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ELECCIONES EN ITALIA

Italia 'vuelve' al mundo occidental

La desaparición de la URSS abre la puerta a los partidos no ideológicos

Italia es el único país de Europa oriental que durante estos últimos 50 años había caído del lado de Occidente de la divisoria política. Hoy, tras la celebración de las elecciones para la instalación de una II República puede resolverse esa anomalía y, al igual que el fin del comunismo soviético ha borrado las diferencias políticas entre el Este y el Oeste europeos, Italia puede, por fin, reintegrarse plenamente a Occidente. Por ello, 1994 es, en cierto modo, una nueva versión de 1948, el año constituyente de la 1 República, porque va a establecer un mapa político nuevo en la línea del resto de Europa occidental.Al término de la II Guerra Mundial no existía todavía el moderno concepto político de Europa oriental. Las naciones liberadas de la dominación nazi estaban ocupadas bien por los ejércitos aliados o por los soviéticos, pero se suponía que los Estados que habían recobrado su independencia iban a elegir libremente a sus gobernantes. En el lado occidental, ocupado por los angloamericanos, las refundaciones políticas se llevaron a cabo de acuerdo con las reglas de la democracia parlamentaria; en el lado oriental, tomado por los soviéticos, también hubo elecciones pero bajo la presión de las bayonetas de Moscú; así establecieron en pocos años regímenes de democracia popular, ni democráticos ni populares.

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Dos bloques

En 1948 los dos bloques contrapuestos se dibujaban ya en el mapa, con la excepción de Yugoslavia, que, al haberse liberado a sí misma, elegía la neutralidad bajo un sistema comunista a caballo de las dos Europas. Pero esas fronteras no estaban aún herméticamente cerradas. Había procesos constituyentes que estaban por culminar. Ese era el caso de Italia. A los ojos de los aliados Italia podía bascular del otro lado del Elba, ser el eslabón más débil de la cadena defensiva occidental y, a través de elecciones democráticas, dar la victoria al frente de socialistas y comunistas e instalar en el mundo llamado libre un régimen afecto a Moscú.Las elecciones constituyentes italianas fueron muy peleadas, la ayuda norteamericana se volcó en favor del humanismo conservador y un partido fundado por Alcide de Gasperi, sucesor del Partito Popolare creado por el sacerdote Dom Sturzo en 1919, al que se bautizaba como Democracia Cristiana, obtuvo el éxito que tranquilizaba las conciencias y aplacaba los movimientos de tanques. Con algo menos del 50% del voto popular, la DC fundaba la I República italiana y con ello un régimen enormemente peculiar que, por muchos conceptos, tenía más de "democracia oriental" que de establecimiento plenamente occidental. Cuando la DC crea el sistema político italiano, los dos partidos marxistas, el socialista de Pietro Nenni (ex brigadista en la Guerra Civil española) y el comunista de Palmiro Togliatti, suman cerca de un tercio del electorado con alguna ventaja en votos populares para el primero. Los comunistas ya han sido expulsados del Gobierno en Francia, Alemania está en manos de otra Democracia Cristiana dirigida por Konrad Adenauer, y en Grari Bretaña gobiema Clement Attlee, socialista pero fabiano, es decir que ha pasado la prueba de no contaminación marxista. Es inconcebible que la Alianza Occidental, que a partir de 1949 se llamará OTAN, acepte una participación de partidos marxistas en el poder. En este periodo del 48-49, especialmente tras la crisis y el puente aéreo aliado sobre Berlín, los dos bloques se contemplan ya perfectamente delimitados.

Democristianos y PCI

El sistema político italiano se desarrolla entonces con un doble movimiento de concentración. De un lado, la Democracia Cristiana sateliza a una serie de partidos menores, llamados laicos porque no tienen teléfono rojo con el Vaticano, para dejarles unas migajas ministeriales a cambio de que redondeen sus mayorías proporcionales en las cámaras; y, de otro, se produce un lento pero seguro trasvase de votos del partido socialista hacia el PCI que pronto se convertirá en el mayor partido comunista occidental.De esta forma se consolida un sistema de una mayoría en tomo a la DC y una minoría que en su momento de máxima pujanza alcanza a un tercio del electorado, constituida por el PCI. En la práctica, durante los últimos 50 años el régimen se articula en tomo a un partido tendencialmente único, que es la Democracia Cristiana, necesariamente en el poder, incluso cuando en raras ocasiones cede la presidencia del Consejo a uno u otro socialista, como Bettino Craxi, cuyo partido ya se ha "aggiornato" abjurando de todo marxismo. Ese sistema, en el que el poder ha de permanecer eternamente en las manos de la mayoría, es una caricatura de las democracias populares del Este de Europa, que, en cualquier caso, son, diferentemente, regímenes dictatoriales, pero que uno y otros tienen en común la imposible aplicación del principio de la alternancia. No hay recambio para el gobierno de la DC y sus adláteres porque esa alternancia que en Francia, Gran Bretaña o Alemania se establece entre derechas e izquierdas totalmente homologadas por Washington, no es pensable en una Italia cuyo segundo partido nacional es marxista, comunista, tercermundista, ateo y, seguramente, masón. Por debajo, sin embargo, de esa división de superestructura el poder se reparte, sobre todo desde los años 60 y el milagro económico italiano, de forma muy diferente. Los comunistas tienen alcaldías, dominan en regiones, especialmente en la Italia central y septentrional, reciben cadenas de televisión del Estado, y tienen un fuerte derecho de veto sobre buena parte de las decisiones políticas y económicas del Estado.

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País estatalista

Todo ello constituye en la vida diaria del ciudadano, un sistema libérrimo (hijo del bendito caos de la política italiana) y controlado, al mismo tiempo; una economía de mercado menos que plenamente capitalista y una presencia de los organismos públicos en la vida del país, tanto más necesaria cuanto que ha de servir para acumular en lugares de respeto a quienes no pueden participar en el más alto poder político. Así se produce la paradoja de que Italia es el país más estatalista de Europa occidental, más incluso en los números que la Francia nacionalizadora de De Gaulle, mientras cuenta, con el Estado más ineficiente e incompetente de Europa.La caída del muro, el fin de la guerra fría, la desaparición de la URSS han rebotado sobre Italia con mucho mayor impacto, que sobre cualquier otro país occidental, puesto que era el Estado más condicionado por la división de Europa. Los comunistas del PCI, refundados como socialdemócratas en el Partido Democrático de la Izquierda, dejan hoy al marxismo estricto en ínfima minoría electoral; los neofascistas del Movimiento Social Italiano se hacen respetables jurando por las urnas que ahora son posfascistas; la Democracia Cristiana desaparece porque ya no tiene contrafigura soviética a la que servir de parapeto; y, sobre todo, irrumpen los partidos no ideológicos, o al menos eso quisieran hacemos creer ellos: el Forza Italia de Silvio Berlusconi, que promete reducir el Estado a una garita de peón caminero para que la sociedad se autorregule en la abundancia, y la Liga Norte de Umberto Bossi, que propone una Italia pos-risorgimental, como confederación de tres grandes regiones que, por mor de intereses económicos que no nacionales, se constituiría en una especie de Estado Italiano S.A.

Hoy sabrá Italia cuáles son los guarismos de su nueva y presunta libertad: aquella en la que todos los partidos pueden ser Gobierno; en la que caben todas las alternancias; en la que nada estará decidido de antemano ni en el poder ni en la oposición. Una nueva Italia neoliberal como Occidente.

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