Un cantaor sobrio y equilibrado
Recital de cante jondo
José Menese (cante), con Enrique de Melchor y Juan Habichuela (toque). Auditorio Nacional, 20 de mayo.
No suelen ser frecuentes las ocasiones en que podamos hablar de equilibrio y sobriedad con respecto a José Menese. Es cantaor pasional, que se entrega al cante de una vez, y casi siempre a tumba abierta. Si no lo hace así, malo.A veces esa entrega le lleva al exceso, pero también a la grandeza: el cante terrible de José Menese depende casi siempre de ese rompimiento, ese vuelco total en que el cantaor puede incluso perder un tanto el control sobre el desarrollo armónico del cante, en relación inversa a lo que el cante gana en dramatismo, en grito desesperado.
Por eso fue casi una sorpresa ver y oir en esta ocasión a un José Menese sobrio y equilibrado, sin excesos expresivos, dominando con autoridad un recital que planteó con la dignidad que este cantaor suele prestar a sus actuaciones en escenarios de especial responsabilidad.
El Auditorio Nacional lo es, y más con el mecenazgo de la Universidad Autónoma de Madrid. Menese, sereno y suficiente -sólo insatisfecho con el sonido, que realmente quedó un tanto plano y sin relieve-, fue desarrollando una serie de estilos que hoy realmente sólo escuchamos cuando él los canta: la nana -personal versión la suya, muy hermosa, de grandeza insólita-, tangos de Málaga, los caracoles, la mariana, la petenera, la farruca, el garrotín...
Géneros vivos
Realmente el cante flamenco de este tiempo tendrá que agradecer a José Menese su extraordinaria contribución al mantenimiento de géneros que de no ser por él ya serían rareza, pues el abandono de los mismos por los cantaores es general y lleva irremediablemente al empobrecimiento del árbol de los cantes. Menese los cultiva asiduamente y en su voz permanecen vivos, incluso a veces les da una interpretación tan brillante como la que esta noche oímos de la petenera, por poner un solo ejemplo.
Después, en los grandes estilos -la soleá, la siguiriya, la toná-, reencontró su vuelo sobre las altas cumbres en las que él siempre se ha movido como un maestro.
Le acompañaron Enrique de Melchor y Juan Habichuela, dos maestros a su altura, y el público del Auditorio Nacional se volcó con entusiasmo.
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