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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desafío norcoreano

MÁS DE dos años se prolonga ya la escalada de tensión en tomo a la posible fabricación de una bomba atómica por Corea del Norte. En varias ocasiones, las inspecciones del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) -siempre limitadas por el Gobierno de Pyongyang- han dado resultados dudosos, que han despertado dudas e inquietud en Asia y en el mundo, especialmente en EE UU.En las últimas semanas, la tensión se ha agudizado considerablemente: el Gobierno de Kim II Sung -el dictador estalinista en el poder desde la guerra de 1950-1953- ha impedido a los inspecitores del OIEA comprobar si los norcoreanos han desviado de sus instalaciones oficiales suficiente plutonio para fabricar una bomba atómica o incluso varias. En su informe al Consejo de Seguridad de la ONU, el OIEA asegura que Corea del Norte incumple sus obligaciones como firmante del Tratado de No Proliferación.

¿Qué respuesta debe dar la ONU a esta provocación? La primera que muchos han barajado es la imposición de sanciones económicas. Estados Unidos lo ha recomendado, y muchos Gobiernos apoyan la idea, a pesar de una declaración de Kim II Sung amenazando con una guerra en caso de sufrir sanciones. El mayor problema es la falta de disposición china a aplicar estas medidas. Pekín ha dicho que no es favorable "al empleo de medios que agravarían la confrontación". Y no hay signos de que China presione a Pyongyang para que adopte una actitud más conciliadora. Tampoco Moscú parece favorecer las sanciones.

Otra opción sería que EE UU, y eventualmente otros países, adopten sanciones unilaterales contra Corea del Norte. Pero su eficacia sería escasa. Es China la que suministra a Corea del Norte no sólo el 75% de su petróleo, sino también alimentos y otros productos esenciales. De Pekín depende, por tanto, la operatividad de tales medidas. Después del gesto de EE UU de renovar a China la cláusula de nación más favorecida, cabría pedir a Pekín mayor cooperación. Un dato sorprendente en este orden es que Japón (uno de los países más amenazados por una bomba norcoreana) también es reticente a acciones de mayor contundencia.

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La reacción de Corea del Sur ha sido hasta ahora tranquila ante las amenazas que pesan sobre ella. Ha tomado medidas para poner en estado de alerta a sus Fuerzas Armadas. También EE UU ha reforzado las unidades (unos 37.000 hombres) que tiene en Corea. Sin embargo, incluso en los círculos más responsables de la Administración norteamericana existen dos escuelas en la interpretación de la actitud de Kim II Sung. Ambas coinciden en que éste está obsesionado por la seguridad y el mantenimiento de su poder. La escuela pesimista considera que Kim cree imprescindible la bomba atómica para su propia seguridad. Y que por tanto asumirá todas las consecuencias, incluido un enfrenta miento militar. La otra escuela cree que Kim está jugando la carta de la bomba atómica para lograr que EE UU acepte negociar con él unas condiciones políticas y económicas que le saquen del pozo en que está y le ayuden a mantenerse.

En esta hipótesis, una actitud firme de la ONU debería conducir a nuevas negociaciones. En todo caso, la comunidad internacional no puede transigir ante el régimen norcoreano. No sólo existe la grave posibilidad de que un déspota iluminado como Kim II Sung disponga de armas nucleares. Está en juego la credibilidad del Tratado de No Proliferación y, por tanto, una pieza clave del sistema de seguridad colectiva internacional.

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