¿Quién se lleva las flores de mayo?,
Los ramilletes de los puestos callejeros son algo más que un detalle
Quién se lleva bajo el brazo esos claveles abultados que esperan comprador junto al metro de Cuatro Caminos? Esas margaritas que Victoria vende desde hace 30 años en la glorieta, desde aquellas épocas en las que las rosas se vendían en unos carros a poco más de 30 euros, que era una glorieta aquello, hasta este mes de mayo -el de las flores-, en el que una sombrilla de bar protege a sus rosas y a sus claveles del leve sol: "Venga, hermoso, llévate dos docenas, unos blancos y otros rojos; por ochocientas te los doy todos, mira... La gitana tiene 50 años, lleva unos pendientes de oro y corales y sus ojos brillan chispeantes sobre una piel lustrosa de color café. El hermoso al que interpela es un joven de camisa de rayas y gafas de concha que parece estudiante o economista y que tiene 26 años, y es lo segundo, economista. Los claveles rojos y blancos son para Maria Jesús, su mujer, que lo es desde hace cinco meses. La única razón para comprarle flores es que ha salido de trabajar y se ha acordado de que a ella, que es psicóloga, le gustan mucho las flores.
Ya vinieron los niños que en mayo llevan flores a la virgen del colegio, y ahora la tarde se presenta aburrida, hasta que el reloj marca la seis y sube el bullicio en la glorieta, se pone el ciego a vender cupones enfrente, junto a la hamburguesería, y los del Patriarca tratan de colocar lacitos rojos a los estudiantes y a las señoras.
Mayo es el mes en que más .se compra, dice Victoria, pero el público, se para frente al ciego y sólo o miran las flores silvestres, las favoritas de Victoria, de reojo. En cuatro horas Victoria sólo ha hecho media docena de ventas. ¡Cómo será este oficio en otros meses!
Margaritas para mi asistenta. Antes de las seis de la tarde llegó Concha, que se llevó unas margaritas para regalar a la asistenta de la agencia de viajes, de la que se ha escapado un momentito. Le han hecho un raspado a la mujer. Concha, de 37 años, vive en el barrio de la Estrella y prefiere siempre las rosas color rosa. Tiene dos hijos en casa y mucha prisa por marcharse.
Para la cajera de Simago. Con el ramillete de flores silvestres entraba en la boca del metro una muchacha de pelo largo y lacio y gafas, una ayudante de cocina en un restaurante de Cuatro Caminos, que le iba a endulzar el cumpleaños a su hermana, que es cajera de Simago. La chica deja entrever que en algún sitio le ha guardado un regalo mejor y que esto es sólo un detalle. La cajera de Simago vive con la pinche de cocina, y viceversa.
El color de la pureza. Margarita es una señora ama de su casa y de todas las imágenes de santos que allí guarda. Se lleva claveles blancos. "Blanco es el color de la pureza", dice. También le ponía flores al retrato de su hija cuando estaba fuera de casa.
Margarita y María. Se quitan la palabra la una a la otra y ríen. Son mujeronas de grandes contornos, vecinas de Tetuán y amigas. Ya conocen a la florista. "Unas veces se compra por gusto y otras por necesidad, cuando hay que ir al camposanto". El marido de una de ellas compra media docena de claveles por encargo de Rappel, para que el negocio dé más dinero. "Pero el taller", dice Margarita-María, "sigue yendo igual de mal".
La florista sabe que los viernes compran flores las señoras por recomendación "del Rappel ese; seis claveles blancos y uno rojo... o la revés", para hacer sortilegios. Aunque lo que más raro le suena a Victoria son esos clientes que piden rosas para destrozarlas y sembrar de pétalos la bañera.
Que se vaya Felipe. Milagros viste las flores de su quiosco como quien prepara a un niño ara un bautizo: lazos, celofán esmero. Trabajó 14 años de enfermera y se ha retirado viendo crecer las plantas de su quiosco y regalando claveles a las viejecitas que toman el fresco en el bulevar de Núñez de Balboa.
Milagros odia esos claveles que tanto vende, porque la gente llega con 500 pesetas y pide milagros. Ella, muy amable, dice: 'Llévate cinco clavelitos y un poco de verde..."
Dos minutos después, la enfermera habrá hecho honor a su nombre. Su tesoro son las flores silvestres, y aunque es capaz de elaborar perfectamente el que llama centro marujón ("lleno de claveles y gladiolos, llenito"), ella ama las margaritas grandes a, 1.000 pesetas el ramo), llamadas gerveras, que ahora se hacen en colores inverosímiles por manipulación genética.
Un milagro así hizo ella con el caballero de gruesas gafas, chaqueta marrón claro desganada sobre los hombros, corbata desbocada y tan hablador. "Quiero flores para la virgen, algo baratito, a ver si este enano se va". El enano era Felipe González y el caballero se presentó a sí mismo con voz cascada como Juanjo, economista arruinado: "Más vale vivir con honra que con vilipendio; que no nos la arme, que ya esta bien". Y Milagros corta celofán, corta cinta, y el caballero: "O le pedimos al de arriba o aquí se monta como en Bosnia". Un par de improperios más y ya estaba listo el ramo, muy aparente. Juanjo se fue a poner los clavelea a la iglesia de El Pilar. Llegaron, como cada día, los parientes de los enfermos de la clínica Ruber.
El hincha 'antiguo' del Real Madrid. Francisco no desentonaría en una película añeja, de los años sesenta, por ejemplo: un traje azul claro, el pelo con raya, una insignia minúscula del Real Madrid en la solapa. Mirando al suelo, pide una orquídea a Milagros, la florista del quiosco de Núñez de Balboa. "De color amarillo", dice. Tiene 28 años, pero aparenta más con su traje tan pulcro. En un puño lleva un diario deportivo. Es delineante, trabaja en Getafe, pero vive en Canillas, y ha quedado con su novia ahí al lado, en Goya. Es su cumpleaños. Siempre le regala una orquídea.
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