Las hojas del rábano
Un hombre puede faltar a la verdad y creer que no está mintiendo. El hecho no es infrecuente, ya que nadie quiere cargar con culpas excesivas. Si uno lee, por ejemplo, las memorias de Serrano Suñer sacará la conclusión de que la culpa de todo la tuvo Franco, el pariente, como él lo llama. La memoria es, en definitiva, lo que nos exonera de la culpa o lo que la hace más liviana. La literatura está llena de ejemplos: personajes que luchan contra su pasado, bien mediante el olvido, bien mediante la manipulación conveniente e interesada de sus recuerdos.Los de la guerra civil española aún son muy dolorosos para algunos, y lo sorprendente es la manera en que muchos de éstos los han tergiversado consciente o inconscientemente, en general porque no podían soportar ese peso: el pasado para ellos es, sobre todo, pesado. Lo gracioso también es que, 50 años después, son muchos todavía los que no pueden vivir sin esa losa.
Hablar de la guerra y de la literatura que se escribió en ella es un campo minado: al final todo el mundo cree tener una visión de una y otra sumamente interesante, original y exclusiva. No sé por qué razón la gente en cuanto habla de la guerra civil levanta la voz o la esconde hasta límites vergonzantes, dispuestos a defenderse más con armas que con letras. La posición de Lorenzo Villalonga sobre esos tres anos es, no obstante, sumamente juiciosa: "Creo que es mejor no hablar de esas cosas, aunque quizá sea peor el olvidarlas". Como es lógico, ésta es la opinión de un escritor, de un diletante. Muchos historiadores y protagonistas no la compartirían: a veces parece que hablan para aturdir, para olvidar.
Cambiemos de tercio. Hace unas semanas vimos en televisión a, un balbuciente y patético ex gobernador del Banco de España, acosado por la comisión parlamentaria que investiga su caso. Es cierto que sus evasivas, sus: silencios, sus tartamudeos resultaban insultantes, pero no es menos cierto que la moralidad del diputado socialista que lo interrogaba a dentelladas, su antiguo aliado, resultó, a la postre, aún más intolerable, repulsiva y obscena que la del propio Rubio.
En 1975 se publicaron las memorias de uno de los ideólogos del fascismo español, converso ya entonces al sistema democrático. Las tituló Laín Entralgo Descargo de conciencia, aludiendo, una vez más, al peso del pasado. Si en términos psicoanalíticos se habla de matar al padre (el pariente por antonomasia), a uno esas memorias le dieron la impresión de ser más bien lanzada a moro muerto.
El libro despertó, como cabe imaginar, una gran expectación. José Carlos Mainer, nuestro más indiscutido crítico de ese periodo, calificó Descargo de conciencia como una palinodia. En él Laín abordaba el tema más delicado de su pasado con una pregunta que es, como mínimo, candorosa: "¿Y yo? ¿Qué escribí yo en Arriba España? Formalmente, artículos anónimos, artículos firmados, fólletines. Bien. Pero mis artículos y folletones, ¿qué dijeron? No tengo a la vista esas prosas mías; ni siquiera sé -tan poco conservador soy en todo- si se hallarán todas entre mis papeles viejos".
¿Qué hacer con una declaración así? A uno, que tiene inclinaciones stendhalianas ("terrorismo intelectual puro" lo llaman desde un periódico de la derecha), eso le trae a la memoria la tangente de Rubio. También uno, naturalmente, tiene a mano los papeles de Laín que Laín no encuentra, pero ¿serviría de algo en estos momentos una revisión minuciosa de los mismos desde un punto de vista literario? Ni siquiera pueden considerarse literatura. A mí al menos se me cerraron los párpados en cuanto me los eché a la cara.
En 1976 declaraba Antonio Tovar: "Ni él [Ridruejo] ni yo habíamos querido la guerra. La, guerra fue organizada más fríamente por gente más curtida y experimentada que nosotros".
La memoria, las memorias, de Ridruejo, en cambio, son limpias, más seguras y firmes,
entre otras razones porque aceptó con naturalidad la parte de culpa que tuvo en aquella guerra y sobre todo, porque su memoria se sacudió las cadenas a tiempo, cuando las cadenas no habían criado todavía su correspondiente fantasma: se dio cuenta muy pronto el monstruoso Estado que habían engendrado.Si no tuviéramos a mano el niámero dos de Fe. Doctrina Nacionalsindicalista, del año 1937, rnuchos pensarían, pues, que Antonio Tovar y Ridruejo fueron víctimas de agentes sumamente perversos, de pederastas políticos como si dijéramos. En 1937, Antonio Tovar escribía: "La vida vuelve a poderse defender a tiros y no a fuerza de denuncias por infracción de artículos constitucionales. ¡Qué emociones nuevas de rejuvenecimiento este rearmarse! ¡Toda la alegre brutalidad disimulada reaparece!".
