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Un socio en Cataluña

Los nacionalistas catalanes, especialmente los de derecha, nunca se han caracterizado por unas ansias irreprimibles de sentarse en elgobierno de España. Pero esos mismos nacionalistas que no quieren entrar en el Gobierno, están sin embargo ansiosos de mostrar a todo el público lo mucho que les place sacrificarse por la gobernabilidad de España. Se diría que su auténtica vocación no consiste en gobernar, sino en ayudar a la gobernabilidad, bárbaro neologismo unido ya para siempre a su estrategia política.En política, sin embargo, no hay sacrificio que no oculte algún interés. En realidad, un nacionalista catalán moderado nunca ve tan realzada su posición dentro y fuera de Cataluña como en la, circunstancia de que un gobierno de Madrid -de derechas o de izquierdas, da igual- requiera sus votos para alcanzar la mayoría parlamentaria. Es entonces cuando el nacionalista catalán se siente feliz porque, sin gobernar, ayuda a gobernar; o sea, además de realizar su ancestral vocación, extiende hasta el límite de lo posible su capacidad de decidir, que es lo que verdaderamente le importa cuando se trata, no de Cataluña, donde sí quiere gobernar, sino de España, donde sólo quiere ayudar a que otros -los españoles, sin ir más lejos- gobiernen.

Decidir sin gobernar es una felicísima situación a la que solo falta un escalón para alcanzar la plena beatitud: que el nacionalismo catalán moderado llegue a ser individuo único de la única especie de nacionalismo catalán posible. Ésta sería, en efecto, la situación que le permitiría identificar el apoyo que un partido nacionalista presta a un partido español con la generosa ayuda que Cataluña está siempre dispuesta a proporcionar a España. Obsérvese, por ejemplo, el precioso ardid semántico por el que la colaboración de CiU con el PSOE se presenta como una ayuda de Cataluña a España, con lo que se suprime de un plumazo la posibilidad de confundir la presencia de ministros socialistas catalanes en el gobierno con nada que guarde relación alguna con Cataluna.Un único partido nacionalista en Cataluña, con todo el poder catalán en sus manos, con la Generalitat y los grandes ayuntamientos, que no entra en el gobierno del Estado pero cuya colaboración sea imprescindible para garantizar la mayoría al partido que anda corto de diputados en el parlamento español. Está es una estrategia a largo plazo, no una coyuntural maniobra táctica porque ésta es la fórmula perfecta para robustecer la identidad de socio sin disolverla en la responsabilidad común del coligado. Entrar en el gobierno significaría una sustancial pérdida de identidad como socio independiente, mientras permanecer fuera y hacerse imprescindible constituye un decisivo paso adelante en la afirmación de una identidad separada, de un ser político propio de Cataluña: un paso adelante en el que no tendrían competidores porque el socialismo catalán renunció a esa estrategia en aras no ya de la gobernabilidad de España, sino de participar en el gobierno de España, que son dos cosas bien distintas, como Jordi Pujol sabe, para su provecho, perfectamente.

Un paso que está, como diría De Gaulle, en la naturaleza de las cosas. La derecha española que ni antes ni con Franco ha gobernado, salvo en fugaces episodios, con nacionalistas catalanes tendrá que aprender no sólo a conocer al socio catalán, sino a amarle, porque sin él le va a ser difícil construir una mayoría. De ahí que esa tendencia al dramatismo, tan perceptible en el despecho con que Aznar denuncia el pertinaz apoyo de CiU al PSOE, sea el mejor camino para ir a ninguna parte. Lo lógico sería que los jóvenes nacionalistas españoles de derechas, liberales como pretenden ser, no se disgustaran tanto con los nacionalistas catalanes conservadores ni recurrieran al viejo tópico del chantaje catalán y la debilidad española, porque en un futuro tal vez no lejano van a tener que preguntarles si acaso desearan ser sus socios para ayudar, no más, a la gobernabilidad de España.

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