Inolvidable '
Ante todo, celebro la idea de que se realice un sondeo para establecer cuál es la escultura que más ha gustado entre los habitantes de Madrid. Se trata, como ya lo he manifestado, de un regalo, y por esa razón deseo que la escultura que finalmente permanezca en la ciudad sea, por supuesto, la predilecta de los madrileños, pues aquéllos han recibido mi obra con una calidez inolvidable.En efecto, la acogida ha sido colosal. Para mí, ésta ha sido una experiencia extraordinaria, y estoy seguro de que sería igual para cualquier artista. Lo cierto es que es una exposición sin precedentes, no sólo por el entusiasmo que ha despertado entre el público, sino porque ha logrado una meta que cada vez considero más valiosa y perentoria: cerrar la brecha entre el público y el arte, reducir el abismo que se ha abierto entre unos y otros, y sacar el arte de los reducidos salones de los especialistas para que se traduzca en celebración popular.
Por supuesto, toda obra artística que tiene un carácter nuevo y original, forja da a contracorriente, provoca diversas reacciones, unas a favor y otras en contra. Eso, en primer lugar, no me parece malo. Al contrario, pues el arte que no genera debates es un arte muerto que no logra remover los sentimientos del espectador. Más aún, se podría decir que una prueba de la vitalidad de la obra está, precisamente, en las controversias que pueda desatar, y en las opiniones que pueda encender. Si el arte tiene la fuerza y el latido de las cosas vivas, entonces tendrá amigos y detractores, y no podrá prescindir de unos ni de otros.
En segundo lugar, la polémica es natural por otra razón. El arte nace de la inconformidad con las fórmulas estilísticas de su tiempo y de todos los tiempos. El verdadero artista necesita una forma de expresión diferente y, en cierto modo, su importancia está en relación directa con su inconformidad y su rebeldía. Es por esto por lo que el arte es una revolución permanente. Y también por esto sería una ingenuidad pretender que una obra que nace, justamente, de la inconformidad, produzca una sola reacción uniforme y no, más bien, una diversidad de reacciones. El auténtico artista vive en desacuerdo con su época, y el tamaño de su huella depende, en gran medida, del tamaño de su insatisfacción con los cánones establecidos.
Sin embargo, esto me lleva a un punto en el cual quisiera detenerme. Algunas personas se han referido a mi exposición en términos poco menos que desobligantes. Eso, desde luego, no es más que un detalle de la exhibición, y lo verdaderamente esencial es el multitudinario abrazo del público madrileño. No obstante, aquéllos han sugerido que la entusiasta acogida es una prueba de su falta de calidad estética. Y aquí advierto una verdadera aberración en esa concepción del arte. Estos supuestos vanguardistas no han entendido que su posición es la menos revolucionaria de todas. La auténtica vanguardia consiste en aventurarse a explorar territorios desconocidos, y no en formar parte del rebaño que aplaude y rechifla al mismo tiempo, el que acepta o condena al ritmo de las modas.
Además, no creo en esa equivalencia entre popularidad y falta de calidad. ¿Quién ha dicho que el gran arte no le debe gustar al gran público? La exposición que hasta ahora lleva el récord de mayor asistencia, es la que se realizó de Van Gogh hace unos años en Amsterdam, la cual fue visitada por más de 600.000 espectadores. ¿Hay alguien con la osadía de insinuar que, por esta razón, los cuadros de Van Gogh carecen de calidad estética? Lo que sucede es que aquí prevalece una grave confusión, porque una cosa es ser un pintor con éxito, y otra muy distinta es ser un pintor comercial. Quizá valga la pena recordar que durante años, al inicio de mi carrera, mi obra produjo un rechazo considerable, y tomó mucho tiempo antes de que el público entendiera mi posición y la respaldara. La verdad es que nunca me ajusté al gusto del público, y jamás fui un artista de moda, aunque, claro está, habría sido más cómodo pactar con las corrientes del momento y matricularme en alguna de las escuelas de entonces para evitar las críticas. Más cómodo, sin duda, pero al coste de crear una obra quizá menos perdurable.
De otro lado, estas personas han sugerido otro elemento que me inquieta, y es que mi obra no ha sido bienvenida entre los críticos de arte. La razón por la cual me molesta es porque es falso. Me incomoda tener que decir estas cosas, pues tal vez no me corresponde, pero en un mundo donde prevalecen tantos malentendidos nadie debe permanecer indiferente ante la desinformación. Por ello, quiero señalar que mi obra ha generado centenares de artículos favorables, escritos por indiscutibles autoridades del arte. Además, se han publicado más de veinte libros acerca de mi obra, casi todos realizados por críticos reconocidos mundialmente. Para sólo mencionar algunos, me gustaría destacar el texto de Werner Spies, autor del catálogo de la obra de Picasso y de Max Ernst; el de Gilbert Lascault, profesor de historia del arte de la Universidad de la Sorbonne de París; el de Edward Sullivan, profesor de historia del arte de New York University; el de Klaus Galluitz, director del Museo de Francfort; y los penetrantes ensayos de los novelistas Mario Vargas Llosa, Ernesto Sábato y Alberto Moravia.
Adicionalmente, también me parece que tiene mucha validez la opinión de otros innegables conocedores del arte: los directores de los grandes museos que me han invitado a exponer mis obras. Hasta el momento, he realizado más de 25 exhibiciones retrospectivas en algunos de los museos más importantes del mundo, como el Museo Hirschhorn de Washington, el Centro Reina Sofía de Madrid, el Museo Pushkin de Moscú, el Museo del Hermitage de San Petersburgo. He expuesto mi obra en seis museos japoneses y en siete alemanes, y mis cuadros están colgados en varias de las colecciones públicas más importantes, como la del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Museo Guggenheim y el Museo Metropolitano de la misma ciudad.
Lamento tener que traer a cuenta estos hechos, pero como alguna vez lo anotó Jorge, Luis Borges, no por ser obvias las cosas hay que dejar de decirlas.
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