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SALAMANCA

Sin toros no hay toreo

Hay cosas de cajón, como por ejemplo que sin toros no puede haber toreo. Bueno, pues váyale usted a los taurinos con cosas así, que le ponen una cara la mar de rara y le dan por loco.La corrida de El Torreón fue una auténtica birria. Torreones quebradizos, romos de almenas, agrietados en sus cimientos y hechos un dolor de descaste y aburrimiento. Los sobresalientes no pudieron ni dar un mal capotazo porque lo que teóricamente iba para opíparo banquete, con abundantes y sabrosas migajas a repartir, quedó en chato y pincho. Ni la casta (qué es eso), ni los pitones (dónde estaban), ni el poder (véase el diccionario) dieron para nada y Aparicio y sus buenos modos, fue y vino, anduvo de acá para allá, a ver si encontraba una embestida en algún sitio y podía gritar "je, toro" encontrando a renglón seguido una embestida que mereciera el nombre de tal. Pero naranjas de la China, que si quieres arroz Catalina. Menos el cuarto, todos quedaron listos con una vara, y todos con plausible unanimidad de corrida pareja, estaban encantados de la vida en cuanto veían un estribo cerca; el estribo de la barrera, quiero decir, porque al del picador (Jinetes todos ellos en equinos ciegos o sea con los dos ojos tapados), lo corneaban con furia digna de mejor causa.

El Torreón / Aparicio

Toros de El Torreón, mansos, endebles, presuntamente arreglados con esmero. Julio Aparicio, único espada: pinchazo, corta pescuecera y caída (aplausos); entera desprendida (oreja); entera (silencio); pinchazo, media y ocho descabellos (silencio); entera perdiendo la muleta (oreja) y estocada baja (aplausos). Vuelta al ruedo en hombros. Los sobresalientes, Abelardo Granada y Pedro Luis Heredia no intervinieron en nada.Plaza de La Gorieta. Menos de media entrada. Salamanca, 7 de mayo.

Ni se despeinó el torero, claro. Ni el viento -que molestó con frecuencia-, le alborotó el cabello. El esfuerzo que en principio supone matar seis toros, quedó en nada, sencillamente porque allí no hubo toros ni cosa que se le pareciera. No obstante, alguno pedía música, otros pedían la oreja, pero nadie osó pedir toros. Hace falta valor. Tanto como toros. Hacen falta toros. Urgentemente. Sin toros no hay nada que hacer. Ya puede el torero, quien sea, hacer el pino.

En rigor, aquello no tendrá interés alguno, a ver si es posible que quede claro; el mérito del toreo, y del torero por ende, lo pone el toro. Si el toro no existe, es un mulo cansino y cuidadosamente retocado, la casta es una utopía y el poder una quimera, lo que pase en el ruedo será música celestial. Las pinceladas de Julio Aparicio se diluyeron tristemente en una tarde deslavazada e insípida.

En el segundo se llegó a protestar, ahora que me acuerdo, pero paradójicamente, olvidando la relación toro-torero antes dicha, en ese toro se pidió la oreja. Esto no hay quien lo entienda, a poco que uno lo piense. Los desatinos son clamorosos, pero como dicen que el público es soberano, pues toma oreja.

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