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Casta de torero bueno

Sepúlveda / Manzanares, Ojeda, Ponce

Cinco toros de Sepúlveda de Yeltes (uno fue rechazado en el reconocimiento), encastados; 6º poderoso, manso. 5º de Román Sorando, manso. Todos con trapío.

Manzanares: pinchazo hondo, rueda de peones, pinchazo y estocada tirando la muleta (algunos pitos); pinchazo hondo caído y descabello (pitos). Paco Ojeda: estocada corta trasera y rueda de peones que tira al toro (pitos); pinchazo, otro hondo bajo y dos descabellos (bronca). Enrique Ponce: estocada baja (oreja y dos vueltas al ruedo); cuatro pinchazos y descabello (gran ovación y salida al tercio).

Enfermería: asistido el picador Martín del Olmo de cornada grave en un muslo.

Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 19ª corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

Valor y torería derrochó Enrique Ponce para torear al sexto toro, que era un manso de poder querencioso a su espacio natural de los chiqueros, y hubo por ello gran conmoción en la plaza. En la pelea que allí se sustanciaba, se imponía la casta torera, casta de torero bueno que atesora este Enrique Ponce, tantas veces adulterada y relamida por su empeño en hacer un toreíto de relativo fuste y mucho efecto.El toreíto se produjo en su primer toro, en el que hubo otra conmoción, la plaza convertida en un clamor, luego revuelta contra el presidente porque concedió una oreja y pedían dos en premio a la gustosa faena de Enrique Ponce. Mal síntoma es ese. Cuando el público da más importancia a una oreja que a la corrida entera, es que ahí no hay afición ni nada que se le parezca, y la fiesta va tocada de ala. Habían ocurrido lances importantes en el ruedo, saltaron a la arena toros encastados, uno sacó poder y le pegó una cornada seria a un picador, dos figuritas salieron con las posaderas al aire, se vió toreo, y eran las tantas de la noche cuando algunos aún seguían rumiando su frustración por haberse quedado sin ver la segunda oreja.

En realidad, el presidente, Luis Espada, acertó al no concederla, porque Enrique Ponce no toreó al natural ni mató por el hoyo de las agujas. Desgranó derechazos de limpia factura, pases de pecho hondos, hermosas trincherillas, acordes con la nobleza del toro. Y, sin embargo cuando se echó la muleta a la izquierda, ya parecía otro torero. Cuatro naturales sin reposo ni templanza dio, y volvió rápidamente a armar la muleta en la derecha, que es su mano y su fortuna. Finalmente puso la plaza en pie con los ayudados a dos manos.

Este final de faena, a manera de scherzo sublime para coronar la sinfonía (la frase se las trae, es preciso reconocer; prohibida su reproducción sin permiso del autor), Enrique Ponce lo borda. Y además ha sentado escuela porque ya todo el mundo concluye sus faenas con los inevitables ayudados por. bajo scherzando. Para instrumentarlos, Ponce arquea la pierna, pero previamente se agacha y en esta postura sustancia el alarde entero de los ayudados. El resultado es de una plasticidad arrebatadora.

La afición veterana ya conocía el ayudado a dos manos de antiguo, aunque con algunas variantes que se correspondían con la lógica de la lidia y lo dotaban de mayor emoción y belleza. Se daba al principio de la faena, cuando el toro estaba enterizo, para castigarlo, dominarlo y que se enterara de lo que vale un peine. El torero no se agachaba: antes bien, citaba derecho y cruzado; al embestir el toro, le cargaba la suerte, arqueaba la pierna y la rodilla hacía eje sobre la riñonada del toro, mientras el muletero lo embebía en el engaño obligándole a doblar el espinazo.

El ayudadómetro y otros instrumentos mensores del arte son muy útiles cuando hay un torero gustoso y un toro noble en plaza, como fue el caso, pero sirven de poco si sale el torazo, es manso, derriba, se lleva al picador colgado del pitón, topa, huye, y este fue el caso también, en las postrimerías del festejo. Entonces lo que hace falta allí es un torero de casta, que sepa lidiar y lidie, que tenga entereza para aguantar las intemperancias del toro y ciencia para dominarlo. Todo eso desplegó Enrique Ponce en el transcurso de una faena emotiva y aclamada, que habría merecido la oreja y hasta la puerta grande, si llega a matar bien.

Acompañaron al torero Manzanares y Ojeda, en plan comparsas. Aquel pegaba un pase y echaba a correr, mientras este también corría pero no lo pegaba. La diferencia es notable. Manzanares bregó con decoro e hizo un quite por chicuelinas, en tanto Ojeda dio capotazos torpes y lidias infames. De esta figura llegaron a decir que Belmonte, a su lado, era Don Nicanor Tocando el Tambor. Ahora, en cambio, lo dicen al revés. Las cosas de la vida.

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