'Ordo amoris'
En su visita a España, Butros Butros-Gali ha comparado el papel de la ONU con el de un médico cuyo deber es acudir junto al enfermo, sean cuales fueren las circunstancias. Me parece más apropiado asemejar ese organismo internacional a los viandantes que contemplan un accidente, sea intento de suicidio, agresión o pelea y no saben si intervenir o no. Por un lado, el dubitativo samaritano se siente conmovido (incluso vagamente amenazado) por el daño ajeno que contempla. Por otro, sabe que si uno se acerca a echar una mano puede al final acabar pagando el pato: ¿Y si creen que soy yo quien ha atropellado a esta señora que voy a recoger y cuya sangre me pondrá perdida la tapicería del coche? ¿Y si el suicida, que se mata porque nadie le quiere o porque está en la miseria, se empeña en venirse a vivir conmigo, pretende que yo le financie ya que le he salvado o me identifica como el causante de su ruina? ¿Y si los que se zurran ciegos de ira se vuelven ambos contra mí, para distraerse un rato de la íntima querella que luego proseguirán? ¿Y si lo que tomo por un intento de violación no es más que una perversión erótica algo bárbara?. EtcéteraLleno de buena conciencia pero también de confusión sobre los límites de su papel, el samaritano de casco azul se decide a ayudar: se encuentra de pronto hundido hasta el cuello en una compota sanguinolenta de la que no sabe cómo salir ni tampoco cómo remediar. Interviene con pretensiones de conciliador y se ve convertido en rehén, cuando no en directo responsable del conflicto que pretendía pacificar; pero si no acude en auxilio de las víctimas que reclaman su presencia es tachado de inhumano, de calculador, de interesado, de insensible... y también declarado culpable de los horrores a los que no asiste. Haga lo que haga, la broma puede salirle cara. Supongo que lo preferible será hacer lo menos posible o no hacer, pues resulta más barato aguantar invectivas que poner esfuerzo, muertos y dinero, sin por ello recibir menos dicterios.
En Perspectivas de guerra civil, último libro de Enzesberger (uno de los intelectuales europeos que tanto durante la guerra del Golfo como frente al problema de la inmigración, el racismo, etcétera, demuestra ser capaz de pensar y no sólo de gemir, gruñir o bromear como tantos otros) se plantea esta perplejidad actual. ¿Desde qué legitimidad podría actuar una fuerza pacificadora de ámbito supranacional?, No parece fácil establecerlo, pues todos los crímenes tienen sus defensores y todos los samaritanos sus denunciantes. Tomemos, por ejemplo, el conflicto bosnio. Un grupo de intelectuales sublevados por la matanza se reunieron hace pocos meses en Madrid y no llegaron a conclusión más rotunda que condenar la guerra por intrínsecamente perversa y por favorecer a los intereses de las multinacionales. Pero se dijo que ninguna intervención supranacional militarmente contundente sería de recibo, pues en el conflicto bosnio no hay "buenos ni malos", todo el mundo es agresor y agredido por igual (¡lástima que los americanos no se hayan implicado más a fondo; ya tendríamos culpables!) y las acusaciones contra los serbios son un linchamiento periodístico. ¿Recuerdan ustedes que con majaderías hipócritas como éstas se abandonó a su suerte a la República española -también los rojos habían cometido muchos atropellos- y se excusó la complicidad posterior con Franco, cuyo desprestigio se debía a una campaña orquestada por el comunismo internacional? En cuanto a los espantos que ocurren en Somalia, Ruanda, Sudán, etcétera, aseguran que se deben a las secuelas del colonialismo; los nativos por lo visto no tienen derecho ni a la iniciativa de su maldad. Occidente cuando no es liberador se declara culpable: el caso es no perder protagonismo, seguir siendo el único sujeto histórico.
Enzesberger apunta que quizá sea hora de concentramos en los conflictos más próximos, en nuestras propias amenazas de guerra civil, y renunciar a mantener un orden mundial para cuya defensa no hay ni recursos suficientes ni suficiente buena voluntad. Antaño los filósofos hablaron del ordo amoris: la obligación de amar al prójimo da prioridad a los cercanos y se debilita según se ensancha hacia los más remotos. Personalmente, yo preferiría que el samaritano se instituyese como auténtico gendarme. Pero ello no, sólo implica el uso legítimo de la fuerza sino también el imperio de una verdadera ley común.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.