Grandes sensaciones
Torrestrella / Puerto, Conde, Sánchez
Cinco novillos de Torrestrella (uno fue devuelto por inválido), bien presentados, cómodos de cabeza, varios sospechosos de pitones; flojos; encastados. 2º, sobrero de José Luis Marca, chico, flojo, pastueño. Víctor Puerto: bajonazo descarado (silencio); estocada baja y rueda de peones (silencio). Javier Conde, de Málaga, nuevo en esta plaza: tres pinchazos, otro hondo, rueda de peones y dos descabellos (vuelta con algunas protestas); dos pinchazos y estocada delantera contraria (silencio). José Ignacio Sánchez: tres pinchazos, estocada ladeada y rueda de peones (ovación y salida al tercio); pinchazo perdiendo la muleta, pinchazo y estocada baja (palmas). Plaza de Las Ventas, 30 de abril. 2ª corrida de las Fiestas de la Comunidad. Cerca del lleno.
La faena de Javier Conde al novillito sobrero causó sensación, el propio novillito sobrero la causó también, y minutos antes había sido un espontáneo surgido de la noche de los tiempos quien provocó en el público las más encontradas sensaciones. La tarde taurina resultó, pues, sensacional en varios de sus pasajes, entretenida en conjunto y cumplidamente rentable, por una vez y sin que sirva precedente.La sensacional faena de Javier Conde puso al público en pie, y si llega a acertar con la espada -que no acertó en absoluto: mató fatal- corta las dos orejas, sale a hombros por la puerta grande, se consagra figura para lo que resta de temporada. Y esto sucedió porque, aprovechando la nobleza infinita del novillito sobrero, le dio pases de todas las marcas, se los empalmó sin solución de continuidad, le hizo ir y venir a su antojo en el más puro arte de birlibirloque, y todo por junto en aquella faena constituía un derroche de fantasía.
Toreo, en cambio, tal cual se concibe desde los cánones de la tauromaquia, hubo bastante menos, porque el torero fantástico no se cruzó ni una sola vez. Estaba claro que, cruzarse, no formaba parte de su estrategia y más bien procedía al contrario: convertido en el eje de cuanto allí había de suceder, trazaba la circunferencia con el pico de la muleta y por ella conducía al novillito sobrero, que la seguía encelado, ajeno a la presencia del artista.
El toreo según es, con mejores o peores logros, lo ejecutaron los otros espadas. Muy hondo el de José Ignacio Sánchez, que apenas se dobló con su primer novillo ya se había echado la muleta a la izquierda, ya se cruzaba en el cite ofreciendo el medio-pecho, ya cargaba la suerte, ya ligaba los pases con todos los méritos y las dificultades que esta forma auténtica de torear comporta.
El arte de torear parte de una premisa fundamental: dar ventajas al toro, dominarlo luego. Resulta de ahí una seria complicación, naturalmente, pues en el ejercicio de ese arte puede sobrevenir la cornada. Oh, sí, el riesgo siempre está presente cuando un torero se pone frente a un toro, aunque sea para darle el salto de la rana; pero es obvio que se acentúa si ejecuta el toreo cruzado, ofreciendo el medio-pecho, cargando la suerte, ligando los pases.
Víctor Puerto, que hizo un quite torerísimo por tijerillas, lidió seguro y aportó recursos de diestro enterado a sus faenas, no tuvo en la primera de ellas ese punto de decisión que es necesario para ligar los pases, y tampoco resolvió con templanza la otra, a pesar de que la planteó perfectamente, en los medios y dando distancia al novillo.
La fantasía de Conde y la hondura torera de José Ignacio Sánchez no tuvieron refrendo en sus segundas actuaciones, pues los respectivos novillos llegaron al último tercio moribundo uno, incierto y avisado otro. De manera que Conde declinó su intención de pegar pases, Sánchez hubo de aliñar después de sufrir serias coladas.
Así que toreo hubo en la tarde y, de propina, la sorpresa de un espontáneo que revivió la Tauromaquia de Goya con el novillo devuelto al corral. Bajó el hombre a la arena, lo citó a cuerpo limpio y, al recibir la embestida recrecida, saltó por encima en plancha y cayó limpiamente al otro lado. El sensacional alarde dejó perpleja a la afición, y hacía cábalas sobre quién podría ser aquel arrojado caballero. Unos decían que se trataba de un torero cómico, otros de alguien que buscaba una oportunidad. Pero más bien debió ser Martincho, o el Licenciado de Falces, surgido de la noche de los tiempos.
Babelia
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