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Indiferencia en Folkestone

El escepticismo coexiste en la costera ciudad inglesa con la esperanza de hacer negocio

En siete años que lleva abierta la exhibición sobre el túnel, a Sue Reaffle no le han visto el pelo. Se quedará sin saber una palabra de los 200 años de tentativas, sobre todo desde el lado francés, para salvar la todopoderosa barrera de agua. Pero a ella que no la esperen. Y eso que está cerca de su casa, en Folkestone, capital de la Garden Coast, en el condado de Kent. Apenas diez minutos de autobús. Poco más de tres libras la entrada individual. ¿Para qué ir? Para contemplar la vista aérea de los despojos de su amada costa, no muy lejos de los acantilados blancos de Dover. Hasta ahora ésa fue la gran batalla: competir con Dover como fuera. Con los ferries, hoteles, ofertas turísticas...Folkestone, 45.000 habitantes, mayoría liberal-demócrata en el Ayuntamiento, diputado conservador en Westminster -nada menos que el estirado ministro del Interior, Michael Howard-, salió perdiendo frente a Dover. Hasta que empezó lo del túnel. Y empezaron a llegar los ingenieros y los obreros, por lo menos 10.000. Y los electricistas, y carpinteros. Siete años gastándose montones de dinero en Folkestone, y asegurando el futuro a poco que el túnel funcione, opina César Quintana, un español dueño de hotel y restaurante muy cerca de la playa. "Va a ser muy bueno para Folkestone".

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La gente vendrá y se quedará por lo menos una noche. Luego cruzarán por el túnel. ¡Es tan cortol Sólo 35 minutos, y no casi hora y media como en el barco. Y ¡qué viaje!, aquí la mar está siempre muy revuelta. O sea, que los hoteles ruinosos de Remembrance Street volverán a abrirse convenientemente restaurados. Y los turistas se dejarán caer a millares por el puerto y por el. modesto parque de atracciones. ¿Seguro, señor Quintana?

No todos son tan optimistas en Folkestone, ni en el Reino Unido, donde la opinión pública se ha tragado la realidad del túnel como un tremendo sapo. Incluso los más fríos y calculadores no acaban de encontrar las ventajas prácticas al invento. Jacqueline Mitchell, una madura turista de paso, confiesa que no está en sus propósitos reservarse un billete en las lanzaderas Le Shuttle, que cargarán con coches y viajeros a partir -eso parece- del próximo mes de octubre.

"No, francamente no. Vivo en Bristol, y desde allí las carreteras son tan malas que no compensa venir en coche. Otra cosa sería si se decidieran a mejorarlas". No parece muy probable, habida cuenta de los últimos recortes presupuestarios en vías públicas. Y luego están los tremendos enfrentamientos con los ecologistas. El proyecto del tren de alta velocidad que debía enlazar Folkestone con la estación de Waterloo, en Londres, ha estado paralizado siete años por una batalla de grandes proporciones.

¿Tendrá el túnel que se inaugura ahora un final feliz? "Es una cosa absurda. Un despilfarro de esos que sólo se les ocurren a los políticos. Pasar a Calais era una aventura divertida de las vacaciones. ¿Para qué queremos ese maldito túnel que ha costado tanto dinero, aunque sea dinero privado?". Sue Reaffle mira hacia la pista de baile y se abanica con la carpeta que sostiene en la mano.

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¡Hace tanto calor en el Leas Cliff Hall! Las parejas, ellos de rigurosa etiqueta, ellas trajes vaporosos amarillos, azules, rojos y sobre todo, rosas, dan vueltas sin parar. Ahora es un fox trot. Sue Reaffle los contempla desde el anfiteatro. Es un gran día. El concurso internacional de baile está siendo un éxito otra vez. Ya lleva siete años. Casi el mismo tiempo que el túnel, abriéndose paso a 200 metros de profundidad, bajo el agua fría del canal de la Mancha. Perdón, del canal Inglés.

"¡Qué más da!", dice Donald Whatford. "Lo importante es esa unión con el continente; si se hubiera hecho antes, hoy el Reino Unido no sería igual, tan conservador, tan atrincherado en su manera de ser". Whatford, jubilado y vecino de Folkestone, es uno de los pocos ingleses que esta tarde fría de mayo va vestido de acuerdo con el clima. El viento sopla desde el mar sobre el paseo, y acaso sea más frío aquí que abajo, en la playa de arena oscura. Él, votante laborista, lleva puesta una chaqueta de pana beis. "Mi mujer y yo estamos muy felices de que el túnel sea por fin una realidad. Y pensamos cruzarlo además". Pero claro que Donald Whatford se sospecha a sí mismo, y a su mujer, como una excepción en esta pequeña ciudad provinciana. O quizá se equivoca. "¿En contra? No, yo creo que a nadie le importa ya esa batalla. Al principio sí que estaban en contra, pero han pasado tantos años, la gente ha acabado por aburrirse del tema", dice Margaret, vecina y devota admiradora de Folkestone. Y añade en un arrebato de optimismo: "Será bueno para la ciudad. Estoy segura, aquí siempre hemos sido muy cosmopolitas, y con el túnel lo seremos más".

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