Metafísica de salón
Anda por ahí haciendo moda un cierto misticismo en edición de bolsillo al que se apunta mucha gente. Es normal en los tiempos que corren. El más allá sirve para un roto y un descosido, para un creyente y para hacer un dubitativo, para un baile, para un disco y hasta para hacer películas. Entre otras corrientes de recurrencia, también se han dado cita hoy los neohippies, la nueva psicodelia, y todo ello parece reunirse un poco atropelladamente en Passion, la pieza de Moses Pendleton que quiere ser larga y no lo consigue, que quiere ser poética y se queda casi toda en suspiro doméstico. Momix como grupo ha creado estilo propio y merecida fama. Su quehacer es arte de frontera típicamente norteamericano; Momix tiene aun cierta gracia con sus espectaculares y breves miniaturas. Esta vez, tratando de ir más lejos, Momix se queda más cerca, en una imitación de sí mismos que cansa y aburre, a pesar de tener los buenos ingredientes de montajes anteriores.
Passion
Grupo Momix. Coreografía: Moses Pendleton. Música: Peter Gabriel. Teatro Albéniz. Madrid, 6 de abril.
Para los espectadores que han visto antes a Momix, Passion es totalmente previsible. No hay verdaderas sorpresas y se reciclan hallazgos antiguos hasta en la utilería (gasas, paraguas, sombras chinescas). Passion juega con un surrealismo facilón de videoclip o de portada de disco, pero poco enjundioso, sin fondo, sólo de impacto, de primera imagen, cosas que pueden momentáneamente golpear al espectador, pero no perdurar ni enamorarle.
La factura se hace respetar, pero se queda en la forma; falta el meollo, el sentido que aleje la banalidad expositiva. La danza, para ser gratuita, debe ser eso: danza de la buena, y en tal caso, no es gratuita, sino pura, que ya es otro cantar. Y aquí hay poca, pues, aunque una gimnasta salte y mueva virtuosamente la cinta, no hay baile verdadero; se ve mucha calistenia de lujo, mucho cuerpo danone, pero para qué, en función de qué. El espectáculo es manierista del propio estilo del coreógrafo. De hecho, Passion no es una obra, sino un collar de piezas cortas hilvanadas por las músicas de Gabriel y por una serie de diapositivas con mensaje.
Hay tres escenas muy bellas (el árbol, las cuerdas, el lamento de Magdalena) que se alejan del tópico Momix al entrar en una cierta complejidad coreográfica y hasta llegan a transmitir un sentido a las evoluciones corporales, pero que finalmente se pierden entre tanta pirámide precolombina y metafísica de salón.
Babelia
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