La vanguardia del olvido
Desengañado, en la noche de la victoria espectacular de Forza Italia y sus aliados, un italiano declaraba: "Ayer había que ir a votar tapándose la nariz; mañana, con Berlusconi en el poder, habrá que votar cerrando los ojosNo se puede describir mejor el acontecimiento que se ha producido en Italia, acontecimiento que arroja nueva luz sobre la operación llevada a cabo desde hace varios años por el juez Di Pietro en nombre de la lucha anticorrupción y que desemboca hoy en la llegada al poder no sólo de un partido posfascista, el de Gianfranco Fini, sino también de un partido pospolítico, el de Silvio Berlusconi, como si la limpieza étnica de la clase política italiana no hubiera servido nunca más que para justificar el primer golpe de Estado de los medios de comunicación de la historia europea.
El electorado italiano -manipulado, si no por el exceso de justicia que conduce siempre a la injusticia, sí al menos por el exceso procesal de la Operación Manos Limpias- se ha precipitado de pronto con los ojos cerrados al abismo abierto por el empresario de los medios de comunicación, creando así un nuevo tipo de alternancia, ya no entre la izquierda y la derecha parlamentarias, sino esta vez entre lo político y los medios de comunicación, en la que el atractivo de la pantalla prevalece no sólo sobre lo escrito y la necesidad de un programa político cualquiera, sino sobre los sondeos de opinión, y los índices de audiencia protagonizan una entrada triunfal en el escenario de la legalidad republicana: el genio del orador cede su supremacía a la telefotogenia del candidato o la candidata de Forza Italia.
¿Justifica esto que hablemos de la introducción en política de una especie de publicidad comparativa, un régimen de libre competencia en el que los dueños de la pequeña pantalla pueden a los de la prensa y a los del proyecto parlamentario?
Como todo el mundo sabe, las comparaciones no proporcionan argumentos concluyentes, y lo sucedido tiene consecuencias demasiado graves como para que nos conformemos con consideraciones tan parciales e incluso partidarias.
Lo cierto es que Italia ha sido siempre vanguardia en los ámbitos de la representación artística o política. Del quattrocento al bel canto, pasando por la arquitectura barroca y el cine, la península italiana ha sido el laboratorio de la Europa de las culturas. Contra toda razón, Italia es, ha sido y será siempre futurista. Pero cuando se conocen por experiencia las relaciones congénitas que existen entre dicho movimiento y el fascismo, la llegada al poder del polo de las libertades no es nada tranquilizadora respecto al futuro de nuestro continente, precisamente en el momento en que éste se encuentra amenaza do por las consecuencias fatales de la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia.
Observemos ahora las señales precursoras que han prologado el acontecimiento político italiano. Sin remontarnos al caso Watergate y a la dimisión del fallecido presidente Richard Nixon -primer presidente de Estados Unidos que se vio obligado a marcharse por una operación de los medios de comunicación realizada en torno a The Washington Post-, basta con estudiar siquiera por encima el papel del magnate Ross Perot en su campaña de las presidenciales de 1992 para comprender que lo que se fraguaba entonces era ya la llegada de una democracia catódica en la que el arte de los sondeos de opinión se vena por fin identificado con los índices de audiencia audiovisual y hasta con una primera vuelta virtual. Pero todavía era demasiado pronto para Estados Unidos, y la carrera de un George Bush aureolado por su victoria en la guerra del Golfo no permitía a nuestro exótico candidato jugar en igualdad de condiciones con sus dos adversarios políticos: de ahí su retirada prematura.
Como se observará, la campaña de preparación en los medios de comunicación de un golpe de Estado de la información, no puede prescindir de cierta clase de linchamiento, del descrédito moral de la clase política vigente, al menos, en los países en los que el poder económico aliado con las tradiciones democráticas confiere una excepcional estabilidad a las instituciones republicanas. Se establece entonces necesariamente una especie de implícita conjuración entre los poderes de justicia y el cuarto poder de la información de masas; como si la prensa ayer, pero sobre todo los medios audiovisuales de comunicación hoy, garantizaran con la investigación el papel de la indagación pública no ya sobre tal o cual sospechoso (Nixon ayer, Clinton con el caso Whitewater), sino frente a la clase política en su conjunto.
Se establece así una combinación fatal entre el poder de liberación de los escándalos por parte de los medios de masas y el puritanismo habitual de los anglosajones, con una entrada en acción de las cámaras en asambleas y salas de audiencias que no es evidentemente ajena a estos intentos ya constantes de descalificación de los representantes de la nación, en nombre de una lucha anticorrupción en la que el carácter ideal de una justicia políticamente correcta ya no se distingue muy netamente del carácter ópticamente correcto que le confieren su representación televisiva y quienes la dirigen.
En efecto, ¿cómo no señalar hoy en el conjunto del continente americano el papel decisivo desempeñado por los medios de comunicación de masas con ocasión de las elecciones presidenciales, concretamente por TV Globo durante la orquestada elección de Fernando Collor?
Con su 80% de audiencia nacional y sus miles de empleados, este gran complejo político-informativo, en el que las informaciones son concebidas directamente por el departamento de promoción de la cadena, constituye algo muy diferente a un mero órgano de la libre expresión democrática de una nación.
No obstante, el aspecto más inquietante de la repentina americanización de las campañas electorales en el sur de Europa es, en definitiva, el éxito obtenido por Silvio Berlusconi entre la juventud italiana; más de la mitad de los ciudadanos de entre 18 y 25 años han votado al triunvirato del polo de las libertades; seis millones de ellos se han comprometido a prestar su apoyo a Forza Italia, la Liga Lombarda y los fascistas de Gianfranco Fini.
El continente perdido de la joven generación latina, masivamente formado por la televisión privada, los juegos de vídeo y las variedades hiperviolentas de una cultura estadounidense a la que Italia siempre se ha mostrado muy aficionada, sometida al paro y a la desherencia, se desvía ahora hacia el rumbo negro de una desesperanza que trasciende fundamentalmente lo político, precisamente cuando al otro lado del Adriático su homóloga se ha sumido en los horrores de una
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