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Dr. Strangelove en Euskadi

Fernando Vallespín

Las nuevas declaraciones de Arzalluz, donde vuelve a distinguir entre "los de aquí" y "los de fuera", han levantado un cierto sobresalto. Sobre todo porque esta vez se refirió a "los de fuera" que "están dentro" y, por tanto, no votan nacionalista. Inmediatamente tuvo que ser contradicho por el mismo lehendakari, quien recordó que no se puede hacer distingos entre ciudadanos vascos, con lo cual todo quedó en una especie de lapsus freudiano. Como suele ocurrir con todos esos actos fallidos, siempre contienen algún mensaje latente; algo que es preciso reprimir, pero que está tan encarnado en nuestro subconsciente que es difícil evitar que afloren a la luz. En esto el lapsus de Arzalluz me recuerda a los del Dr. Strangelove. Como algunos recordarán, se trataba de un personaje, interpretado por Peter Sellers, que aparecía en una curiosa e hilarante película de Kubrick de los años sesenta donde se parodiaba en clave de humor el tema de la guerra nuclear. Peter Sellers bordaba aquí el papel de un loco científico nazi, reciclado al servicio de la investigación nuclear norteamericana de posguerra. Además de moverse en una silla de ruedas y de no haber perdido su fuerte acento alemán, sufría de un extraño padecimiento: no podía evitar que de vez en cuando su brazo ortopédico se le escapara para hacer el saludo romano.Salvando las distancias, y que se me perdone la jocosidad, la lengua de Arzalluz parece funcionar a veces como el brazo del Dr. Strangelove; y la de Ardanza hace las veces del brazo bueno que vuelve a poner al díscolo en su sitio Con esto no intento atribuir veleidades nazis a Arzalluz- ¡por favor, que no me malinterprete!- Sólo quiero ilustrar el mecanismo con el que funciona el discurso nacionalista; sus lógicas y ambigüedades, que hacen que lapsus aparentes nos retrotraigan a su auténtico trasfondo: la exclusión de lo ajeno. Por lo demás, es lo mismo que históricamente ha venido haciendo el así llamado nacionalismo español con quienes no se plegaban a determinadas pautas previamente definidas como conformadoras de "la regla". Y esto me lleva a hacer dos breves reflexiones.La primera enlaza con la imputación de violencia que Arzalluz ha vuelto a hacer a la Constitución española al encomendar al Ejército el mantenimiento de la unidad de la patria. La formularé en forma de pregunta: ¿autorizaría Arzalluz que un territorio formalmente integrado en un supuesto Estado vasco, pero con sentimiento españolista mayoritario -Álava, por ejemplo- buscara "autodeterminarse" fuera de Euskadi o reintegrarse en España? O, algo todavía más importante, ¿permitiría que "los de fuera" que viven dentro mantuvieran sus señas de identidad o, por el contrario, esa minoría -como ocurriera con los vascos en su día- habría de someterse a las pautas homogeneizadoras del nuevo Estado? Lo que hasta ahora impide que eso se llegue a hacer es, precisamente, la Constitución. Por la experiencia de lo que está ocurriendo en el Este europeo, pero también por la misma dinámica de cualquier otro sistema democrático, el problema de la integración de las minorías (otras etnias o inmigrantes) se ha convertido en el problema central de las democracias contemporáneas. Y la solución no parece venir fomentando la creación de nuevos Estados; esto es, de nuevas exclusiones.

La segunda reflexión apunta ya hacia otro aspecto del tema: la coincidencia entre el núcleo de la política como tal y el presupuesto fundamental de la ideología nacionalista. No hace falta recurrir a C. Schmitt para saber que no hay política sin una previa distinción de polos adversativos; sin presuponer en todo conflicto la existencia de un "amigo" y un "enemigo", de un "nosotros" y un "ellos". Si los movimientos nacionalistas han conseguido sobrevivir a la crisis de las ideologías, ello se debe, precisamente, a que llevan la esencia de la política marcada en la sangre -y nunca mejor dicho- Aquí es donde ese código se da de modo natural, sin tener que recubrirlo con otras racionalizaciones. Pero no llevamos más de veinte siglos combatiendo a la naturaleza, sometiéndonos a una cierta disciplina racional, para que ahora nos gobierne el inconsciente. Ni llevamos más de quinientos años conviviendo y entremezclándonos como para no ser capaces de encontrar una solución distinta de la que nos impone el grupo sanguíneo o el apellido.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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