Crisis interior

ENTRE LOS problemas que la actual situación de grave deterioro político plantea al presidente del Gobierno, Felipe González, no es el menor el de la sustitución del ministro dimisionario del Interior, Antoni Asunción. No sólo por la importancia política e institucional de dicho ministerio en un país como el nuestro, donde no se puede bajar la guardia en la lucha antiterrorista; también porque dicha sustitución debe llevarse a cabo apenas cinco meses después de. que Asunción fuese designado para ese cargo por un hecho -la fuga de Luis Roldán- que pone en entredicho el funcionamiento del ministerio entero.¿Es verosímil que alguien como Luis Roldán mienta con la idea de que si todos son culpables nadie lo es, y él tampoco? Es verosímil. Pero los mismos indicios que a él le acusan comprometen seriamente a todo el departamento. No es posible que las extraordinarias irregularidades, y aun eventuales delitos, documentados en su mayoría, que han ido surgiendo en la comisión de investigación parlamentaria hayan podido producirse sin la existencia en ese ministerio de un ambiente de permisividad, de impunidad frente a las ilegalidades, incompatible con las normas de un Estado de derecho. La existencia de zonas de sombra, protegidas del escrutinio público, y aun del gubernamental, con el pretexto de la lucha antiterrorista o de las dificultades del combate contra el narcotráfico, han amparado comportamientos de los que el increíble caso Roldán constituye algo más que un símbolo.De ahí que sea tan importante dar con la persona adecuada, capaz de limpiar ese departamento. Las responsabilidades de la cúpula de Interior por la huida del anterior director general de la Guardia Civil no se agotan en el titular del departamento. Alcanzan también por definición a los dirigentes máximos de los cuerpos de seguridad del Estado. Dados los indicios existentes sobre complicidades internas en la fuga de Roldán -algo que debe investigarse de forma exhaustiva-, ningún responsable de la seguridad debería permanecer en su puesto. El futuro ministro está obligado a dinamitar toda la actual estructura de mando. Deben arbitrarse todas las cautelas necesarias para que en el futuro no haya un nuevo Roldán que, con abundante información sensible en su poder, se coloque en situación de hacer daño al Estado.