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47º FESTIVAL DE CANNES

Giuseppe Tornatore hace trampa y Egoyan crea poesía y verdad

Un artificio de intriga que lleva al espectador por una serie de oscuros recovecos argumentales cuyo si cado se le escapa hasta que al final convergen y, mediante un cierto sorpresa, se hace en ellos la luz y se descifra su sentido es la armazón formal de los dos filmes de escaparate de ayer en Cannes 94. En el primero, Exótica, el canadiense Atom Egoyan usa este artificio para crear poesía y verdad, y en el segundo, Una simple formalidad, el italiano Gitiseppe Tornatore da lecciones de tahúr del cine, de tramposo profesional. La cara y la cruz, o la gloria y el infierno, de la ficción cinematográfica.

La astucia, añadida al poder de convocatoria, de los programadores de este gran festival permite ver en sólo unas horas el revés y el derecho del espectáculo cinematográfico: su mentira y su verdad, lo que tiene de artimaña para embaucar y para abrir más las bocas abiertas de los bobos y para vender estufas a los beduinos, y lo que tiene de nuevo lenguaje para que los poetas contemporáneos desvelen, con encadenamientos de imágenes, los ritmos ignorados y las preguntas sin respuesta en que, desde que existe, consiste la poesía.Giuseppe Tomatore es un cineasta habilidoso de esos que convierten en teorema aquel chiste, ciertamente un poco racista, de Woody Allen que pone en boca de una mujer judía: "La única vez que estuve a punto de acostarme con un personaje ficticio fue con un italiano". Y es que Tornatore se las arregla para hacer pasar como genialidad su pura y simple falta de talento, lo que le convierte en uno de los más evidentes globos hinchados del cine europeo, donde abundan mucho estos pájaros redondos, vacíos y voladores sin alas.

Cayó bien

Acertó, hizo gracia y cayó bien Tornatore a la gente cuando se fabricó una bonita escalera hacia la popularidad y el triunfo con su simpática Cine Paraíso, cuya endeblez de fondo tenía la coartada de su ligereza y frescura. Tornatore es una cineasta listo y sabe perfectamente que Todos estamos bien y El perro azul, sus dos películas siguientes, hechas con la simplicidad y el candor de la primera, no se sostenían tan bien como ella, de modo que esta vez se lo ha pensado también y ha cambiado la ingenuidad por todo lo contrario: el colmillo retorcido y las cartas marcadas en labocamanga. Para lograrlo cosió los toscos costurones del guión de Una simple formalidad, en vez de con hilos de seda, con alambres, y para hacer todavía más sólido el engaño puso frente a frente las presencias de Gérard Depardieu y Roman Polanski, que, es mejor actor que director. Este estupendo dúo de jetas proporciona a Tornatore lo que todo buen prestidigitador necesita Para dar el pego a su público: que, el espectador engañado esté distraído en el momento de meterse debajo de los párpados, algo que se parece mucho al timo de la estampita.

La película es un auténtico test para el jurado, porque es de las que buscan descaradamente, por su empaque engolado, su campanudismo agresivo, sus triquiñuelas continuas y su superficialidad escondida detrás de un baño de trascendentalismo de boquilla, un premio, gordo ser posible. Como también es un test para el jurado, pero en sentido contrario, el inquietante y, refinadísimo filme de Atom Egoyan Exótica, hasta ahora el más logrado de cuantos hemos visto en la competición de Cannes 94, junto a La reina Margot y algunas zonas de imaginación espléndida -hay otras en la película que no lo son tanto- de El gran salto, de los hermanos Coen.

En Exótica, Egoyan se desprende de algunos lastres de su inclinación natural al hermetismo y, pese a que su intriga tiene un desarrollo complejo y tortuoso, hay más luminosidad -aunque no menos dureza y amargura- que en su obra precedente. El mismo la describe: "Cuando escribí Exótica quería construir un filme en forma de strip-tease, con objeto de revelar de manera progresiva, como un desnudamiento, los elementos de una historia emocionalmente sobrecargada".

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