Es cierto que en 1976 Tovar se había enfrentado a Franco, pero ¿recordaba Tovar en 1976 lo que había escrito en 1937? ¿Recordaba aquella lección magistral de 1954 (Lo que a la Falange debe el Estado, que publicó en las Ediciones para el Bolsillo de la Camisa Azul) en la cátedra José Antonio de la Guardia de Franco (al que, por cierto, asistió ese mismo año cuando le hicieron a éste doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca, de la que Tovar era rector)? Seguramente no. Hay que concederle a todo el mundo el beneficio de la duda. Es evidente que en 1976 no decía la verdad, pero es casi seguro que en absoluto se tendría por un mentiroso, lo cual es explicable, ya que ¿cómo podría haber convivido con la presencia delatora, opresiva, incómoda de esos y parecidos escritos?
Es verdad que todas estas cosas podían no haberse dicho. Pero por si se olvidan, hay que repetirlas de vez en cuando. Nada más. Nadie pasa facturas. Luego, a otra cosa.
De Laín, de Tovar, de Ridruejo y de más de 100 escritores ha tenido uno que pensar y escribir en un reciente ensayo. Ha abordado uno la memoria de todos ellos y las gateras que la memoria abre para sus propios fantasmas.Naturalmente, de todos esos escritores, unos, al margen de sus ideologías, nos resultan mejores que otros literariamente hablando. Unos nos apasionan y otros nos aburren. Creo que ambas cosas pueden declararse y defenderse con naturalidad, es decir, con libertad. Incluso con humor, aunque la experiencia nos dice que la gente soporta mejor la crítica más adversa que la ironía cuando se trata de sus reverendas personas. Todo el mundo asegura ser muy cervantino, pero nadie tolera un minuto encima de una manta.
Ése es el momento en que aparece siempre un catedrático dando capones a los diletantes que quieren abrir las puertas de la literatura para que circule un poco de aire libre, es decir, de aire fresco. Paradójicamente, los capones se los llevan quienes se han estudiado la lección y, la recuerdan.
Es de admirar que tanto Laín como Tovar, al igual que antes Ridruejo, evolucionaran de posiciones totalitarias a otras más tolerantes. No todos lo hicieron. El misterio, no obstante, sigue estando en saber por qué razón unas palabras nos parecen convincentes, y otras no. No que Laín, Marañón o Tovar fuesen unas excelentes personas, educadas y liberales convencidos de toda la vida, etcétera. Eso nadie lo pone en duda. Hablamos de otra cosa, aunque siempre hay gente dispuesta a hacer de las hojas del rábano una magnífica ensalada.
Hace unos días, un discípulo de Tovar, supongo que del Tovar de 1976, aunque en el tono lo parecía del de 1937, ponía. el grito en el cielo, en una página plagada de simpáticas injurias y falsedades, porque uno no consideraba "la filosofía, el pensamiento, la filología y la lingüística, la arqueología, la historiografía y la historia del arte parte de la literatura". Mi reticencia a meter dentro de la literatura la mayor parte de las obras de gentes como Maeztu, Marañón, Tovar o Laín, sin que ello vaya en demérito de ninguno de los muy amenos tratados que escribieron sobre casi todo, le hizo perder la paciencia. Como es natural, ante una idea por lo demás bastante razonable como ésta, el mismo periódico de la derecha a que he aludido hace unos días echó los pies por alto y declaraba: "Son ya miles de millares de lectores intoxicados y envenenados impunemente". Eso lo que quiere decir es que si hubiesen podido, como antaño, habrían quitado mi libro de la circulación.
Bueno. De acuerdo. Es más. Tampoco me importaría, cuando sea mayor, ser un catedrático como ése, para escribir libros que sean a la vez de filosofía, de pensamiento, de filología, de arqueología y de vasta y lúdica ciencia agropecuaria. A mí también me gustaría pensar que todas esas disciplinas que me enumera el pupilo de Tovar son literatura, pero si la arqueología o la lingüística y todo lo demás forman parte de la literatura, yo también estoy dispuesto a admitir que se puede montar una orquesta sinfónica con un solo soplapitos.
Conviene no confundir las cosas y respetar que alguien opine con absoluta e insobornable libertad sobre unos y otros. Si algo no es susceptible de mayorías democráticas, eso es el gusto, que hasta los duques, decía Villarroel, "peen en olla", y sobre gustos hay mucho escrito. Aunque tal y como se están poniendo las cosas es posible que a los aficionados nos metan presos o nos manden a galeras porque los libros de fulano o zutano, importantes prohombres de la derecha, o de la izquierda, nos resulten plúmbeos.
La principal lección de Cervantes fue la de que a los hombres no es preciso juzgarlos, sino comprenderlos. Y quien piense que uno ha juzgado (condenado o salvado) en ese ensayo mío a Neruda, Unamuno, Ortega, Tovar, Laín o a cualquiera de los otros 100 escritores por conductas de hace medio siglo será por reviramiento suyo moral y mental o por tener el cerebro del tamaño del de un cínife y la dureza del sílex. Eso nos enseñó Cervantes, y a llevar con gracia el mal que han de decir de uno "más de cuatro sotiles y almidonados".
es escritor.
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