norte de Ruanda durante los últimos seis meses y han marchado hacia el oeste, hacia la teórica seguridad de la frontera zaireña. Muchos han sido asesinados o han muerto por la malaria, por heridas infectadas, por simple debilidad. Otros han preferido quedarse por el camino, cobijados por familiares, conocidos o simples aldeanos sin odios. En un país tan diminuto como Ruanda, con un tamaño comparable al de Aragón, agreste y hermoso, todos se sienten perdidos. Todo el mundo busca alguien o algo, y no lo encuentra.
"Todo bien, todo bien, todo bien ahora", repite mecánicamente Boiko, un ex campesino hutu que participó en el éxodo desde Kibungu (este de Uganda) hacia Gisenyi, y para quien las tropas francesas son "nuestros hermosos salvadores". Los franceses y la mayoría étnica hutu se llevan bien desde hace tiempo. El mando de la fuerza expedicionaria francesa subraya su "absoluta neutralidad", pero el caso es que han elegido Goma, en Zaire, como base, y que desde allí están entrando en una zona tradicionalmente hutu y controlada aún por el Ejército gubernamental, al que han proporcionado durante años todas sus armas.
Orgía de horror
Gisenyi era precisamente la ciudad natal del presidente hutu Juvenal Habyanirama, cuya muerte (en un más que probable atentado el pasado mes de abril) hizo de la guerra una orgía de horror puro, y por ello fue durante meses uno de los objetivos principales de las incursiones del FPR. En estos momentos, los rebeldes tutsis del FPR están lejos de Gisenyi, al otro lado del país, en la mitad oriental. Y ahí no hay francés que se acerque.
Goma (Zaire) y Gisenyi (Ruanda) son ciudades casi siamesas, unidas por una avenida que llaman de los Pesos Pesados. Durante el día, la frontera es permeable. Al caer la noche, a eso de las seis, se cierra. Los franceses están de vuelta en Goma, y en Gisenyi y más allá quedan a oscuras las tragedias. La de la capital, Kigali, a 160 kilómetros, donde siguen los combates, y las de docenas de aldeas tan ahogadas en sangre que el mundo jamás sabrá de ellas. Se escuchan muchas cosas en Ruanda. Testimonios de muertes lentas, atroces, masivas, absurdas, incompatibles con la dignidad humana. Muertes que no pueden. describirse sin temblar y para las que no hay palabras. Sólo miradas que es mejor no ver.
Los 3.000 militares franceses dicen sentirse cómodos en Goma. Acampan junto a ellos 300 soldados senegaleses, adheridos al mandato humanitario del Consejo de Seguridad de la ONU, y las jornadas transcurren al ritmo mortecino que impone la solana de África. Pero nadie sabe cuánto durará la transigencia del laberíntico régimen zaireño, manejado por un presidente, Mobutu Sese Seko, en eterna inestabilidad y especializado en hacer fintas. Todos los partidos de oposición de una parte del Gobierno claman contra la "invasión de Ruanda desde Zaire" y contra la "nueva aventura colonial francesa". Zaire es un país inmenso y volátil, en el que hace sólo tres años se produjo un saqueo generalizado que no dejó piedra sobre piedra. Y la frase es literal: de la factoría de General Motors no quedaron ni las paredes, y barrios enteros se evaporaron ladrillo a ladrillo. No hay garantía de nada, y la situación se hará imprevisible si el frente, ahora en la perpendicular de Kigali, se desplaza hacia el oeste.
Los franceses, de hecho, aún no saben nada. Están confeccionando nuevos mapas, porque los que traían eran inexactos. Están intentando hacerse una idea de la nueva geografía humana de Ruanda, porque la guerra lo ha removido todo. Y aún no pueden estimar siquiera la ingente cantidad de medicinas y alimentos que hacen falta. Pequeñas unidades médicas, locales, de Médicos sin Fronteras o de la Cruz Roja, se afanan heroicamente, aquí y allá, por salvar unas cuantas vidas en un país abrumadoramente denso y abrazado por la muerte.
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