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Noticias a contracorriente

Por haber abusado del calificativo histórico, los periodistas hemos terminado devaluándolo y empieza a resultarnos difícil llamar la atención sobre los acontecimientos que merecen de veras esa denominación. Y sin embargo, en los últimos días se han producido en este planeta dos hechos pura y simplemente históricos: la llegada de Nelson Mandela a la presidencia de Suráfrica y el alumbramiento de la autonomía palestina en Gaza y Jericó.En un hermoso artículo publicado en este periódico, Miguel Ángel Bastenier ha puesto el acento sobre la lección que la mayoría de los habitantes, blancos y negros, de Suráfrica acaban de dar a los europeos al comenzar pacífica y democráticamente "el mayor experimento de libertad y fraternidad del nuevo mundo transcomunista". En Oriente Próximo las cosas no van tan lejos. Israelíes y palestinos no están intentando poner en pie un experimento de convivencia multirracial, multirreligiosa y multicultural en un único Estado. Por el momento, están empezando a caminar -sin atreverse a proclamarlo- por el sendero trazado en 1937 por la Comisión Peel y aprobado en 1947 por las Naciones Unidas, es decir, la partición de Tierra Santa en dos Estados, uno judío y otro árabe.

Siendo de naturaleza diferente, los acontecimientos de Suráfrica y Oriente Próximo tienen en común el hecho de ir a contracorriente de la idea generalizada de que sólo cabe esperar el desastre en este fin de milenio. La votación en Soweto y, el despliegue de la policía palestina en Gaza confirman la complejidad de un mundo en el que los avances en materia de seguridad y derechos humanos van parejos a los retrocesos.

Ello no impide que el odio al otro, al que es diferente desde el punto de vista étnico, religioso o cultural, siga siendo una de las fuerzas que movilizan a las masas en cualquier punto del planeta. Ese odio es particularmente feroz cuando se trata de un vecino o un familiar. Entonces asistimos al cainismo, al asesinato del que es próximo y distinto. Por poner un ejemplo, a los europeos se les cae la baba ante el budismo, pero se les afilan los colmillos ante el cercano islam.

La lucha contra la intolerancia es uno de los grandes combates del momento. En la Europa central y oriental, el hundimiento del comunismo ha descongelado los nacionalismos más obtusos. Las carnicerías en los Balcanes y los graznidos del ruso Vladimir Zhirinovski son expresiones brutales de este fenómeno. En la mitad occidental del viejo continente contamos con los neonazis germanos, el Frente Nacional francés, cinco ministros fascistoides en Italia y los crecientes odios que separan en Bélgica a valones y flamencos. En España los rebuznos anticatalanes de algunos columnistas y tertulianos encuentran eco en las pintadas de Pujol, acuérdate de Sarajevo que se ven en los muros de Madrid.

Pero lo mismo ocurre en el campo de las minorías que están o se sienten oprimidas. En una edición reciente -de la revista Time, Gerd Behrens contaba que muchos de los ahora llamados afroamericanos lucen en sus camisetas la siguiente inscripción: It's a black thing, you wouldn't understand (Es un asunto negro, usted no lo entendería). Y en Argelia, violando la letra y el espíritu del islam, los integristas se dedican a asesinar a religiosos católicos.

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Volvamos a Tierra Santa. Coexisten allí dos pueblos, el israelí y el palestino, y tres religiones, la judía, la musulmana y la cristiana. Eso convierte este rincón del Mediterráneo oriental en una zona muy explosiva. Se trata de una conflictividad que sólo puede desactivarse si, como afirma Raphael Drai, decano de la facultad de Derecho y Ciencias Políticas de Amiens, el espíritu de la fraternidad sustituye al del fraticidio. Judíos y árabes son los tataranietos de Abraham. Lo subraya una surata del Corán consagrada a este patriarca: "Nada puede ocultarse ante Dios de lo que está en los cielos o en la tierra. Alabado sea Dios que en mi vejez me ha dado a Ismael e Isaac". Si la diversidad es vista como un regalo divino a la humanidad, la convivencia en paz y libertad de las gentes es posible no sólo en Suráfrica y Oriente. Próximo, sino incluso en el viejo continente.

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