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El escritor Francisco Ayala, investido doctor 'honoris causa' por Granada

El escritor Francisco Ayala evocó el placer que le procuraron las lecturas juveniles de Walter Scott y Alejandro Dumas, y la "fuerte huella" que dejaron en su ánimo los folletines de Fernández y González que llegaban hasta su casa natal, durante el acto de investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Granada. El filólogo y académico, también nacido en Granada, Gregorio Salvador y el historiador de arte Earl E. Rosenthal recibieron la misma distinción.Ayala se definió a sí mismo como un codicioso lector juvenil que además de los clásicos -que encontraba en la biblioteca de su casa y en- los que "desentrañaba como mejor podía sus palabras misteriosas", fue un buen degustador de "otros papeles": "Desde los tebeos que empezaron a publicarse por aquellos años de mi precoz voracidad lectora hasta novelas y novelones traducidos al español, y sobre todo los cuentos imprescindibles del benemérito editor Saturnino Calleja".

El escritor granadino admitió que en su libro de memorias Recuerdos y olvidos apenas se mencionan sus lecturas primerizas, y, quizá para reparar la omisión, su discurso de doctorado se convirtió en un reconocimiento del placer debido a aquellas lecturas más livianas", pero agradables.

El escritor recordó que simultaneaba las intrigas novelescas con los versos de Bécquer y Campoamor, que a comienzos de siglo eran objeto, "no ya de lectura, sino de memorización y recitado en familia".

"Mis horas de lectura placentera -muchas veces artera y furtivamente robadas a las raras veces gratas horas de estudio obligatorio-, por muy intensas que fueran, ( ... ) no lo eran más que las infatigablemente dedicadas al juego, a las correrías, a las escapatorias, al libre ejercicio flisico". Ayala ofreció también el recuerdo de sus primeros escritos, cuya publicación esperó ansiosamente, y la aparición de su primera novela, Tragicomedia de un hombre sin espíritu, cuando contaba 19 años. El relato continuó siguiendo el hilo de sus libros hasta la guerra civil.

Ayala, en un sentido homenaje al libro, lamentó la pérdida durante la guerra de las primeras ediciones de El jardín de los frailes, de Azaña; La rebelión de las masas que Ortega le había entregado, y del Romancero gitano adornado "con los cariñosos garabatos de Federico". Ayala, que reconoció a Granada como "mi patria en el sentido más genuino y propio de la palabra", advirtió que los avatares de su vida impidieron que su afición al libro "se me convirtiera en manía".

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