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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora de Mandela

UN LARGO viaje culminó ayer con. la toma de posesión en Suráfrica, no sólo del primer presidente negro, sino del primer presidente democrático en toda la historia del país. Un largo viaje que ni siquiera comenzó cuando Nelson Mandela fue infamantemente arrojado a prisión en Robben Island en 1964, sino, cuando menos, en 1910, con la constitución del dominio británico de Suráfrica.La tarea que tiene delante de sí el presidente surafricano es, sin duda, gigantesca, pero tenemos ejemplos en la historia reciente que pueden servir de punto de referencia y de aliento. Mandela puede ser el Konrad Adenauer del cono, meridional de África. El político alemán tenía 72 años cuando asumió su primer mandato de canciller; Mandela, 75; los dos países, Alemania y Suráfrica, trasegados por una guerra intensa. En el primer caso, concentrada en unos años con una magnitud de destrucción inigualada en la historia; en el segundo, relativamente diluida a lo largo de casi todo un siglo, pero también una guerra carísima de vidas humanas, pagada con la ruina social y moral de los que sobrevivieron al apartheid.

Hay una terrible palabra del hitlerismo que describe a esos seres que la segregación racial condenó a la proscripción de sí mismos: untermenschen, seres infrahumanos, porque el régimen formalmente establecido en 1948 en el país africano ha sido en esencia nazismo. Igual que el mundo occidental, liderado por Estados Unidos, se volcó en la reconstrucción de Alemania, entendiendo que esa tarea se imponía en el interés de Europa, la comunidad internacional debería hoy comprender la conveniencia urgente de hacer, otro tanto por África del Sur, por todo el continente negro.

El Estado que nace con la toma de posesión de Mandela es no sólo la reparación de una larga injusticia, sino una gran hipótesis de trabajo para un mundo en el que la interacción de las razas, la coloración futura de países de larga historia en la homogeneidad racial, debe ser un objetivo posible.

Por todo ello, Nelson Mandela, al final de ese largo camino de su pueblo, de sí mismo, comienza ahora un nuevo y esperemos que largo y fructífero recorrido el de la creación de la Suráfrica de todos, la de un Gobierno y unas instituciones multirraciales para una nación que es tan blanca como negra o de cualesquiera tonalidades intermedias; un país en el que esa capacidad de colaboración de todos estará, además, presente en la formación de su primer Gobierno democrático, en el que figurarán bien representados la izquierda y el partido comunista.

La capacidad de Nelson Mandela de reconciliación, de reconstrucción, de superación de las divisiones de un país troceado por la fuerza más que escindido, puede compararse a la obra de Adenauer. Éste pudo al final realizar su gran obra. Mandela también lo merece.

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