_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los Iímites del éxito

El 50% de los adolescentes de Estados Unidos no ha oído hablar jamás del holocausto ni de los campos de exterminio nazis. Otro 22% dice que puede que el holocausto sólo sea una historia, una ficción. Vista la situación (y las estadísticas de chavales en ciertos países europeos no serían muy diferentes) es seguro que la última película de Spielberg servirá para reparar un error. Muchos chavales la verán y se convencerán de que el holocausto ocurrió. Y la mayoría de ellos se conmoverá y se sentirá horrorizada. La lista de Schindler ha ganado siete oscars y ha sido alabada hasta la exageración por una aplastante mayoría de críticos.Está bien aclamarla, en la medida en que la película hace que el holocausto resulte inolvidable. Y puede que esto explique la práctica unanimidad de la crítica. Desgraciadamente, sin embargo, la película, cargada de los valores dominantes de moda hoy en día, también consigue otra cosa. Rescata una verdad y la envuelve en ficción barata. Afirmar que esto ha sido necesario para llegar a un público masivo (para convertirse en una bomba, como dicen en Hollywood) es falso y poco honrado. No es la simplicidad narrativa de la película lo que se cuestiona, sino el hecho de que la narración traicione la confianza que es necesario depositar en un guía que afirma estar conduciéndole a uno, al igual que Dante, por el infierno.

Mientras rodaba la película en Polonia, Spielberg recibía con regularidad vía satélite las últimas correcciones de los efectos especiales de Parque Jurásico. Y esto nos lleva al núcleo del problema. Spielberg, con sus buenas intenciones y su verdadero don para la magia cinematográfica, está demasiado metido en la euforia del éxito de la desaparecida Twentieth Century como para ser capaz de realizar el necesario viaje a lo inenarrable que ocurrió hace 50 años.

No puede abandonar su propio tiempo: ese tiempo que ha dominado -en su campo- y del que se ha convertido en maestro. Es la mayor mina de dinero del cine de todos los tiempos. ¡Es el autor de cuatro de las diez películas que más recaudación han obtenido en la historia del cine!

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

En películas como Encuentros en la tercera fase, ET, Indiana Jones, Spielberg mantuvo el contacto con una cierta imaginación infantil que pervive en todos nosotros. Nunca olvidó aquello de lo que los niños (o, al menos, los niños bien) acusan al mundo adulto. Defendió las esperanzas y la inocencia de los niños y les prometió una comunidad mundial secreta, una fraternidad de los mismos juguetes. Y los juguetes también estaban a la venta.

Pero no puede abandonar su época californiana porque, igual que un niño, no se da cuenta de que esa época tiene límites. Cree que es interminable.

Puede reconstruir las calles de la Wroclaw de 1940. Puede duplicar los vagones reales de ferrocarril en los que los condenados eran llevados a la muerte. Puede encontrar a algunos de los pocos supervivientes y entrevistarlos. Lo que no puede hacer es imaginarse la vida en aquel mundo, entonces y allí. Sólo puede -con intenciones serias y nobles- jugar con ello.

Todo se estropea, y toda la magia del juego desaparece con la elección de la historia de Schindler como vehículo para una película sobre el holocausto. Hace dos décadas -dicho con más exactitud, antes del triunfo mundial del dinero y el mercado libre-, nadie hubiera cometido tal error.

La verdadera vida de Schindler fue una historia extraña. Este hombre, un playboy nazi que compró una fábrica en la Polonia conquistada, que utilizaba trabajadores esclavos, que hizo una fortuna y luego utilizó la fortuna para comprar más esclavos, esta vez para salvar a mil de las cámaras de gas, es un personaje que, comprensiblemente, inspiró una novela a Thomas Keneally y que puede haber sido un tema válido para una película, pero no una película sobre lo inenarrable. Esta conjunción tan errónea es el síntoma del fracaso de Spielberg a la hora de imaginar la verdad más allá de su propia época.

Durante más de tres horas el espectador se siente atrapado sistemáticamente, entre Schindler y sus iniciativas, y la Solución Final. No hay nada más. En consecuencia, antes del horror del exterminio, sólo vemos una fuente de salvación: la posibilidad de ser un nombre inscrito en la lista de Schindler. Oscar Schindler puede hacer esta lista porque ha hecho montañas de dinero.

Un día sofocante, Schindler se encuentra con un tren cargado de prisioneros, amontonados en vagones de ganado con destino a Auschwitz. Su sufrimiento es duro de contemplar. Encoge el corazón. Schindler agarra una manguera y riega los vagones para que los prisioneros reciban unas gotas de agua a través de las grietas. Pero el efecto es el de un niño jugando en verano en el jardín.

En una escena posterior llega a Auschwitz y salva, en el último momento, a un cargamento de prisioneros a los que ya están preparando para las cámaras de gas. "¡Son míos!", grita nuestro héroe. Así que los conducen de nuevo al tren, el tren del héroe, que los salva.

Finalmente, Schindler se derrumba y llora: "¡Si hubiera comprado más! Podría haber comprado más. Si hubiera comprado más...".

El holocausto es algo que debe recordarse continuamente para que la gente sepa cómo resistir cuando amenace algo equivalente y, a otro nivel, para que se respete eternamente el sufrimiento inenarrable que entonces se experimentó.

Hasta cierto punto, la película de Spielberg va dirigida a provocar ese respeto. Pero, fatalmente, engaña sobre las posibles formas de resistencia. Y engaña por ignorancia. No por ignorancia de los hechos, sino del alma humana una vez pasada la infancia.

La lucha real contra el fascismo (la lucha que de hecho permitió al nazi Schindler comprar mil vidas al final de la guerra y así salvarlas), la resistencia real -piénsese en Stalingrado o en la conspiración de los oficiales alemanes contra Hitler, en los partisanos de Yugoslavia o en las redes de los propios prisioneros en los campos de concentración, en el alzamiento de Varsovia o en la evacuación británica de Dunkerque- era una resistencia noble, aunque oscura. Todos los implicados vivían camuflados. La nobleza era una llama vacilante. Ninguna película podrá mostrar todo esto jamás. Es evidente que la simplicidad es necesaria. Pero permitamos al menos que cuando se muestre la resistencia, se muestre oscura, como algo que nunca se debe mezclar con el aura del éxito.

La lista de Schindler es en parte una película necesaria sobre el holocausto. Pero desgraciadamente también es una película sobre el ensueño contemporáneo del dinero como solución para todo prácticamente.

John Berger es escritor británico.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_