Yimou no llega en 'Vivir' a su altura habitual
El director chino evita acudir al festival para no irritar a las autoridades de su país
ENVIADO ESPECIALHabía mucha y justificada expectación ante el estreno mundial de Vivir, última película del cineasta chino Zhang Yimou. Pero el director de Ju Dou tiene un precio alto: la gente espera ante la pantalla llegar o al menos acercarse a aquel genial vuelo imaginario. Vivir tiene rastros del gran estilo y algunas escenas con la marca del explosivo talento de Yimou, pero en conjunto es irregular y se resiente de una zona final decepcionante, lo que no impide que Gong Li demuestre que, además de ser una de sus mujeres más bellas, es una de las mejores actrices del cine actual: ella sola crea imágenes de emoción sobrecogedora y su actuación es lo mejor de la película.
Zhang Yimou no se presentó ayer en Cannes para defender su película: escurrió el bulto y dejó sola a su mujer, Gong Li, ante la fiera de unos medios de comunicación cada vez más envilecidos por la búsqueda amarilla e histérica, no de la verdad, sino de la mentira del escándalo, que ahora se ceba en Yimou tachándole de cobarde.Estos días de esta ficticia ciudad mediterránea son campeonatos de perros de presa en busca y captura de las flaquezas y las trivialidades que encubren el pudor o la inteligencia. A Yimou se le esperaba aquí simplemente para obligarle a destripar los rumores sobre su -peligrosa para su carrera- situación política en China, agudizada desde que el año pasado Chen Kaige se presentó allí con el hecho consumado de la Palma de Oro avalando su prodigiosa y subversiva Adiós a mi concubina, que le permitió negociar con la censura algunos cortes y hacérsela tragar.
Yimou aborda en Vivir la vidriosa etapa de la historia del comunismo chino conocida como Revolución Cultural y esto alertó a los policías de la cultura, que vigilaron probablemente con lupa el guión de Yu Hua y el rodaje de Yimou antes de dar permiso de salida a su obra. Por tal causa, el cineasta se hubiese visto forzado, de haber venido ayer aquí, a explicar públicamente cosas que tal vez son inexplicables y en todo caso difíciles de decir y engorrosas de oír en boca de un cineasta tan libre como él. ¿Es cierto que Vivir ha sido provisionalmente proscrita como medida preventiva ante algún exceso de locuacidad de su director, que de esta manera tendría su libertad de expresión tan secuestrada como el filme?
De ser así parece evidente que Yimou ha hecho bien en no venir, pues ésta y otras preguntas no pueden por ahora tener respuesta. Yimou ha volado desde París a Pekín, o tal vez se ha quedado encerrado en un hotel de los alrededores de Cannes, a la espera de que Vivir obtenga el próximo lunes un premio y pueda volver a China, como volvió Kaige, con el arma arrojadiza de un triunfo internacional en la mano que debilite la cerrazón de los censores políticos chinos.
Sea cual sea la verdad, está fuera de duda que Yimou ha obrado con comprensible astucia: aquí hubiera sido el dueño de sus imágenes, pero no del efecto multiplicador de sus palabras trituradas por los histéricos teletipos de una prensa cada día más manipulada y distorsionada desde centros de poder a los que no gusta que hoy en China se esté haciendo un cine de éxito mundial, formalmente más audaz y mucho más comprometido con la libertad que el occidental.
Yimou ha optado por irse a su casa o esconderse. Y a ello ha contribuido probablemente su propia insatisfacción ante una película suya que él sabe insatisfactoria: magnífica al principio, buena en la zona media y floja en la arriesgada parte final, precisamente la que representa la Revolución Cultural, que desencadenó en los años sesenta aquella convulsión social salvaje provocada por Mao y su sangrienta corte heredera, que devastó todo un continente y que aniquiló o hizo enloquecer a decenas de millones de seres humanos.
En la media hora final de Vivir asistimos a un ejercicio de cortedad expresiva incomprensible en un cineasta con el oficio de Yimou. Y media hora antes de que finalice la película, ésta se le muere entre las manos a su expertísimo. constructora, y ha de ser -como ocurrió ayer en Cannes- su mujer, Gong Li, quien dé la cara por él y le saque del atolladero, pues es ella quien hace que la película no se venga abajo.
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