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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hace 50 años

¿QUÉ HA sido de Europa en estos últimos 50 años? ¿Qué representa hoy el desembarco aliado en Normandía para librar al continente de la opresión nazi, que mañana, 6 de junio, se conmemora? Es en estos casos en los que se impone la evidencia de que, pese a todas las Bosnias y todas las dudas sobre convergencias económicas, Europa existe como una unidad. En los últimos 50 años hemos trazado un círculo completo: el continente en ruinas, la ayuda americana, el enfrentamiento con la Unión Soviética y el paulatino restablecimiento de una presencia intemacional europea.Si el mundo de hace medio siglo inauguraba lo que se ha conocido como era bipolar, dominada por Washington y Moscú, este fin de siglo asiste, en cambio, a un proceso de reordenación de las líneas de fuerza planetarias en torno a varios polos: siempre Estados Unidos, un bloque extremo-oriental centrado en China y Japón, una Rusia que pugna por sucederse a sí misma y, esperanzadamente, Europa como nuevo poder de cohesión, no de enfrentamiento, internacional.

Todo eso no quiere decir que no haya problemas, como muestran abundantemente las propias celebraciones de estos días. El hecho central de la construcción europea ha sido la creación del eje franco-alemán. Iniciado con el plan que uncía en 1950 los recursos de Francia y Alemania para la producción del carbón y del acero, multiplicado con la fundación del Mercado Común en 1957, apadrinado por De Gaulle y Adenauer, ratificado políticamente por el Tratado entre París y Bonn, en 1963, y culminado con la actual realidad de la Unión Europea, esa red de trabajo en común no ha podido despejar, sin embargo, todos los recelos.

Cuando los veteranos norteamericanos, británicos, canadienses y franceses de la Resistencia se reúnan en las playas de Normandía faltarán aquellos que, marcadamente, han sido excluidos: una representación oficial de Alemania. Es cierto que las celebraciones no deben implicar olvido y existen, además, fuerzas políticas de extrema derecha que se refocilarían en darle un interesado contenido a la conmemoración. Pero, si bien Europa no tiene derecho a olvidar el horror, aún es más cierta su obligación de saber mirar hacia adelante. Y, por ello, se echa de menos un gesto que reuniera en un abrazo, no a demócratas y totalitarios que combatieron en las playas de Normandía, sino a los sucesores de todos ellos, hoy unidos en un mismo propósito de construcción democrática europea.

La Alemania que hoy también conmemora el desembarco de junio es la que ha archivado un pasado que hay que conocer bien para no repetir jamás, la que vuelve a ser la de Kant y Goethe, de Beethoven, Schiller y Heine, y también de Hegel, pese a su utilización como señuelo por tantos fabricantes de monstruosidades.

Los nombres de Omaha, Utah, Juno, Sword aluden a las playas de un renacer; marcan la entrada incontenible de Estados Unidos en la dirección de media humanidad. Hoy, 50 años más tarde, hay quien dice que Washington se repliega, que siente una soledad del superpoder que, posiblemente, no imaginaba tan dura. Pero sigue siendo la mayor potencia militar, económica y democrática sobre la Tierra. Nunca tantos seres humanos han vivido tanto tiempo sobre tan gran extensión de territorio bajo un ordenamiento tan democrático.

Ése es el Estados Unidos de América, el salvador de ayer y el aliado de hoy. España, aislada por guerras, dictaduras, atraso y excentricidad histórica, no combatió en Normandía, aunque todos sabemos hacia dónde iban las cautas preferencias de un dictador mezquino. Sí hubo, en cambio, no pocos españoles entre los que combatieron al nazismo en la Francia ocupada. Y, por ello, también está presente hoy España en la conmemoración del nacimiento de un mundo desde su democracia recobrada. No hay Roldanes ni Rubios que puedan falsear esa realidad. En la memoria de todos vive algo grande que pasó en Normandía hace 50 años.

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