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Generación X.

Llegaron cuando los guerrilleros estaban en pleno apogeo, cuando el mandamás Benítez y su lugarteniente Palomo decidieron explotar sus hojas de servicio hasta sacarles la máxima rentabilidad posible. A El Cordobés le bastaba con anunciarse, aunque acababa de volver a arrasar en San Isidro -1970, ocho, orejas en cuatro toros-. Palomo Linares terminaba de entrar en la historia de Las Ventas, al ser premiado el 22 de mayo de 1972 con las dos orejas y el rabo del toro Cigarrón, de Atanasio Fernández, lo que provocó una importante polémica que hizo renacer viejos conceptos del partidismo y de la división de opiniones. Después, llegó la guerrilla y, cuando ellos nacieron, aquellos personajes surcaban el páis un día y otro con sus avionetas, aterrizando en cualquier barbecho para enloquecer a los predispuestos públicos a base de temeridad y sonrisas. Llegaron cuando la fiesta más bien parecía una orgía, pero aquel desconcierto no les influyó en absoluto. Con rapidez lo hicieron historia y, como tal, contra ella se rebelaron. A su favor, además, tenían-mayor alegría económica, una comodidad muy familiar asegurada que hacía más tópico, si cabe, y hasta increíble lo de "más cornás da el hambre".Tomaron contacto directo con la tauromaquia entre tejerazos, naranjitos y socialistas del cambio y de la España que funcione. En eso estaban cuando de repente dos latigazos marcaron su futuro. Primero, gozaron en sus entrañas la bravura en estado puro con los históricos y desde entonces míticos victorinos que convulsionaron el orbe taurino el 1 de junio de 1982, lanzando al estrellato a Ruiz Miguel, Esplá y José Luis Palomar. Después, dos días más tarde, se afiliaron al arte al hilo de la leyenda del torero del mechón, Antonio Chenel Antoñete, que hizo el toreo la tarde del 3 de junio frente a Danzarín de Garzón. Tal fue el impacto al que se vieron sometidos que a partir de mayo de 1985 -otro, épico mes chenel- empezaron a devorar con pasión eternas sensaciones hasta ser capaces de revivir acontecimientos tan trascendentales como el crujido artístico que sacudió Madrid en la feria de 1966, la tarde en que renació el antoñetismo en la bravura del toro guapo, a lomos del noble galope del toro blanco -Atrevido- de José Luis Osborne. Se vistieron de luces con Antoñete como maestro y padre espiritual y se lanzaron a los ruedos teniendo claro que su líder natural sería José Miguel Arroyo, Joselito. Sin embargo, se diluían en un mar de dudas cuando escrutaban su destino: ¿qué querían? ¿La gloria, o ser toreros?

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Hoy copan la mayor parte del escalafón y un buen porcentaje de los puestos del pelotón de cabeza. Unos tienen antecedentes taurinos y, por ello, chorrean carencia de necesidad, hartón de celebridad y empacho de esplendor. Los hay incluso que, sin saber si era realmente su tradición, fueron, enchiquerados en ella a base de teledirección. Están, por último, los que buscan la redención a base de halagos, fama y reconocimiento, y que, por mostrar esas condiciones en este tiempo dé crisis de valores, están resucitando olvidados fervores que, hábilmente trajinados por el más tópico marketing de seda y oro, ha hecho de ellos nuevos ídolos, posiblemente huecos y hasta incluso con los pies de barro... Unos y otros, todos ellos, tienen el toreo en sus manos, pero, como siempre pasó, jamás podrán dominar su casta ni su bravura.

es periodista.

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