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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Canal de Europa

¿EL CANAL de Suez del siglo XX? ¿Una obra faraónica para la eternidad? ¿Una dudosa apuesta como la del Concorde? El túnel bajo el canal de la Mancha va a retener, en cualquier caso, nuestra atención durante los años venideros, tantos como serán necesarios para saber si es un éxito ecónomico, si es la idea para la que había llegado su tiempo, o, contrariamente, un proyecto del que el mundo contemporáneo, en lo puramente material, habría podido abstenerse.Planteada inicialmente la obra por los ingenieros franceses de Napoleón en 1803 con la mirada puesta, es cierto, más en invadir que en transitar, y con episodios diversos de indagación sobre la viabilidad del proyecto, emprendidos durante todo el siglo XIX, la construcción de un túnel bajo el canal había sido siempre inabordable por razones políticas. Británicas, por más señas.

Los gobernantes de las islas abortaron contumazmente toda tentativa de realización de la obra por razones presuntamente militares: "¡Que vienen los continentales!", decían temer, sin la menor ironía, Palmerston y sucesores desde mediados del siglo pasado, no reparando, quizá, en que no podría haber mejor objetivo militar para las fuerzas británicas que dedicarse al tiro de pichón contra un ejército enemigo obligado a cargar prácticamente en fila india por un estrecho cañón bajo el mar. En tiempos más recientes, algunos sectores británicos han argüido contra la idea del túnel la posibilidad de que a través del mismo su isla fuera invadida por las ratas del continente y su cortejo de enfermedades.

La creación y desarrollo del Mercado Común, hoy Unión Europea, y, sobre todo, su ampliación al archipiélago permitió que el 20 de enero de 1986 Francia y el Reino Unido suscribieran el proyecto y dieran comienzo las prolijas obras que van a costar, a su plena terminación, unos dos billones de pesetas, el doble de lo inicialmente presupuestado.

Faraónica por su coste y sus demoras, cuando menos, lo es la aventura, puesto que lo que se hizo el viernes en Calais y en Folkestone, con asistencia de la soberana británica, Isabel II, y del presidente francés, François Mitterrand, fue únicamente cortar una cinta simbólica. Los primeros trenes de mercancías no comenzarán a cruzar el chunnel, como se le llama, corrupción y amalgama de channel -canal- y tunnel -túnel- en inglés, hasta dentro de algunas semanas, y no se- normalizará ese tráfico hasta bien entrado julio, en tanto que los convoyes de pasajeros tendrán que esperar cuando menos a octubre.

Pero más allá de la utilidad de la obra y de su, de momento, dudosa rentabilidad económica, la inauguración de la vía subterránea tiene un inmenso valor simbólico. El espléndido aislamiento, que ha coronado como un programa todo un estilo británico desde la invasión de la isla por Guillermo el Conquistador en 1066 hasta hace pocos años, tiene hoy una menor carga mitológica. Britannia, antaño señora de los mares, será un poco menos atlántica y más continental; comprobará que ya existe una continuidad física, material y rodante entre las islas y la tierra firme.

Y, en cualquier caso, no podrá repetirse en el futuro aquella irónica portada de un diario británico que, en épocas pretéritas, tituló un buen día de niebla cerrada como una amenaza sobre las aguas del canal: "El continente, aislado". Por ello, hoy todos somos más Europa.

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