Kohl, Miterrand y González han pactado en secreto no adoptar la moneda única en 1997
España ha logrado arrancar a sus socios comunitarios Francia y Alemania el compromiso de que la tercera fase de la Unión Monetaria y Económica (UME), que supone la creación de la moneda única europea, no comience en 1997, la primera de las dos fechas que prevé el Tratado de Maastricht. El presidente del Gobierno, Felipe González, ante el temor de que España no logre estar en el pelotón de salida de la UME, sostuvo una serie de conversaciones reservadas con sus homólogos francés, François Mitterrand, y alemán, Helmut Kohl, para conseguir su respaldo.
Los dos dirigentes prometieron a González que renunciarán a la moneda única en 1997, incluso si se da la minoría de países necesaria para poner en marcha el proceso, según confirmaron a EL PAÍS altos funcionarios comunitarios que dirigen el proceso de unión monetaria y de la Administración española.Las conversaciones entre los tres dirigentes europeos para retrasar la adopción de la moneda única europea comenzaron poco después de que el canciller alemán, Helmut Kohl, declarase en público el verano pasado que sería conveniente alargar los plazos de la unión monetaria "uno o dos años". España y Francia reaccionaron oficialmente en contra, pero se dispusieron a discutirlo en privado y lo han hecho en diversas conversaciones establecidas en los últimos meses mantenido en secreto, según las fuentes consultadas.
Malos indicadores
El Consejo Europeo deberá decidir por mayoría cualificada antes del 31 de diciembre de 1996 si se adopta la moneda única europea en 1997 y qué países están en condiciones de hacerlo. El Tratado de Maastricht especifica una serie de requisitos en materia de deuda pública, déficit público, inflación, tipos de interés y estabilidad de la divisa para poner en marcha la tercera fase de la unión monetaria.
La decisión se enfrenta ahora a una nueva vía. La promesa de Kohl y Mitterrand a González de que la Unión Europea no adoptará la moneda única en 1997 tranquilizó al Gobierno español, que temía que los deficientes indicadores económicos de España la condenasen a la segunda división de la Unión Europea (UE). Sin el apoyo de Francia y Alemania, el proyecto de divisa común no tiene posibilidad de prosperar.
El carácter reservado de las conversaciones entre los tres dirigentes europeos se acentúa por el hecho de que ni el Consejo de Ministros de Economía, ni el Comité Monetario, que agrupa a los subgobernadores de los bancos centrales europeos y a los responsables del Tesoro, hayan tratado oficial mente el tema.
La actitud de Kohl y Mitterrand no es sólo una concesión a los temores de España. Representa también una respuesta a las crecientes dificultades de sus propias economías para cumplir en 1997 los estrictos requisitos que exige Maastricht.
En cualquier caso, el pacto entre Francia, Alemania y España aleja el peligro de una ruptura insalvable en el seno de la Unión Europea. Una fractura que algunos Gobiernos europeos -el español, entre ellos- consideran una grieta entre ricos y pobres.
Queda la segunda convocatoria, en 1999. El texto del Tratado de Maastricht establece que, ese año, bastará con que dos países cumplan los cinco requisitos y deseen la unión monetaria para que la moneda única vea la luz. Las conversaciones entre Mitterrand, Kohl y González, sin embargo, dejaron abierta la posibilidad de que tampoco se respete esta segunda convocatoria, según las fuentes consultadas. En función de la evolución de la crisis que actualmente sacude a Europa, la adopción definitiva de la moneda única se podría retrasar un par de años más, hasta entrado el siglo XXI.
En el entorno comunitario se ha comenzado a vislumbrar un paisaje bastante diferente del que originalmente dibujó el Tratado de Maastricht. En lugar de una divisa común, se empieza a barajar la hipótesis de acuerdos entre monedas.
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