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En el umbral de Unamuno

Se edita 'Nuevo mundo', primera y desconocida novela del pensador, escrita hace casi un siglo

En 1896, hace casi un siglo y cuando el poeta tenía 32 años, Miguel de Unamuno escribió, en reposos de la elaboración de su primera novela publicada, Paz en la guerra, un relato titulado Nuevo mundo, con rasgos autobiográficos vivos pero cautelosos, pues su necesidad de hablar de sí mismo siempre fue ahogada por un pudor extremo, enfermizo, sobre su vida privada. Había noticia de este ensayo novelesco en alusiones de Unamuno en cartas a amigos antes del año 1897, en que publicó Paz en la guerra y cuya dramática primavera fue el punto sin retorno del rumbo definitivo, de su obra. No hubo constancia de la existencia de este manuscrito hasta que en 1960 el investigador peruano Armando F. Zubizarreta, en su Tras las huellas de Unamuno, esencial para el desvelamiento de los pies de barro del gigante, dio fe de ella. Ahora, 35 años después, la editorial Trotta da a la luz este misterioso umbral de Unamuno.

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Preludio íntimo

El manuscrito de Nuevo mundo fue encontrado en 1992 entre los fondos -muy desorganizados a causa de la injerencia en ellos de muchas manos inexpertas o con criterios dispares, según se desprende de las quejas en este sentido del profesor salmantino Laureano Robles, encargado de la ordenación, edición y anotación del libro- de la Casa Museo de Unamuno, en Salamanca. Las 144 octavillas -este era el formato del papel que el poeta solía usar para sus escritos de calle y de camino, cortados a la medida del bolsillo izquierdo, siempre abultado por un fajo de ellos, de su negra chaqueta de pastor laico- del cuerpo del relato, junto al medio centenar de addenda, o ampliaciones y bocetos de desarrollos de zonas de ese tronco, durmieron bajo el polvo durante casi un siglo.Según Robles, la primera noticia de la existencia del relato procede de dos cartas de 1895 La primera contiene una referencia nebulosa, casi misteriosa, y está fechada el 9 de mayo en Barcelona, desde donde su amigo Bernardo Rodríguez Serra escribe a Unamuno: "Conozco a Eugenio Rodero [así se bautiza a sí mismo el poeta en este relato]; verdaderamente es poco sincero". La segunda, más nítida, es del 31 de ese mismo mes, y en ella es el propio Unamuno quien da cuenta a Leopoldo Alas, Clarín, de la médula argumental y filosófica del "ensayo anovelado" tal como ahora nos llega. No alude, sin embargo, Unamuno a que la obra esté acabada, y hay que rastrear, siguiendo al profesor Robles, sus huellas en marzo del año siguiente para obtener de la primera carta de su vasta y prolongada correspondencia con su paisano Leopoldo Gutiérrez Abascal una referencia al "fruto aún no maduro", de sus reflexiones sobre el anarquismo, de las que había brotado, meses antes, a caballo entre 1895 y 1896, la armazón no pulida ni finalizada, pero formalmente cerrada sobre sí misma, de Nuevo mundo.

Se pueden intuir en su lectura algunas de las causas que frenaron el acabamiento del relato y su abandono final por Unamuno. Amigos suyos que lo leyeron entonces en su Bilbao natal contribuyeron a que no diera el empuje final hacia el redondeamiento del manuscrito y su edición antes de la publicación de Paz en la guerra. Los periodistas Verdes Montenegro y José María Soltura le disuadieron para que no apareciera como folletón en el periódico bilbaino Las Noticias, ya que esta publicación "Ies haría mucho daño". Y Jaime Brossa, desde Barcelona, le aconsejó que afinase y agrandase el texto antes de convertirlo en libro.

Audacia formal

Por un lado, la probablemente involuntaria pero extrema dureza -por ejemplo, esa desoladora y turbia relación sexual sin palabras y nunca consumada, de Rodero-Unamuno con la criada de su pensión en Madrid- de algunos pasajes del relato; y, por otro, su despojamiento prácticamente total de acción externa -lo que, dentro del modelo de relato naturalista entonces en boga, constituía una audacia formal que podía volverse profesionalmente contra su autor- presagiaba en él un libro no sólo de audiencia restringidísima, sino también un relato socialmente indigerible y transgresor tanto en forma como en fondo, lo que probablemente lo convertía potencialmente en un libro demasiado arriesgado para ser la primera salida a la luz de un narrador novicio con hambre de notoriedad. Añadió soltura a su recomendación de que su publicación dañaría al periódico: "Ni aun a usted mismo le convendría debutar con él".A estos dos peligros, que probablemente alertaron la vanidad del escritor y le hicieron acelerar la finalización de su -más convencional y fácil de convertir en celebridad- Paz en la guerra, se añadió poco después, cuando esta novela ya estaba en la imprenta, la aparición volcánica, en la madrugada del 21 al 22 de marzo, del sollozo inconsolable del que arranca la legendaria crisis de 1897: el asalto al poeta de una sensación insoportable de agonía, el afloramiento repentino de un quebranto íntimo tan agudo y hondo que sobre él giró toda su obra posterior; y cuyas complejas trastiendas personales y consecuencias artísticas llenan hoy decenas de volúmenes escritos por historiadores de las cuatro esquinas del planeta.

Nuevo mundo presagia ese dramático y persistente roce de la sensibilidad de Unamuno con el abismo y convierte a su célebre Paz en la guerra en un libro paréntesis, en una tregua de serenidad y de relativa objetividad dentro de una tensión fabuladora que en adelante estaría siempre herida por el desasosiego y la subjetividad considerados en su sentido absoluto: una forma de escritura en carne viva.

Nuevo mundo es por ello, tanto o más que obra de buena lectura, un indispensable documento para el conocimiento de la raíz de la plenitud, que en él fue siempre carencia, de Unamuno. Y este puede ser el lado más fértil del desvelamiento por Robles de este primer e inédito relato, pues en él Unamuno, de manera espontánea y por todos los síntomas no calculada, se anticipa -con tensión creadora inconclusa y a veces- con balbuceos en la escritura- a sí mismo y prefigura, en estado de embrión, el modelo de su relato interior, despojado de acción pero atestado de movimiento interno, que el propio escritor -al serle negada por los críticos convencionales de su tiempo la condición de verdadera novela- llamó en burla nivola: una forma intransferible de narrar, en la que Unamuno encerró algunas de sus ficciones de alcance universal.

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