Toreros y políticos
El comienzo de la lluviosa e interminable isidrada en la Monumental madrileña casi obliga a explotar las relaciones tradicionales entre política y toros -así titulé uno de sus libros Ramón Pérez de Ayala- como cantera mostrenca para comentarios o chistes de actualidad. Pero esa carretera metafórica tiene una sola dirección: mientras que los cánones de la tauromaquia se utilizan profusamente para el enjuiciamiento de la vida pública, ni siquiera el imaginativo talento de Domingo Dominguín consiguió ilustrar las suertes de la lidia con ejemplos tomados de las luchas por el poder. En estos momentos, por lo demás, no es preciso forzar demasiado la mano para proyectar las estampas sepias de la fiesta nacional sobre la situación política, que ofrece a los sectores más airados de la opinión la biliosa oportunidad de flamear los pañuelos verdes y proferir las torpes injurias con que los inquisidores del tendido del siete suelen castigar las tardes de Las Ventas.Por ejemplo, la rueda de prensa dada por Aznar hace dos semanas y sus más recientes discursos en el Congreso me traen a la memoria las divertidas observaciones de Joaquín Vidal acerca de los toreros de solo pase repetido hasta el infinito en faenas interminables. A esta tediosa familia pertenecen, en efecto, las últimas intervenciones del presidente del PP, vehículos de una solitaria consigna ("Váyase, señor González") reiterada incansablemente ante los diputados, los asistentes a los mítines, los informadores de prensa o los viandantes que curiosean en Recoletos las es culturas de Botero; un político aferrado a una sola idea y desesperadamente reiterativo en su prédica es el equivalen te parlamentario del pegapases que recorre el ruedo dando derechazos hasta aburrir a las ovejas. Ese estilo monocorde, por lo demás, no esta reñido con el éxito: así como los espadas de corto repertorio pueden firmar cien corridas anuales y cortar muchas orejas, así los políticos monote máticos también pueden arrollar en unas elecciones. Pero un exigente entendido cinéfilo me recuerda que los buenos toros descubren a los malos toreros: Aznar está lidiando la pastueña crisis socialista como un inexperto novillero tremendista y no como un sabio maestro consagrado.
Por lo demás, el caso Rubio y el caso Roldán han despertado de su plácida siesta invernal al Gobierno y a su impulso democrático, ese conjunto de promesas orientadas a limpiar y renovar la vida pública que sirvió de estribo a Felipe González para ganar los comicios del 6-J. Pese a las exigencias de la oposición, el presidente del Gobierno se niega a dimitir de su cargo y anuncia su propósito de combatir -según dicen, esta vez de verdad- los fenómenos de corrupción y degradación de la vida pública; puestos a buscar paralelismos, la enrabietada reacción de Felipe González, abucheado en la calle y en el hemiciclo, podría ser be nevolentemente comparada con el gesto pundonoroso de un matador dispuesto a encerrarse con seis morlacos para reconciliarse con la afición tras una desastrosa temporada.
El desafío de torear una corrida en solitario culmina a veces en apoteosis. Joselito, vetado también este año en San Isidro por la tacañería empresarial de los Hermanos Lozano (asesorados tal vez por el mal gusto político-taurino de Enrique Múgica y Corcuera), armó el taco en la corrida de la Beneficiencia de 1993, recordada por Lola Crespo en su libro Corinto y oro. Pero no siempre, ¡ay!, esas expectativas optimistas se cumplen. Cuando Curro Romero se encerró en Las Ventas en septiembre de 1967 con seis toros, los aficionados creímos que el faraón quedaría -esta vez de verdad- a la altura de su compromiso: nos equivocamos. González pide ahora a los decepcionados ciudadanos un nuevo plazo para perseguir la corrupción y acabar con la financiación irregular del PSOE y de los demás partidos. Queda por ver si saldrá por la puerta grande, como hizo Joselito el año pasado, o entre una lluvia de almohadillas, como le suele pasar a Curro Romero.
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